Image: Poesía completa

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Poesía

Poesía completa

Henrik Ibsen

3 febrero, 2005 01:00

Edvard Munch: Ibsen en el gran café 1898)

Traducción y prólogo de Jesús Pardo. Losada, 2004. 227 págs., 17 e

A diferencia de Strindberg, cuya obra poética está a la altura de su innovadora dramaturgia, la de Ibsen se encuentra tan por debajo que ni siquiera admite la comparación. Jesús Pardo, que nos abrió el acceso a la primera, ha querido facilitarnos el paso a la segunda, aunque sabe la distancia que hay entre las dos.

La de Strindberg tenía tanto peso formal como calado filosófico, y casi todo el ideario de su época estaba, de un modo u otro, recogido en él. Ese no es el caso de la escritura poética de Ibsen, caracterizada -como su traductor explica- por una extraña "mezcla de universalidad y localismo" que, sólo en su madurez, alcanza un cierto grado de equilibrio y logra constituirse en unidad.

Sus primeros poemas aúnan lo irónico y lo autobiográfico, tematizan episodios de la historia o de las leyenda nórdicas, y se ajustan a las normas de la tradición. Sin embargo, hay en ellos algunos elementos que superan los gustos de la época y se acercan a los rostros de la modernidad. Me refiero a esa interesante fuga de sentido que se produce no tanto en los versos como en sus contornos y que dejan, envueltos en un aire de misterio, lo que un sentimiento más burgués de la vida habría decidido ocultar. Ibsen reserva esto para los dos últimos versos de las estrofas, imbuidas de decadentismo modernista por la química de su adjetivación. El simbolismo suministra los tonos y los temas de estas composiciones iniciales.

Su concepto de la situación y de la escena le permite desarrollar un tipo de poema-cuadro, que podría llamarse "de interior" y en el que privan la medialuz y lo nocturno, que Ibsen extiende a la naturaleza: "El sol poniente lo arrastra todo./ Y no hay defensa contra nada". Opta así por una poesía descriptiva, que es menos de paisaje que de movimiento y en la que no faltan los cisnes ni otros motivos -como el del Rey Oscar- que comparte, como tantos otros, con Rubén. Para Ibsen no hay medicina mejor que un bello sueño, ni ritmo que no sea el de sus cláusulas. Lo que llena su lengua de una productiva musicalidad que las sabias versiones de Pardo reproducen. Pero lo más original de esta escritura reside en el desarrollo de la epístola poética clásica y en su adaptación a los nuevos usos que su autor le da. Eso y la actualización del poema narrativo romántico está en la base de sus escasas, pero significativas, innovaciones, a las que podría también añadirse su vivencia, casi unamuniana, de la intrahistoria y la cotidianeidad: "De mi vida doméstica" contiene versos que podrían ser tanto de Unamuno como de Cernuda. Muestra su preferencia por la pintura de Correggio y de Murillo, en lo que coincide con Chateaubriand, y por un tema muy del 98: las mesetas, a las que dedica un largo poema articulado en nueve partes. Maneja con acierto la técnica del monólogo, dramático o no; afirma que la prosa es sólo para ideas y el verso para visiones.

Su dominio del poema largo y, en su madurez, también del verso gnómico hacen que esta poesía, en parte arqueológica, sea, en determinados niveles, también actual. Contribuyen a ello su atmósfera y los exactos tonos en que Jesús Pardo la ha sabido transferir a nuestra lengua. Gracias a ello podemos acceder a lo que Ibsen, en la suya, representa: la continuidad de una tradición próxima y ajena, pero en la que podemos reconocer el hallazgo de las ocasiones, sus cambios y su continuidad. Ibsen no es Strindberg, pero su obra poética aporta ángulos capaces de ofrecer una nueva visión de las cosas. Aquí nos hemos limitado a sugerirlo y a celebrar los logros de una exigente, cuidada y elegante traducción.