Image: La canción del antílope

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Poesía

La canción del antílope

Andrés Neuman

27 noviembre, 2003 01:00

Andrés Neuman. Foto: Mercedes Rodríguez

Pre-Textos. Valencia, 2003. 55 páginas, 10 euros

Poeta, narrador, ensayista, traductor ejemplar (ahí está, como espléndida muestra, su versión del Viaje de invierno de Wilhelm Möller), Andrés Neuman es el hombre de letras por excelencia de la nueva generación.

Cuando todavía está lejos de cumplir los treinta años, su obra sorprende por su cantidad y por su variedad; también por un dominio de todos los resortes del oficio que en él parece ser innato. Con La canción del antílope completa este prolífico autor la media docena de libros de poemas, libros que pueden agruparse en tres dípticos: el primero estaría formado por Métodos de la noche (1998) y El tobogán (2002), escritos "en forma de cancionero", con poe-mas de vario tono e intención; el segundo, por Alfileres de luz (1999), en colaboración con Ramón Repiso, y Gotas negras (2003), atinadas incursiones en las diecisiete sílabas del haiku; el tercer díptico lo inicia El jugador de billar (2000) y lo completa La canción del antílope. Lo que caracteriza a estos dos libros, según indicación del propio autor, es el ser "más herméticos y unitarios" que los anteriores.

Algo de deliberado ejercicio de poesía difícil tienen tanto El jugador de billar como La canción del antílope, poemas-libro que pretenden trascender el intimismo y la narratividad que ha caracterizado a buena parte de la poesía última. A partir de una imagen concreta (el jugador de billar, el antílope) el autor pretende ofrecernos una visión del mundo, una objetivada metafísica.

La canción del antílope comienza con un poema titulado "La máscara", en el que el poeta -o el protagonista de sus versos- se identifica con el antílope (criatura "de apariencia agresiva, comportamiento receloso y realidad indefensa"), y termina con "La canción", meta-poética despedida del libro: "Antes de consumirte/hazte digna, canción,/ del dolor de la mano que te nutre". En medio, dieciocho fragmentos que narran un trascendido itinerario doméstico y urbano, el deambular onírico de un misterioso personaje amenazado que se inicia en las calles de la ciudad ("como un sanatorio de emergencias") y termina con una peculiar revisión del Viaje alrededor de mi cuarto, de Javier de Maistre.

A Rimbaud y a su "desarreglo ordenado de los sentidos" se alude en la matizada nota editorial (redactada sin duda por el propio poeta), pero el modelo más cercano podría ser un poeta como Justo Navarro, maestro en el arte de encerrar el desasosiego contemporáneo en una imagen turbadora y exacta, gongorino recreador de atmósferas urbanas próximas a la serie negra. Pero Andrés Neuman, al contrario que Justo Navarro, prefiere el verso libre a las rígidas estrofas clásicas: "La siesta se interrumpe como si alguien soltase las poleas/que sostienen las cajas de los sueños./Sin rozar la ventana, se adensa el cloroformo:/tras el cristal los pájaros, las guirnaldas de luz, el toldo amable./¿No podrías salir a la calle soleada/o conseguir al menos que todo se oscurezca?/Pero sigues allí, bestia entre brumas./Un tránsito de nubes altera los contornos del salón,/luego regresa el brillo. Al pie de tu butaca/-como un dardo olvidado- destella una jeringa".

Al concluir La canción del antílope, un libro más conseguido que El jugador de billar, bastante menos condescendiente con los lectores que El tobogán, nuestra impresión resulta ambivalente. No podemos dejar de admirar a un escritor tan dueño de sus recursos, tan capaz de diversos tonos, pero nos queda la duda de si acabará siendo, si no será ya, victima de su facilidad, precoz prisionero de una postmoderna y retórica cárcel de papel. Admirable ejercicio, en cualquier caso, y no sólo eso, es La canción del antílope. No importa demasiado que el autor, con su versatilidad y su precocidad, acabe interesándonos más que este su último libro (que no es el último escrito), aplicada y bien desarrollada parábola sobre la fragilidad y el desamparo del hombre contemporáneo.


Esas horas con trampa...
Esas horas con trampa, que arden hacia dentro
como un cajón de luz; las que desfilan
a lo largo de un túnel, balas del calendario.
Horas en las que acaso no puedes retirar
de tu rostro la máscara, demasiado sincera para ti,
esas horas en las que acabas viendo
el modo en que la muerte, sigilosa,
desliza sus tirantes y enseña la clavícula.
Andrés Neuman