Image: Viaje de invierno

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Poesía

Viaje de invierno

Wilhelm Möller

27 noviembre, 2003 01:00

Wilhelm Möller

Acantilado. Barcelona, 2003. 79 páginas, 12 euros

La poesía se mueve entre lo posible y lo imposible. La traducción, también. Las canciones de Wilhem Möller son más conocidas por la música de Franz Schubert que por la letra de su autor: pertenecen más a la música que a la literatura.

Lo que no deja de ser una expropiación. Juan Benet intentó devolver su título, al menos, a la literatura. El traductor ha ido más lejos y se ha atrevido a más: ha querido restituir las canciones a su primitiva condición -la de poemas-, pero lo ha hecho de una manera diplomática y hábil: las ha devuelto a su palabra, pero manteniendo lo que hizo a Schubert descubrir su música. Y eso le ha llevado a seguir el texto de 1824, en el que estas veinticuatro canciones adquieren su versión definitiva, y a mantener en su reescritura la delgadez fónica y la agilidad aérea que caracterizan la naturaleza y el cuerpo estrófico del original. Andrés Neuman no traduce sino que reinterpreta y, al hacerlo, encuentra una forma de lirismo tan literario como musical.

El lector, que conoce la música casi más que la letra, lo sigue de buen grado, y las canciones del Viaje de invierno vuelven a ser en ese su sonar. El heptasílabo -casi polivalente- y la variante del endecasílabo -combinada, o no, con aquel- le permiten articular un curso más métrico que rítmico que, cuando no se ve interrumpido por lo que Vicente Gaos llamaba "la rima en grado cero", produce melismas y asonancias asociadas y unidas a la emoción de una tonalidad. Bastaría insistir en un par de estrofas, que quedan fónicamente cojas, y reescribirlas, para que todas las versiones tuvieran el mismo clima de lograda unidad: el que deriva de los dinstintos romanticismos que lo cruzan, y el que nos hace sentir la angustia de los diversos temores que lo pueblan. El poeta-bibliotecario Möller era un poeta menor, al que la clave de lectura de Schubert elevó de registro. De ahí que la música haya acabado imponiéndose a la letra, y de que sea ésta, inseparable casi de la música, la que esta libre traducción intenta reinterpretar más que reconstruir.

Las canciones de Möller tienen una economía lingöística máxima: el traductor se acerca a ella en las dos primeras estrofas de "Lágrimas heladas", en su convincente recreación de "Erstarrung", en el condensado dinamismo con que vierte "El torrente", en "Auf dem Flusse" -cuyo tercer movimiento pudo ser la fuente de uno de los más conocidos romances de Gerardo Diego-, en "Röckblick" y "Der greisse Kopf" -que remite a Anacreonte-, en las asonancias, casi modernistas, sobre las que articula las rimas de "Mañana tormentosa"; en la sintaxis rápida y coloquial de "Fuego fatuo", en el circuito estrófico que rige "Sueño de primavera"; y en la plasticidad narrativa de la anécdota atenuada que hay en "El organillero". "Mut" no está bien traducido ni en su título -que corresponde, más bien, a nuestro "¡ánimo!"- ni en el modo del verbo del final.

Viaje de invierno es un texto a cuatro manos y casi a cuatro voces: las de Willem Möller, las de Franz Schubert, las de Neuman y las de Justo Navarro, que recorta una imagen y objetiva un posible diálogo entre la música que "era una sociedad" y Schubert que era "un hombre sin domicilio fijo". Tal vez sea esa la clave de lectura que las canciones de Wintereise tienen, y tal vez sea eso lo que Schubert supo ver en Möller y lo que Neuman ha sabido acercarnos en su correlativa e intertextual lectura de los dos.