Image: Memoria de soldado

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Poesía

Memoria de soldado

Alfredo Conde

31 octubre, 2002 01:00

Alfredo Conde

Trad. del autor. Edhasa. Barcelona, 2002. 279 págs, 17 euros

Esta nueva novela de Alfredo Conde -Allariz (Orense), 1945- es, como su título sugiere, el supuesto relato de un soldado anónimo que se vio envuelto en una guerra civil en 1934, en un país indeterminado cuyas características físicas no permiten identificarlo con precisión.

Hasta los topónimos son tan deliberadamente exóticos que resultan de improbable existencia: Eol, Oldn, Acctag, Qpo, Omv, etc. Tan acusado grado de abstracción, explicable porque la historia narrada no remite a una guerra concreta, sino a la guerra como tal, a la destrucción del hombre por el hombre, choca, sin embargo, con algunos nombres de cuarteles -San Francisco, San Antonio- y de soldados que se mencionan de pasada: López, Sánchez, Rodríguez, Martínez. Y más aún con algún flagrante anacronismo, como el de colocar entre las provisiones de los soldados -en 1934- latas de fabada (págs. 77, 89, etc.), lo que, si fuera posible, dejaría pocas dudas acerca de la localización de la historia, a pesar de su deliberado escamoteo.

El narrador, reclutado tempranamente y arrancado de su entorno familiar, relata los hechos con la buena fe y el distanciamiento de un espíritu ingenuo y puro que, acostumbrado a observar atentamente a los insectos, va descubriendo poco a poco una sociedad paralela -la humana- en la que todo parece ocurrir al revés: la solidaridad se ha convertido en enfrentamiento, la creación de vida en matanzas violentas, la armonía con la naturaleza en destrucción. Y todo ello sin que el asombrado contemplador llegue nunca a saber los motivos del encono ni de las razones por las que amigos y parientes puedan verse adscritos, por puro azar, en bandos contrarios. "Aquel era el reino del absurdo, del que nosotros éramos sus más esforzados súbditos" (pág. 106), reflexiona el narrador. O bien, cuando, ya anciano, rememora sus experiencias, sin que los años transcurridos parezcan haberle aportado mayor claridad sobre el conflicto: "No sabía quiénes eran los buenos. Si ellos, si nosotros. Ahora lo sé menos" (pág. 110). Lo que destaca por encima de todo es la absurdidad y la irracionalidad de unos hechos, el sufrimiento inútil, el componente pueril e inmaduro por el que unos seres se afanan en mostrar su superioridad frente a otros. El soldado recibe órdenes que no parecen tener sentido, participa en acciones nebulosas cuya función resulta incomprensible, se hunde en un universo inexplicable de naturaleza casi kafkiana, regido por fuerzas ocultas que nunca se manifiestan y del que sólo es posible salvarse mediante la huida. El nombre de Kafka no acude a estas líneas por azar, e incluso algunos aspectos irónicos y hasta humorísticos son compatibles con los modelos recordados del novelista de Praga. Los tres últimos capítulos, donde se narran pormenorizadamente los ridículos actos de emulación de dos compañías contendientes que, apostadas en dos colinas cercanas, se vigilan día y noche, están repletos de una ironía sin sonrisa que transmite muy bien la tonalidad del relato, en otros episodios más titubeante. Porque Memoria de soldado acusa cierta irregularidad en su tratamiento narrativo. El lector recuerda con nitidez algunos sucesos de la historia -además de los mencionados-, como el cautiverio y la afortunada fuga del narrador, mientras que otros se hunden en la penumbra, lo mismo que algunos personajes apenas esbozados, de los que acaso únicamente el sargento bondadoso posee fuerza sugeridora.

La novela, escrita originariamente en gallego, ha sido traducida por el propio autor, no sin algunos borrones: "caminar a modo por el bosque" (pág. 12), "en medio y medio de su feudo" (pág. 72), "zanco de pollo" (pág. 150, por ‘muslo’) "no sabía cuántas veces, ni hasta cuál grado" (pág. 38): los soldados llegan "a bordo de un tren" (págs. 37, 38), como si fuera un barco. Y hay usos poco recomendables: "capturadores" (pág. 107) por ‘captores’, "sospechable"(pág. 270) por ‘sospechoso’, "apercibirse" (págs. 137, 244, 270) por ‘darse cuenta’. Sobra algún giro de ejecutivo contumaz ("habíamos resuelto el tema", pág. 255), y también algunas afirmaciones sorprendente: "Era pequeño y autoritario, pese a ser masón; o por ello mismo" (pág. 108); "llegaba un olor hediondo y fuerte que no lograba mitigar el hambre y la sed que padecíamos" (pág. 125). Lástima.