Image: Las bodas de Pentecostés

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Poesía

Las bodas de Pentecostés

Philip Larkin

31 mayo, 2007 02:00

Philip Larkin

Trad. Damián Alou. Lumen 112 páginas, 14 euros

Del amargo Philip Larkin, maestro sin duda de lo que entendemos por poesía de la experiencia -aquella que busca, sin más, la verdad en la realidad que los ojos ven-, se habían publicado ya, entre nosotros, los libros de poemas Ventanas altas (1989), Un engaño menor (1991), Poemas sueltos (1995) y El barco del norte (2003), la novela Jill (1991) y sus Escritos sobre jazz (2004), música de la que fue un entusiasta seguidor. Quizá sea esta música la que explique en el fondo ese otra música amarga que transparentan los poemas de Larkin; música del verso a la que él no renuncia, ni a un determinado tipo de belleza que él admira no en los románticos, sino en un autor como Thomas Hardy.

En la edición de los Poemas sueltos, Jonathan Patrick rastreaba en ellos los temas primordiales de la poesía de Larkin. Pero ¿se pueden fijar estos temas cuando un presente actualísimo, invade los poemas? Patrick se refería probablemente a los temas de fondo, como el miedo, la muerte, el egoísmo), una existencia natural y plana en la que sólo son necesarios un poco de silencio, calor y un trabajo como el suyo de bibliotecario en su refugio de la universidad de Hull. (Reveladora, en este sentido, es la anécdota que Damián Alou, nos recuerda: ante la pregunta de un entrevistador de la revista "París Review", que le pregunta a Larkin por su colega el bibliotecario Borges, él responde irónicamente que no sabe quién es Borges, pero que sí conoce y admira a otro bibliotecario-poeta, Archibald MacLeish. Sorprendente, en cualquier caso, que Larkin admire a un poeta épico y desbordado -tan cercano a los mitos- como fue este último.)

Las bodas de Pentecostés es uno de los grandes libros que escribiera Larkin y el que sin duda le proporcionó esa fama externa que tanto contrarrestaba su vacilante soledad; un libro en verdad, como también señala Alou, "de pura cepa larkiana". La poesía de Larkin puede o no puede gustar, pero nunca se podrá negar su mundo, bien construido en su conjunto y revelador de una voz que se impone por encima de los temas tratados, más allá incluso de ese afán suyo de epatar al lector con improperios y salidas de tono. El poeta se desborda ya en el primero de los poemas del libro, "Aquí", en el que hace una fiel semblanza de ese centro que ha hallado para su vida en Hull, el lugar "donde se alza el silencio", "poblado de luz" y donde "acaba la tierra".

Ya está instalado en su centro y este dato vivencial parece haber centrado su poética, dándole una rotundidad que se mantiene hasta el último de los poemas del libro, "Una tumba para los Arundel", en el que se plantea el viejo tema de la perduración paulina del amor -más allá de la muerte-, frente a la piedra de un monumento funerario ("lo que sobrevivirá de nosotros es el amor"). Luego, en el resto de los poemas, es cierto que esa experiencia de lo inmediato invade los textos, pero la tensión mejor del libro es la que se da entre esos extremos naturales -tierra, amor- que hemos comentado. Sensación que también aviva el poema que da título al libro, en el que un viaje en tren conduce al poeta a otro tema, el de un "rumor" de bodas que le llega de los andenes.

Hay, en estos poemas fluidos que venimos destacando, un afán de enumerar, levemente ensoñador, con cierto aire a lo Dylan Thomas (a veces, hasta en el arranque de los poemas: "Cuando estaba solo en Inglaterra…"), pero luego esa realidad gris en la que el poeta se deleita llega en otros poemas para disminuir la tensión poética. Expresiones como "tipejos asquerosos", "nos lo pasamos bomba" o "un bombón inglés de buena pechuga", o las reflexiones sobre las ropas de mujer en unos grandes almacenes, nada impresionan en un siglo en el que ya se ha escrito todo. Lo mejor está siempre en ese tono natural y fluido, tenso entre la tierra que parece huir y el amor que se escapa -cuyo ritmo el traductor ha apresado muy bien-, y en el que se nos revela un sosegado mundo de costumbres y normas rutinarias, muy inglés, nada estridente.