Image: La voz que me llama

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Poesía

La voz que me llama

José Antonio Muñoz Rojas

10 febrero, 2005 01:00

José Antonio Muñoz Rojas. Foto: Emilio Morenatti

Pre-textos. Valencia, 2005. 65 páginas, 10 euros

Caso único en la literatura española el de José Antonio Muñoz Rojas. Hermano menor de los poetas de la generación del 27 (su primer libro apareció en 1929, cuando cumplía su autor veinte años), todavía sigue publicando nuevos libros de versos. Y con mayor profusión que en otras épocas.

Tras Objetos perdidos (1997), ha aparecido la nueva edición de Cantos a Rosa, con numerosos inéditos de los 90, Entre otros olvidos (2001) y ahora La voz que me llama. Aunque gustosamente al margen del mundo literario, Muñoz Rojas no ha querido ni podido dejar de contagiarse de las tendencias estéticas de cada momento. Fue surrealista con Ardiente jinete (1931) y garcilasista a su manera con los Sonetos de amor por un autor indiferente (1942): "Yo te daría, amor, yo te daría,/la viña y el almendro y el olivo,/la tapia que le sirve de recibo/a tanta madreselva y lozanía".

Escritura automática, aunque de muy otra manera que en los años treinta, con algo de ludismo lopesco, hay en los Cantos a Rosa (1954), para algunos críticos su mejor libro poético, aunque la mayoría se inclina a considerar como tal a Las cosas del campo, poemas en prosa de estirpe juanramoniana, cuya primera edición es de 1950 y la última, la primera completa, de 1999. Entre 1954 y 1980, José Antonio Muñoz Rojas fue escribiendo dos libros, Consolaciones y Oscuridad adentro, inéditos hasta su inclusión en Poesía 1929-1980, recopilación a cargo de Cristóbal Cuevas, para quien esos libros representan una etapa "de perplejidad filosófica y cristiano pesimismo". La actitud pascaliana y el ejemplo de Unamuno se vierten en unos poemas "más libres de ataduras formales" en los que culminaría un lirismo "de contenido cada vez más filosófico" y de expresión más sencilla y coloquial. Luego vendrían los años de silencio hasta la sorprendente eclosión de los últimos años.

Poesía de senectud en el más estricto sentido de la palabra es la de los libros recientes de José Antonio Muñoz Rojas, una poesía cuyo valor como documento humano resulta innegable, pero cuya eficacia estética más de un lector sin duda cuestionará, de modo similar a como ocurría con los voluminosos libros últimos de Jorge Guillén o con Duda y afirmación sobre el Ser Supremo, de Dámaso Alonso. "Jugando con palabras siempre estoy" comienza La voz que me llama. E improvisaciones, vagos juegos, leves fragmentos son la mayoría de los poemas. Copio uno de ellos: "Tantas cosas sin decir, a punto/de palabra, hierven por dentro/por la voz que rompa/lo que se nos queda dentro/hirviendo, por romper".

Y sin embargo, a pesar de su carácter menor (aunque no tanto como el balbuceante Objetos perdidos, Premio Nacional de Literatura), hay en La voz que me llama alada y verdadera poesía. Son poemas que recuerdan a la etapa final de Eugénio de Andrade (a Andrade se le glosa precisamente en Entre otros olvidos), poemas en los que el poeta renuncia a cualquier alarde y parece que se escriben solos, poemas hechos únicamente con leves hilachas que asoman en la general desmemoria: "Una ramita,/cuatro insignificantes florecillas,/qué manera de devolvernos/en la levedad de un olor,/ en la insignificancia de algo/entre lugares, instantes,/una mano que te lleva,/un corredor reluciente./Miro al árbol de la nieve,/el patio aquel, el patio, aquella sombra,/la mano aquella todavía".

Poesía, esta última de Muñoz Rojas, que requiere más que ninguna otra la complicidad del lector. Es necesario afinar el oído, leer y releer sin ninguna prisa, para ser sensible a su melodía: "Qué población de resonancias,/de presencias, al quedarnos solos./Qué inesperadas compañías/acuden al abrirse los silencios,/ qué canciones de amor/ siempre sonando". La poesía tiene sus caprichos y vuelve de pronto, cuando menos se la espera, como esa mujer que, en el último poema de La voz que me llama, llega con su misterio y nos deja llenos de él la casa y el corazón.