Poesía

El espíritu de la tierra

Miguel Torga

5 diciembre, 2002 01:00

Traducción de José Luis Puerto. Linteo. Orense, 2002. 293 páginas, 18’17 euros

Hijo de campesinos, emigrante en su infancia al Brasil, estudiante de medicina en la Coimbra de la mítica revista Presença, todo voluntad y austeridad, Torga es una de las figuras más fascinantes de la literatura portuguesa del siglo XX.

A Pessoa le envió uno de sus primeros libros, Rampa, de 1930, cuando todavía firmaba con su verdadero nombre, Adolfo Rocha, y a los corteses reparos de éste respondió con una aspereza que lo retrata entero: "Su carta es amable y confusa -venía a decir-, y la menos interesante de todas las que he recibido. Da una impresión muy pobre de su personalidad artística. Sin duda, usted sabe hacerlo mejor. Ya no es tiempo de Maestros que pontifican desde las alturas". No sorprende tal desencuentro. Torga es el anti-Pessoa. El complejo sistema heteronímico, el inventar poetas que escribían de distinta manera y discutían entre sí, debió de parecerle una payasada. Su concepción de la poesía, su concepción de la literatura, era ingenuamente romántica. Para Torga el poeta no es un fingidor, es un Orfeo rebelde, así se titula uno de sus libros, en lucha contra el mundo.

La antología que ha preparado José Luis Puerto, basada en una selección del propio autor, nos ofrece una buena muestra de las diversas facetas de Torga, incluidas aquellas más alejadas del gusto contemporáneo. La traducción es excelente, a pesar de la constante duda entre eliminar o mantener las rimas consonantes. Sólo muy rara vez, se deja engañar Puerto por algún falso amigo: traduce reiteradamente brincar por "brincar" y no por "jugar".

No cambió Torga de poética a lo largo de más de medio siglo de escritura. Se mantuvo siempre fiel a una manera de hacer que ya en los años 30 se mostraba voluntariamente arcaizante, ajena a las innovaciones de la vanguardia. Hasta el final siguió prefiriendo el verso de arte menor, la rima consonante, un decir entre apasionado y sentencioso que no gusta de perderse en demasiadas sutilezas. A partir de 1962 no publicó nuevos libros de poemas, aunque siguió escribiéndolos hasta el final. Muy de acuerdo con su estética, pasaron a integrarse exclusivamente en los sucesivos tomos de su diario: también los poemas serían anotaciones diarísticas, estarían enraízados con la propia vida y escritos con idéntica verdad notarial.

Pero son muchos los admiradores del diario de Torga, de su novela autobiográfica La creación del mundo o de sus cuentos, que no muestran el mismo aprecio por los poemas. Y la verdad es que cuesta entrar en esta poesía, a ratos especialmente envejecida y declamatoria. Cuesta, pero vale la pena. Tras su algo retumbante y a ratos ripiosa cascarilla, al inmenso poeta que había en Torga (tan patente en su prosa) lo encontramos también en el verso. "Así eres tú, pura emoción vertida,/voz del silencio, soledad mojada", le dice al amanecer. La definición vale también para lo mejor de la poesía de este hombre de una pieza, voluntariamente al margen de la sociedad literaria. Algo de intemporal hay en su mejor poesía, en la que a veces la vida se detiene a ver milagros antiguos, como caer la nieve o un campesino "irguiendo una vid/como una madre que hace la trenza a su hija".