Poesía

La luz y la palabra

José Luis Rey

24 abril, 2002 02:00

Visor. Madrid, 2002. 137 páginas, 7’21 euros

Como un "ambicioso ciclo poético" se nos presenta La luz y la palabra en la nota de la contraportada, y ciertamente el adjetivo "ambicioso" cuadra como ningún otro a José Luis Rey (Puente Genil, 1973), un poeta a quien Gimferrer le hizo ver "que era posible escribir aún con la misma calidad que Juan Ramón Jiménez", un poeta cuyo primer libro, el que ahora comentamos, es sólo una nutrida antología de sus veinte libros inéditos.

Al igual que Juan Ramón Jiménez en Poesía y Belleza, José Luis Rey comienza La luz y la palabra con una enumeración de los "libros de este libro", con los veinte títulos inéditos de los que selecciona una muestra en esta "antología inusual".

Al lector, sin embargo, no le resulta difícil averiguar que esos 20 libros inéditos ni son 20 ni son inéditos. Ocho libros únicamente se antologan en La luz y la palabra, y el primero de ellos-su muestra es la más extensa- obtuvo en 1996 un accésit del premio Adonais con el título de Un evangelio español. Ese libro, que ahora el autor oculta, comenzaba, a manera de pintoresco prólogo, con una carta de Pere Gimferrer no destinada evidentemente a la publicación; de ella se reproduce el párrafo más elogioso en la contraportada del nuevo volumen.

Ambición, imprecisión, ingenuidad son características de la personalidad literaria de Rey. También una sorprendente facilidad verbal, un gusto, como el de su maestro y mentor, por "el viejo y querido utillaje retórico", que a menudo se condensa en fórmulas de innegable, aunque algo tópica, belleza.

"La edad de la luz", antes Un evangelio español, recrea momentos y personajes significativos de la historia de España: la II República y el golpe de Tejero, Cervantes y Velázquez, entre otros. Las escasas intuiciones se diluyen entre la entrecortada y enfática palabrería. "¿Quién fue Cervantes?", comienza el poema titulado "El aire". Y termina: "Como crece el deseo y se abre en rosas, / águilas tercas en el suave azul, / como estallan los siglos en un canto / y de pronto la paz, de pronto todo, / Cervantes vive. / Contemplad el sol. / Y volamos, canción. Y rasgamos las nubes. / Y Cervantes, Cervantes. / Cervantes somos nosotros".

De la belleza y la poesía, muy juanramonianamente, tratan otras secciones, como "El azul conquistado", "órbita de Venus" o "El camino del alba". Cuando el poeta abandona el verso libre o las largas tiradas en endecasílabos blancos, sus aciertos parecen mayores: "Ya está aquí la plenitud. / La trajo, al pasar, el viento. / La trajo el agua que corre. / Y la trae cantando el cielo. / La primera plenitud, / la que no tiene secretos, / madre de madres y estrellas, / oro de mina sin tiempo".

Algo de trasnochada estampa, pero no exenta de encanto, tienen los dos poemas en prosa de "La creación", especialmente el titulado "Los poetas ingleses", donde no faltan niebla y cisnes, violines junto al agua, risas de primavera, canción de espuma, plenitud del viento y, naturalmente, fulgor de la belleza. Todo ello en once renglones.

Exclamaciones, reiteraciones, elipsis (muy en la línea de Arde el mar), a ratos casi escritura automática caracterizan a la mayoría de los poemas de La luz y la palabra. También la inclusión y variación de fragmentos ajenos muy conocidos: de Campoamor en "Campesinos del siglo XIX" ("grises pasajes para el tren expreso", "señor cura, escríbame esta carta"), de Rubén Darío en "La edad de plata" ("ínclitas razas ubérrimas") y "El regreso de Rubén" ("está mucho el teclado de los claves dormidos"), de Góngora en "El camino del alba" ("sonora turba de nocturnos bares"), de Blake en uno de los fragmentos de "La órbita de Venus", en este caso con una pedantería que no suele ser frecuente él, pero que resulta muy novísima ("language, language burning bright").

Rey, excepcional caso de vocación poética, quizá debería recordar que no por mucho hablar de poesía, belleza y plenitud se está más cerca de la poesía, la belleza y la plenitud. La poesía no se dice, se hace. Y que haber presuntamente escrito 20 libros de poesía antes de cumplir los 30 años, no es motivo de vanagloria (ningún verdadero poeta lo ha hecho), sino de arrepentimiento y propósito de enmienda ante tantos borradores silvestres. Aunque aspira a ser el nuevo JRJ, de momento sólo lleva camino de convertirse en un nuevo Carlos Clementson (poeta nada desdeñable).