Poesía

Darwix. Poesía escogida (1966-2005)

Mahmud Darwix

6 marzo, 2008 01:00

Foto: Jacqueline Larma

Trad. Luz Gómez García. Pre-Textos. Valencia, 2008. 269 páginas, 22 euros.

Poseíamos ya un buen conocimiento previo de la poesía del poeta palestino Mahmud Darwix (Birwa, Galilea, 1942). En Hiperión se nos ofrecieron dos de sus libros, Menos rosas y, hace un par de años, El lecho de una extraña, un poemario plenamente amoroso. Con anterioridad, Cátedra nos había entregado otros dos libros, El fénix mortal (2000) y Estado de sitio (2002), en versión de la misma traductora del que hoy comentamos, Luz Gómez García. Ahora, esta antología, muy selecta, nos sirve para tener una visión más completa de este valioso poeta y, a la vez, conocer con más detalle los numerosos registros de sus libros, aunque hay en ellos -incluso en cada poema- ese tono de autenticidad, de poesía-poesía, que nos reconcilia con este género en su esencia, y en unos tiempos en los que el poema "construido" y el desfallecimiento de la inspiración (sí, habrá que volver a utilizar esta tópica palabra), priman en la labor poética. Darwix supera también la prueba de ver cómo su obra mantiene, desde el primero al último de los poemas seleccionados, esa intensidad de lenguaje y esa sinceridad del mensaje que avalan lo auténtico. Entre el breve poema de juventud "La voz del olivar" y el sobrecogedor testamento que es el largo poema "Contrapunto", se mantiene la tensión creadora, expresada con una emoción tierna y natural.

Precisamente estos dos poemas nos remiten a símbolos extremados entre los que se debatió su vida. Porque también en él se da esa constante de que en su obra poesía y vida vayan estrechamente fundidas, hasta el punto de que el lector no sabe dónde comienza la una y termina la otra. Entre ese olivar, esa madre, o esa muchacha (Rita) de los primeros poemas y la "sangre" del desgarrador poema final, hay sin más una vida que es la de este poeta concreto y no la de cualquier otro. Muy pronto aparecen también en sus poemas otros símbolos negadores -la cárcel, el fusil, el soldado- que remiten a esa vida y, por extensión, a los avatares del pueblo palestino a lo largo de los últimos sesenta años, casi la edad que hoy tiene el poeta. Hay, sí, esas notas tiernas de los primeros libros, revelados por una infancia que, a la manera del arranque del "Fern Hill" de Dylan Thomas, protegen como un escudo de la desolación y constituyen las raíces del canto -"Cuando yo era pequeño/y guapo/la rosa era mi hogar/y las fuentes mis mares"-; pero la Historia aflora enseguida para hacer de la vida una obsesiva, terrible dualidad.

La infancia de los primeros amores y contemplaciones se convierte de golpe en una "celda", pero el poeta posee el don de metamorfosear incluso la realidad más cruel. De ahí que la celda sea el lugar en el que también se atisbe la libertad. En su techo, ve lo imposible: "el huerto de naranjos". En consecuencia, la celda será un ámbito que incluso llegue a salvarle de la misma muerte. Junto a esa celda primera hay otra constante que marca una vida unida a la poesía: el exilio. A partir de 1970 Darwix abandona su tierra natal. Vive en El Cairo, en Beirut y acaba en París, donde el poeta dice asistir a una especie de renacimiento de su obra. Ese itinerario se cierra con el regreso a Palestina en 1996, aunque la inestabilidad de su tierra en ningún momento le permitirá recuperar en plenitud los símbolos primeros, los que salvaron su vida. Así que, a la manera de uno de sus poemas, su vida tiene mucho de "la noche del búho", pues su presente parece estar siempre "fuera del tiempo".

Está muy viva la Historia en esta poesía, pero a la vez en esas raíces que son las que verdaderamente entraman el canto, lo vigorizan y lo salvan. Para ello, el poeta le dará la vuelta a la memoria de las guerras. El mito le ayudará a ello y, en concreto, uno tan señalado como el de la Helena troyana. Irá incluso más allá de ese mito primigenio en busca de lo permanente y de lo que verdaderamente salva. Así, recurre a un elemento perenne de la naturaleza -a la lluvia en este poema- para salvarse: "La guerra de Troya no tuvo lugar,/no existió/no…/Pero sí la lluvia,/la pura lluvia". En estos versos resuenan también los de otro poeta, la "túnica deshabitada", la Helena del poema de Giorgos Seferis: la nada terrible que habita detrás de la injusticia, de cada guerra y de sus padecimientos.

CONTRAPUNTO

A Edward Said

NUEVA York / Noviembre / Quinta Avenida /

El sol es un platillo volante metálico /

A la sombra, he preguntado a mi alma extranjera:

¿Es esto Babel o Sodoma?

Allí, en el umbral de un abismo eléctrico

alto como el cielo, me encontré con Edward

hace treinta años,

en un tiempo menos terco que éste.

Nos dijimos:

Si tu pasado te sirve de experiencia,

¡dale al mañana sentido y visión!

Venga,

vayamos hacia el mañana con fe

en la sinceridad de la imaginación, y en el milagro de la hierba /

No recuerdo si fuimos al cine

aquella tarde. Sí que oí a unos indios

antiguos que me gritaban:

No os fiéis del caballo, ni de la modernidad. [...]