Poesía

En la llama. Poesía (1943-1959)

Juan Eduardo Cirlot

22 diciembre, 2005 01:00

Juan Eduardo Cirlot. Foto: Archivo

Siruela. Madrid, 2005. 704 páginas, 30 euros

Advirtió pronto lo minoritario de sus objetivos creadores y cómo ni la realidad cultural española ni la tendencia mayoritaria de la poesía tenían nada que ver con sus mundos interiores propios. Así deben entenderse estas palabras de 1950: "¿Para qué cantar a esa sombra colectiva, aunque sea real, lo único verdaderamente real? ¡Abajo la Máquina de Trovar y el comunismo del alma! Yo soy Cirlot, sólo canto mis problemas particulares, mi espíritu, ilusión o no, particular -mis goces particulares, mis dolores particularísimos".

Este voluntario malditismo, este "aristocratismo lírico" (como lo llamó Leopoldo Azancot) ajeno a la historicidad de los sentimientos era la condición inabolible de un vanguardismo radical alimentado por una intensa indagación en las diversas artes, en los saberes antiguos, en las vanguardias contemporáneas. Tan sólo en 1972 se decidiría Cirlot a dejar en manos de Azancot la publicación de sus entregas últimas, que aparecieron póstumas en Editora Nacional en 1973: Poesía de J. E. Cirlot (1966-1972).

Quedaban en la sombra los numerosos poemas y breves conjuntos escritos desde 1943, parte de los cuales la recogería, en 1981, Clara Janés en su edición antológica (Cátedra). De entonces acá, hasta la magnífica edición del ciclo Bronwyn a cargo de Victoria Cirlot (Siruela, 2001), sólo algunas ediciones -88 sueños (1988), 44 sonetos de amor (1993), Variaciones fonovisuales (1996) o Pájaros tristes (2001)- han posibilitado la difusión de este poeta-isla cuya honda palabra sigue encerrando un fascinante poder de sugestión.

En la llama lo demuestra. Enrique Granell, uno de sus mejores conocedores, ha editado e ilustrado 27 entregas poéticas de Cirlot entre 1943 y 1959, además de los textos de la revista "Dau al Set", de numerosos poemas y escritos en prosa agrupados en las secciones "Con los surrealistas" y "Poética". Tan abundante producción muestra la densidad del proceso creador del autor, cada vez más consciente de las implicaciones de su visión del poeta como "exhumador de un mundo antes irredento" (p. 71). Para comprender el alcance de dicha conciencia artística es imprescindible considerar que a lo largo de ese período Cirlot publicó casi 30 estudios sobre mitología, el arte románico, cubismo, surrealismo, la pintura abstracta, Miró, Gaudí, Cuixart..., además de los imprescindibles Diccionario de símbolos y Diccionario de los ismos. Unas palabras de éste sintetizan la fuerza interior de la busca cirlotiana: "Según el rabí Joseph ben Shalom de Barcelona (siglo XIII), el abismo deviene visible en cada brecha[...]. A más grietas, más interficies en contacto con la entidad inefable."

A esa indagación en las grietas de la realidad y del lenguaje responde el conjunto reunido en este volumen, que ya justificaría por sí sólo la reivindicación del poeta anterior a Bronwyn (y al resto de su escritura). Sigue sorprendiendo la intensidad con que Cirlot se lanzó a la búsqueda siempre insatisfecha, y heteróclita, y amarga, del mundo de los sueños y los símbolos, y, sobre todo, de esa "otra cosa" que es el yo, de las fuentes de la "vida muerta", de ese renacer dentro de la muerte que terminaría llamándose Bronwyn -¿lo supo alguna vez Rosemary Forsythe?-, motivos básicos de su poesía dentro de la indagación de "lo real absoluto" que la constituye.

Ni la reiteración de motivos ni la prolongada queja que ocupan los poemas perturban la lectura continuada de estas páginas, antes al contrario: forman parte de la espiral en la que Cirlot varía, deconstruye y trasciende hacia lo "informe", alejándose del surrealismo y de cualquier tendencia particular en alas de un impulso creador interminable. Títulos como árbol agónico, En la llama, Susan Lenox, Diariamente, 80 sueños, El palacio de plata, La dama de Vallcarca o los sucesivos Canto de la vida muerta muestran la variedad de una escritura siempre fiel a su designio único. Deberían leerla los poetas más jóvenes: los que oscurecen sólo porque sí sus versos y temen indagar más allá de lo evidente.