Poesía

Verbigracia

Laura Campmany

13 junio, 2001 02:00

Excritos. Bilbao, 2001. 37 páginas

Poeta tan intensa como parsimoniosa, Campmany nos brinda unos poemas convincentes desde la provisionalidad del desencanto, pero también, gracias a la distancia irónica que éste le procura, capaces de comunicar, en la música medida de sus versos y en los matices del sentimiento, una vivacidad sensitiva que desmiente en parte el proceso creciente de descontento vital que ordena "de la primavera al invierno" los poemas del libro y que se analiza, en torno a la cuestión de la escritura, en "La elección": "Aquí no hay medias tintas./ O se vive o se escribe". Frente a Lope de Vega y a tantos otros, Campmany viene a decirnos que su opción por la escritura implica un desapego vital.

Pero no creo que traten de convencernos de ello ni la riqueza de guiños intertextuales ni la desbordante variedad de sus imágenes y asociaciones insólitas -los "nombres cautivos" de que habló en su libro anterior-, ni el tono de oda en "La playa" o "La belleza", ni las sugerencias del título mismo, que apuntan a la recurrencia de esta palabra en las comparaciones, pero también al elogio de la escritura. Basta un poema como "La luz", el mejor del libro, para identificar la aguzada sensibilidad, la pasión de la poesía que alienta por debajo de la melancolía vital y de la queja amorosa. Dice la luz: "Entraseis hasta el fondo de mis sueños/ y vierais un tizón amortajado,/ pero no me pidáis que no refulja./ Mi natural es ése:/ derramarme entre blancos gorgoteos,/ y en loco afán, y en ebrio desengaño,/ irme desvaneciendo, como ahora/ que soy tan poco ya, que soy apenas/ crepúsculo, rescoldo vulnerable."

Se combinan en Verbigracia estos elogios a la belleza de las cosas con la anécdota amorosa, que propicia, entre ironías y juegos literarios, matizadas reflexiones sobre el sentimiento y sobre la experiencia de la soledad. Otros, como "La promesa", recuperan el vitalismo con su gracia. Crece, sin embargo, el desencanto en los poemas finales. En los alejandrinos de "La noche" el pastiche modernista introduce el sarcasmo. "La lluvia", en fin, expresa una desposesión que la fuerza del lenguaje sigue desmintiendo en parte, y es que en esa tensión entre desengaño y pasión, tan barroca, es donde encuentra sus mejores aciertos: "Porque amar es tener y yo no tengo nada,/ que llueva sobre mí con olor de tormenta,/ que la lluvia me muerda y purifique,/ me lama, me acaricie, me resbale,/ o mejor, que me tunda, que me azote,/ que profane hasta el último resquicio,/ que sofoque la más pálida brasa./ Será como morir." En este verso debería terminar el libro.