Image: El mar o la impostura

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Poesía

El mar o la impostura

Jorge Urrutia

17 febrero, 2005 01:00

Jorge Urrutia. Foto: Mercedes Rodríguez

Premio Gil de Biedma. Visor. Madrid, 2005. 112 páginas, 6 euros

"Un hombre es un viaje, una escritura": el simbolismo del homo viator sirve una vez más de base a Jorge Urrutia sobre la que organizar la cuidada estructura de esta nueva entrega, que reafirma la unidad esencial de la poesía del autor y que viene a ser la otra cara de su libro anterior, Una pronunciación desconocida (2000).

Frente a la compleja iluminación, de carácter más intimista, que configuraba éste, ahora El mar o la impostura -que contiene muchos de los mejores poemas del autor- establece una perspectiva narrativa, de apariencia más exterior, en torno al mito múltiple de Ulises que, junto a las constantes llamadas a la intertextualidad, enmascara a medias la instancia enunciativa y propicia a la vez la reflexión metapoética y la indagación intimista en torno a la experiencia. Experiencia de vida, de cultura, de reflexión intelectual -a la vista está el denso entramado teórico que sostiene la metapoesía en la escritura de Urrutia-, pero también sensorial, material. "Saber es conocer", se titula uno de los poemas del libro, como en Una pronunciación desconocida, y aquí son los sentidos los que proporcionan el hilo de Ariadna de un conocimiento que es también sentimental: "Es tocar todo el ser, el existir,/saberse vivo, respirando y bebiendo,/tocando el vaso,/ acariciando el aire [...] Porque es tocar origen de los conocimientos/y el recuerdo es memoria de tu piel/ tocada un día y convertida en mundo./Tocada un día/y hecha universo, realidad invisible./Por el tacto ya suya para siempre/en su mirada".

El tácito cuestionamiento del sujeto poético, constante en Urrutia, se proyecta sobre la misma estructura del libro, organizado en la alternancia de cinco trípticos (en torno al decir y al conocer) y cuatro "libros" que desarrollan en dos niveles textuales de variados registros el argumento narrativo de la odiseica singladura de su protagonista genérico. Entre tantas cuestiones como propone este libro destaca la tensa e inestable relación entre vida y poesía que se trenza en sus poemas sucesivos, pues si de un lado "a la postre, sólo la escritura es", de otro "nada vale el esfuerzo. La escritura/inútil es para ordenar el sueño". Entre ambas apreciaciones "son las palabras/escalones de piedra desgastados/que prestan poco apoyo al caminante", quien, sin embargo, "escribe este poema por si el ala atrajese/hacia su permanencia la plenitud huidiza".

Como en Aleixandre, cuya dicción última recuerdan algunos poemas, esta inestabilidad del sentido se apunta ya en la disyunción/identificación del título y se desarrolla como principal línea de fuerza. El poeta asedia en múltiples variaciones experiencia, lenguaje y conocimiento, y en sus enigmas bucea, a veces de forma aparentemente tautológica ("llega un día en que el límite/ limita con sus propios límites"), otras sugiriendo amplificaciones sugestivas, y siempre apuntando a la esencial tensión existencial en torno a la que giran las metáforas derivadas de las singladuras superpuestas (homérica, joyceana, pessoana, etc.) y de las numerosas variaciones entre las que destacan algunos homenajes, como el dedicado Juan Ramón Jiménez.

Si el de Ulises y otros nombres sirven de pretextos o máscaras a la cautelosa búsqueda del poeta, el libro avanza desde la prosa metaliteraria ("Porque sólo soy verbo") y el poema narrativo hacia una creciente intensidad que no elude el adorno retórico ("Lame el azul con dulcedumbre el suelo"), que ahonda en la emoción mediante logradas imágenes sensoriales y que impone entre la espesura intertextual unos efectos de inmediatez e inspiración que impregnan, para mi gusto, los mejores momentos de este libro: "Primera visión de Santarém", "Testimonio", "Entrega", "La voz entumecida", "Ninguna piedra guarda la memoria del hombre", "La innumerable confusión de sombras" o "El discurso de Ulises", magnífico poema conclusivo: "He regresado a ítaca. He vuelto a la rutina/que creía olvidada [...]/ Cuando cierro los ojos por la noche/ y me abraza Penélope amorosa/veo rostros de mujeres, largos brazos de hombres agitándose,/gestos de adiós perdiéndose en las olas..."