Image: Las edades del frío

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Poesía

Las edades del frío

Rafael Guillén

19 diciembre, 2002 01:00

Rafael Guillén. Foto: Andrés Casado

Tusquets. Barcelona, 2002. 141 páginas, 11 euros

Como tercer título de una trilogía escrita a lo largo de más de treinta años, quiere Rafael Guillén que sea considerado su último libro. La entrega inicial, Límites, apareció en 1971; la siguiente, Los estados transparentes, en 1993.

Las edades del frío sirve de epílogo a esa peculiar indagación en los enigmas del tiempo y de la existencia. Rafael Guillén, granadino de 1933, es uno de esos poetas que, aun contando desde sus inicios con un considerable aprecio crítico, no ha formado nunca parte del núcleo más prestigioso de la generación a la que cronológicamente pertenece, la del 50. Su poesía, un tanto convencional en los 50, comienza a adquirir personalidad en 1964, con la publicación de El gesto, primer título de otra trilogía. Poesía amorosa y existencial, de morosa sintaxis, donde la anécdota es sólo un pretexto para la creación de una atmósfera obsesiva, llena de irrealidad y misterio.

El riesgo de la poesía de Guillén, de su poesía mayor, es la nebulosidad más o menos trascendental, un decir perifrástico menos sugerente que impreciso, el convertir el tanteo y el rodeo verbales en fórmula.

Si Límites es su título más personal, Los estados transparentes resulta el más atractivo. Casi libro de viajes, trascendida colección de estampas, el poeta no olvida en él los referentes de los que parte la meditación, y por si no quedan claros se cuida de recordárnoslos al fechar los poemas en las notas finales. Las edades del frío, coincidente en eso con una cierta voga de la poesía "metafísica", con un descrédito de la narratividad y la anécdota, ha querido ir más allá. Un breve prólogo explica el título y parece querer anticipar una lección aprendida en la nueva física: "Ahora, cuando el espacio no es uno [...] ahora, cuando el hombre pierde de nuevo pie, y ya para siempre, empieza la otra soledad, comienzan las edades del frío".

Del tiempo, el espacio, la materia y el movimiento -nada menos- tratan cada una de las cuatro partes de un libro un quizá más deliberado que intuido. Una relación amorosa unifica los distintos fragmentos, que juegan a descubrirnos otros mundos o a sugerirnos su existencia. Pero no faltan los tópicos ("el otoño embestía como un bisonte herido") ni tampoco las vagas moralejas o los juegos con el tiempo que un día fueron ingeniosos o a los que se puede dar la vuelta sin que nada cambie ("porque el tiempo no existe: / lo que existe es la historia").

Resultaría, sin embargo, injusto considerar este libro únicamente como epilogal y formulario, como una concesión a esa moda que confunde poesía de pensamiento con abstractas generalidades sobre el tiempo, la materia o el sentido de la historia (puestas aquí, un tanto paradójicamente, en boca de un amante que se dirige a su amada). Hay también en Las edades del frío iluminaciones, esa transparencia que viene, como se nos dice en un poema de Límites, "desde algún más allá de lo consciente".