Image: Cuaderno de Zahara

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Poesía

Cuaderno de Zahara

José Manuel Benítez Ariza

24 abril, 2002 02:00

José Manuel Benítez Ariza

Pre-Textos. Valencia, 2002. 62 páginas, 12 euros

A lo largo de una década la poesía de José Manuel Benítez Ariza ha ido afilándose hacia la hiriente desolación de Cuaderno de Zahara, su quinto libro, su espacio más desnudo. De Las amigas (1991) y Cuento de invierno (1992) a Malos pensamientos (1994) este poeta logró muy pronto una mirada y una voz personales en su tratamiento de temas comunes a la poesía de la experiencia: "Iglú" o "Campos de Níjar" (anuncio de Cuaderno de Zahara) eran ya logros notables de una escritura de apariencia sencilla y directa que deja al descubierto el entramado de engaños y autoengaños que compone la conciencia y plantea una desolada desilusión en torno al vivir.

De la controversia entre sus personajes interiores, en provechosa lectura de Gil de Biedma, saca sus mejores logros a partir de Los extraños (1998), cuyos poemas se aplican con más facetas a la rigurosa tarea del desengaño: "Días grises de 1996", o "Invitación y renuncia" son otros tantos emblemas de una concepción desilusionada de la realidad que cifran lo más genuino del poeta, que hasta en la reflexión sobre las modestas ruinas de "Acinipo" huye de la grandilocuencia para desplegar la concisa propuesta moral que en la tercera parte de Cuaderno de Zahara se extiende a una contemplación de la naturaleza que acrece su visión de la fragilidad del hombre.

Las dos primeras partes, "Del ensimismamiento" y "Tiempo y lecturas", añaden varios poemas estremecedores a la atmósfera de Los extraños: "Casa en construcción" proyecta sobre el futuro la melancolía del presente y "Un aniversario" propone un insólito homenaje a Lorca. Pero son los 23 poemas de la última parte los que aportan novedades con su paisajismo especulativo. Por momentos, la naturaleza propone "una ilusión de vida simple y clara" (III) y apuntala el sentimiento de armonía (X). En "Los álamos, II" (X), uno de los mejores poemas del libro, la distancia de las cosas se impone y un misterioso fantasma interior (XVIII) desvanece ilusiones. El cuaderno concluye, en "Cementerio de Zahara", en una serena reflexión sobre la muerte.

Con la tensión precisa entre metro y sintaxis para lograr su música propia, con su calculada sobriedad verbal, Benítez Ariza mantiene, depurada, su constante indagación intimista y acuña unas imágenes de oscura belleza en el interior de una naturaleza sentida y pensada desde la desolación. Si la escritura de este poeta ha sido desde el principio una de las más sobrias de su generación, este libro confirma que es también una de las más sólidas.