De pérdidas y adioses
Maria Victoria Atencia
26 enero, 2006 01:00Maria Victoria Atencia. Foto: Rafael Díaz
Poesía más y más depurada, la de María Victoria Atencia atiende en sus textos últimos a un despojamiento de la anécdota que acendra más y más su creación. En la estela de poetas como Juan Ramón Jiménez o Jorge Guillén, el contacto íntimo con las realidades materiales, y preferentemente con las más cercanas de su circunstancia biográfica, sigue siendo el que proporciona el impulso poético para elevar aún más el vuelo verbal e imaginativo.
"Siempre/ digo las mismas cosas, y yo lo sé", decía María Victoria Atencia en El hueco (2003), su libro anterior. Pocos poetas tan reconocibles: el poema breve en alejandrinos o endecasílabos, los claroscuros del derredor, el decir reflexivo cuajado de interrogantes en torno a un conocerse cada vez menos complaciente en su dura lucidez, que se ofrece al lector como espejo e invitación a su propio conocimiento. En El hueco las eventualidades diarias, los viajes y las evocaciones servían su anécdota a veces en apariencia intrascendente para materializar fugazmente la indagación más allá. Se creaba así un ámbito de visiones, inquietudes y revelaciones que, limitándose a la realidad concreta de una experiencia íntima y personal, buscaba el modo de salir al encuentro de una conciencia del final que, sin embargo, por su honda condición elegíaca no soltaba las amarras del todavía. Ahora, en De pérdidas y adioses, la poeta desborda por momentos la habitual musicalidad de su métrica en ritmos menos regulares muy acordes con la ambigöedad de un discurso que va de la transparencia a la oscuridad. Porque ése es el ambiente del libro: una oscuridad de tiempo y despedida, de entrega y resistencia, de conciencia y deseo perdurando. Como buena elegíaca Atencia canta lo que se pierde, pero el componente que da originalidad al conjunto es esa doble índole amorosa de los poemas ("Como dios en el cisne", por poner un ejemplo) que va enlazando el sentir personal con el mundo cercano de Santa Teresa y con la literatura espiritual y que hace avanzar el argumento de la obra hacia la fusión de erotismo y espiritualidad: "Cuánto habré de aguardarte. Participa/ de mí, llega y ocúpame, pues la belleza duele,/ y señala mis días con un registro rojo/ mientras que fluyo y permanezco, y sigue/ mi caudal de tu mano como un río/ que pareciese inmóvil y tuviese sentido/ sólo por ti, y podría/ descargar mi conciencia en tu conciencia, ahora/ que voy perdiendo pie y que gano vida".
De pérdidas y adioses es un libro reflexivo, denso y en ocasiones con voluntad hermética, como en "El desentendimiento", y aunque la constatación de las pérdidas no está exenta de ironía ni de sarcasmos, pesa siempre más la intensidad imaginativa con sus espléndidos logros: el yo que se siente "alberquita escarchada" y que no quiere "ocultar su luz al azabache", la voluntad de un decir "hasta donde el silencio/ no me llene la boca de alfileres", el presentimiento de "pétalo final de una rosa de piedra". Uno de los textos clave en De pérdidas y adioses y que sintetiza el sentido todo del conjunto es "A este lado del paraíso", poema duro y auténtico que lleva la conciencia existencial hacia la reflexión metaliteraria de los poemas que cierran el libro: "La vida puede -la vida perdurable- demorarse en la raya/ entre el vivir y el desvivirse lo que dura/ un instante. A este lado del paraíso/ o al otro, si lo hay, te va a doler de un modo irremediable/ el vacío resumen de tu propia existencia".
El más espiritual
-¿Es éste su libro más hermético?
-Es el más espiritual. Está escrito en la oscuridad, pero iluminado por San Juan de la Cruz. Es el más místico y hermético. Hay más poesía amorosa.
-¿Qué papel juega el lector en esta obra tan hermética?
-Es mi cómplice. Es fundamental en mi obra. él es el que la realiza y le da sentido.