Image: Trama de niebla. Poesía reunida 1978-2002

Image: Trama de niebla. Poesía reunida 1978-2002

Poesía

Trama de niebla. Poesía reunida 1978-2002

Felipe Benìtez Reyes

29 mayo, 2003 02:00

Felipe Benìtez Reyes. Foto: M.R.

Tusquets. Barcelona, 2003. 409 páginas, 20 euros

La primera vez que Felipe Benítez Reyes reunió su poesía completa, en 1992, hizo preceder a sus poemas de un prólogo programático de Luis García Montero que constituía una polémica apología de la llamada "poesía de la experiencia".

La segunda vez, tal introducción fue sustituida por tres ensayos del propio Benítez Reyes, inteligentes y chispeantes, como toda su prosa. Paraísos y mundos (1996) llevaba además el subtítulo paradójico de "Poesía reunida 1979-1991 y otros poemas". Una nota bibliográfica explicaba el sentido y la procedencia de esos "otros poemas" que el autor añadía a su poesía reunida, pero no consideraba que formaran parte de ella. Trama de niebla carece de prólogo y de cualquier indicación bibliográfica, salvo una escueta lista de "primeras ediciones de los libros" en la que no aparecen Estancia en la heredad (1979), Personajes secundarios (1988) ni Japonerías (1989).

En cada nueva edición de sus primeros libros introduce Benítez Reyes algunos importantes cambios. Elimina vaguedades, pomposidades o poemas completos como "En momentos sombríos", de Los vanos mundos, donde el confesionalismo primario resulta excesivo. La nota final de Paraísos y mundos, que ahora se echa de menos, le servía para aclararnos esas y otras modificaciones. En esa nota se explica la no inclusión de Vidas improbables, "una galería de apócrifos en la que intenté ocultar con máscaras mi máscara poética más habitual", "a causa de su reciente publicación". Ahora no se cree necesario justificar la exclusión de un libro de poemas que le valió a su autor el más importante de sus innumerables galardones: el Premio Nacional de Literatura. Pero todo esto son minucias de filólogo y descortesías del propio autor como editor de su obra, que no desmerecen la belleza del volumen ni la importancia de su contenido. Felipe Benítez Reyes es, en prosa y en verso, el escritor más deslumbrante de su generación. Resulta inconfundible en la novela, lírica o vitríolicamente divertida; en el ensayo, erudito y ocurrente; incluso en el más circunstancial artículo periodístico que él eleva con frecuencia a la categoría del poema en prosa.

Como poeta, Benítez Reyes comenzó como heredero del simbolismo y del modernismo, trató de darle otra vuelta de tuerca a los tópicos símbolos de la luna y la rosa, del barco que se aleja entre la niebla y las melancolías otoñales. La voz que nos habla en sus primeros poemas es la de un joven sentencioso prematuramente envejecido: "Pasarán estos años como pasa/a través de los bancos de niebla,/irreal y solemne, el buque negro/cuyo perfil borroso va alejándose/con rumbo a unas bahías fantasmales". En algún poema se acercó luego al mundo del primer Carlos Marzal, tan caricaturizado pronto por los detractores de la poesía de los ochenta: "Porque hemos descreído/de todos los principios,/ está bien no hacer nada,/salir sólo de noche/y apurar una copa / cuando cierran los sitios". Ya en Pruebas de autor se encuentran algunos poemas del mejor Benítez Reyes (como el breve y contundente monólogo dramático "Sebastian Melmoth", pseudónimo de Oscar Wilde), pero es a partir de La mala compañía (1989) cuando se muestra por entero dueño de su oficio. Un oficio personalísimo que no teme aproximarse a muy reconocibles maestros, como Borges, de quien toma el gusto por la enumeración más o menos caótica ("Poema de los seres imaginarios", de Los vanos mundos, "F. S. F." o "Elegía segunda", de La mala compañía, "Cuarto de trabajo", de El equipaje abierto) y a quien se alude expresamente en el poema del que toma título esta recopilación.

Forma parte ese texto de la extensa serie de "Poemas dispersos" que cierra el volumen: comienzan con poemas rescatados del borroso cuaderno adolescente Estancia en la heredad y terminan con un reciente homenaje a ángel González; algunos son ejercicios menores, otros están entre lo mejor de su autor, todos ellos representan bien a un escritor paradójico, a un poeta que maneja como nadie todas las florituras y triquiñuelas del oficio, a un retórico consumado que fuera a la vez un filósofo risueño y nihilista capaz de hacer volar con un explosivo camuflado entre rosas de papel todas nuestras certidumbres.