Image: La flor de Californía

Image: La flor de Californía

Poesía

La flor de Californía

José María Hinojosa

18 noviembre, 2004 01:00

José María Hinojosa

Ed. A. Sánchez Rodríguez. Fundación Lara. 115 págs, 15. euros

Se cumple este año el centenario del más raro poeta del 27, fusilado como Federico García Lorca en agosto del 36, pero de fortuna literaria radicalmente diversa. Desde sus primeros escritos Lorca fue saludado como un genio, aplaudido por todos. A José María Hinojosa no terminaron de tomarle en serio ni siquiera sus mejores amigos.

él mismo acabó considerando su obra literaria -publicada entre 1923 y 1931, entre los diecinueve y los veintisiete años- como un capricho juvenil. Tras la proclamación de la República participa activamente en política desde posiciones cada vez más derechistas. Poco después del comienzo de la guerra, el 24 de julio, es detenido en su Málaga natal; el 22 de agosto, tras un bombardeo de los sublevados, es asaltada la cárcel y medio centenar de presos -el poeta, su padre y su hermano, también un hermano de Manuel Altolaguirre- serán fusilados como represalia ante las tapias del cementerio.

Los libros de Hinojosa aparecieron en bellas ediciones de autor con ilustraciones de Dalí, Bores, Benjamín Palencia o Moreno Villa. Apenas si tuvieron eco crítico en un momento en que los integrantes de la nueva literatura practicaban un eficaz sistema de bombos mutuos. Para los Guillén y los Salinas, Hinojosa no pasaba de ser el hijo de una familia acomodada que jugaba a ser poeta y a ser moderno (y su posterior evolución pareció darles la razón). Pero hoy sabemos que Hinojosa fue algo más: el introductor del surrealismo en España. Todos los que vinieron inmediatamente después están de algún modo en deuda con él: Buñuel y Dalí, Lorca y Alberti, Cernuda y Aleixandre. Fue un precursor. ¿Pero sólo un precursor? ¿Su obra no pasa de apresurados borradores comparada con la de sus compañeros de generación?

Al mismo tiempo que J. A. Mesa Toré en Huerga y Fierro, Alfonso Sánchez Rodríguez -junto con Julio Neira el máximo especialista en el poeta- reedita ahora La flor de Californía (1928), quizá el más sugestivo de los libros de Hinojosa. El humor y el disparate, y de vez en cuando una rara iluminación, un deslumbrante destello poético, caracterizan a unos textos que oscilan entre el relato y el poema en prosa. Sánchez Rodríguez, en su documentado prólogo, analiza las fuentes de La flor de Californía y encuentra ecos muy notorios de Los cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse, y de Ramón Gómez de la Serna. La segunda era una influencia que entonces estaba en el aire y que salpicaba y fecundaba -como señaló Cernuda- a toda la joven literatura. No faltan las greguerías en los textos de Hinojosa: "La ciudad disparó sus calles en el vacío", "Los árboles venían a mi encuentro en dos filas simétricas con sus ramas peludas abiertas para estrecharme contra su corazón y exprimir hasta la última gota de vodka de las estrellas polares en el recipiente de mis cuencas vacías de ojos pero llenas de miradas". Lo que más abunda en ellos, sin embargo, no es la ocurrencia ingeniosa, sino las imágenes plásticas que nos remiten a los cuadros de Dalí y a las primeras películas de Buñuel: "Aún no había pisado el umbral de la puerta para salir de la iglesia y ya se paseaban los gusanos por mi pechera almidonada y blanca, por mi pechera impecable de buceador nocturno. Salí a la calle y los gusanos me habían sacado ya los ojos".

"Textos oníricos" se titula la segunda parte de La flor de Californía. Desaparece ahora la leve trama argumental de los capítulos iniciales. El relato se convierte en poema en prosa, en un ejercicio de escritura automática que, en los mejores casos, es algo más que escritura automática: "Mi alma, aquí la tengo. Sin aumentar ni disminuir puede extenderse ella sola por el mundo entero. Mi alma y mi cuerpo aquí los tengo, y ahora crepitan entre las llamas de todas las verdades y bajo las miradas de todas las calaveras". Al contrario que Lorca, el poeta José María Hinojosa no murió fusilado. Ya había muerto antes, sustituido por un acomodado terrateniente que defendía sus propiedades de la reforma agraria republicana. Pero no había muerto del todo. Alfonso Sánchez Rodríguez nos ayuda a ver en él algo más que una anécdota de época.