Poesía

Cancionero. Poesías sueltas. Traducciones

Miguel de Unamuno

28 noviembre, 2002 01:00

Ed. Ricardo Senabre. Biblioteca Castro. Madrid, 2002. 163 págs, 40 euros

Culmina con este tomo Ricardo Senabre su edición de la poesía de Unamuno (el anterior recogía la poesía más habitual del pensador-poeta: Poesías, Rosario de sonetos líricos, El Cristo de Velázquez, etc.) siendo el tomo V de las Obras Completas, de las que se anuncian otros cinco volúmenes.

Recuerda Senabre que un crítico puertorriqueño, José Agustín Balseiro, en vida de Unamuno, dijo que si este era conocido sobre todo como ensayista (aún más que como narrador) quizás aconteciera que a la postre Unamuno fuera sobre todo recordado como poeta y narrador. Aquellas palabras de Balseiro no pudieron sino agradar a Unamuno, porque daban donde más dolía. Unamuno (grande y algo arisco) aún no está bien tratado o rescatado -no hablo de ediciones- como poeta entre nosotros. Aún quienes piensan en Unamuno, ven más al pensador de La agonía del cristianismo o al narrador de Niebla. ¿Poeta? Sin duda. Pero duro. ¿No le fallaba algo el oído? Curioso que fuera Cernuda -tan lejos suyo aparentemente- uno de sus valedores. Llega a decir, en sus Estudios de poesía española contemporánea (1957) que Unamuno es el mejor poeta del siglo XX. Seguro que Cernuda no estaba tan cerca del mundo unamuniano como de la idea, tan de don Miguel, de una poesía meditativa con un ritmo nuevo. Con un sonido distinto al usual.

Unamuno, al buscar una poesía de ideas (ideas sustanciadas con las palabras, como nos recuerda su propio y largo prólogo a lo que iba a haber titulado Cancionero espiritual en la frontera del destierro) renueva el camino de la poesía española -el ritmo de la frase, mejor que el ritmo del verso- desde sus inicios modernistas, a este final Cancionero póstumo (1953) en el que todo cabe. La poesía entendida como un diario, como una sucesión de anotaciones.

Por motivos que ignoramos, Unamuno no publicó el Cancionero que había ido escribiendo en su destierro (desentierro, añadiría él) de Hendaya desde 1928. Y al regresar a España, en 1930, siguió aumentando lo que ya era mucho - a menor ritmo, estaba más ocupado- hasta casi el momento de su muerte, pues su último poema está fechado el 28 de diciembre de 1936. En ocho años, pues -años más que decisivos- Unamuno, entre las palabras, las ideas, la evocación, la lectura o el apunte, compone este Cancionero, con vocación de totalidad, que es --probablemente- la más moderna, la más alta y la más irregular de sus obras. 1755 poemas -muchos breves- de los que Senabre dice son un libro portentoso que, con sus logros y sus defectos, representa la quintaesencia de la poesía unamuniana. Defectos (Unamuno lo advierte) porque no selecciona: va todo lo que escribe. Y logros, porque en el tono diarístico (con rima asonante o consonante) reluce el Unamuno que quería pensar y vivir en un verso suyo, propio. Sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Gran poeta Unamuno, aún por descubrir para muchos. (El tomo se completa con varias poesías no recogidas en libro, desde sus principios, y algunas pocas traducciones -Antero de Quental, Walt Whitman- más tres fragmentos, apenas conocidos, de Medea de Séneca, traducidos polimétricamente).