Image: Del ojo al hueso

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Poesía

Del ojo al hueso

Olvido García Valdés

16 enero, 2002 01:00

Olvido García Valdés. Foto: Mercedes Rodríguez

Ave del paraíso, 2001. 116 páginas, 11’42 euros

"Se adhiere/la palabra al afecto (según éste,/así oímos), pero anhela/un hablar que valiera por sí". Un entendimiento tan radical de la poesía como el que ha venido consolidando Olvido García Valdés en sus últimos libros exige de quien escribe, para salvar el muro del solipsismo, una clara conciencia de los límites.

También un rigor formal no menor que otras alternativas estéticas y además juego limpio con el lector para que la reducción al extremo del hilo anecdótico, la tensión entre la sintaxis y la división en versos que evitan la pauta musical, el salto oscuro entre niveles de sentido, el fragmentarismo, etc., alcancen una productividad de significación que sea de algún modo compartible, y no sólo una abstracción autónoma al margen del receptor. Lo logra en ese espacio impreciso de su escritura "entre lo aproximativo, lo siempre tentativo de la lengua de uso común/y la exactitud", y con poemas de correspondencias, de intensidades y de sugerencias sorprendentes, aunque a veces este lector se queda fuera. Es el riesgo de "nombrar mas no decir: que pasen una a una/ cuentas sin término", como plantea uno de los poemas más interesantes del libro.

"Del libro de los líquenes o el decir", segunda de las cuatro secciones en que se divide el libro, aglutina fragmentos en tercera persona, de carácter metapoético, que proponen claves de lectura: "hablar y escuchar con una impresión de retirada (una película aislante que justo por debajo de la piel cortase el fluido); se habla entonces o se escucha sintiendo ese levísimo hormigueo aislante; se buscan los ojos del interlo- cutor tratando de comprobar, no si siguen lo que decimos, sino si se dan cuenta de esa desconexión y en qué consiste". Más que de retirada, podría hablarse de un juego de distancias y cercanías en el que una rica percepción de la realidad ocupa los huecos dejados por la elusión de lo narrativo o lo reflexivo que suele exigir la desviación imaginativa: "no te engañen los líquidos/colores del invierno, el azogue/de charcas, delicadeza/sin hueso no te engañe, hermosura/es violencia o al menos debe/contar con la violencia, con los verdes/que cortan, con el negro/que resuelve o reduce, de nieve/el halo de la noche".
En las secciones "Si un cuervo trajera" y "De marfil ve sus propios dedos" la tensión entre intimidad y naturaleza crea el espacio de la representación, abigarrado de sugestivas imágenes, en el que se produce (no se instala, sino que se produce) el decir y el no decir de una voz (y de un mirar) que funde muy distintas instancias, de la abstracción a lo cotidiano. Para explicitarlo mejor pueden traerse a colación unos versos de ella, los pájaros (1993), el tercer libro de la autora: "Formas de ti,/la que fuiste y la que no fuiste,/reales el recuerdo o la nostalgia,/los que amaste por no ser tú/y por sentirlos/como si fueran tú".

El miedo, el dolor físico, los afectos, las impresiones de la naturaleza y del arte, los retazos de historias, los procesos psicológicos sin sujeto definido que van ilustrando el proceso que da título a Del ojo al hueso no crean sólo un proceso de interiorización, sino también de exteriorización, a la vez en un decir exento y en una conciencia que se elabora como transitiva. En ese doble proceso asistimos a una anotación interminable de la belleza del mundo, turbadora, no exenta de melancolía: "El alma no tiene más belleza/que la que muestra el cuerpo, mas susurra/la noche y habla el corazón/y acordados y oscuros querrían/seguir siendo. No más alma/en el cuerpo que la que el cuerpo/expresa". Una belleza fría e intensa a la vez, que cuaja en poemas como "El sol de la mañana...", "Nombrar mas no decir...", "A veces el tiempo se dilata..." o "Un colirrojo...", por sólo citar los que prefiero.