Image: Mundar

Image: Mundar

Poesía

Mundar

Juan Gelman

17 abril, 2008 02:00

Juan Gelman. Foto: Jorge Gutiérrez

Visor. Madrid, 2008. 138 páginas, 18 euros

La poesía de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) no es desconocida para el lector español. Pero Mundar cuyo título, según el autor, "puede significar que estoy en el mundo o que el mundo me acosa, no sé...Lo que pasa es que todos tenemos un pasado. Y el pasado nos constituye, forma parte de nosotros. De esto me estoy alejando en los últimos libros. El mío ha sido un pasado marcado por ciertas tragedias, el exilio, la desaparición de mi hijo... que dejan una huella muy fuerte. Me interesa saber qué pasó. Indagarlo, no como nostalgia, sino como pregunta". Escrito entre 2005 y 2007 resulta posterior a su amplia antología Oficio ardiente (Ediciones Universitarias de Salamanca, 2005), en cuidada edición y prólogo de María ángeles Pérez López, que coincidía con el premio Teresa de ávila y el XIV Reina Sofía. Dos años más tarde alcanzaría el premio Cervantes, todos ellos galardones españoles, complementados con el Nacional de la República Argentina en 1997 y el internacional mexicano Juan Rulfo en 2000, que jalonan un dramático exilio, iniciado en 1976, cuando la dictadura argentina mostraba una inaudita crueldad que culminaría, en su caso, con el secuestro y asesinato de su hijo y su nuera y la desaparición de la nieta, nacida de ambos en la cautividad, y descubierta tardíamente. Juan Gelman se instaló inicialmente en Roma y posteriormente en Calella (Gerona), París, Buenos Aires, Zurich, Ginebra y México. Su obra poética, iniciada con Violín y otras cuestiones, en 1956, sufrirá un cambio casi radical a raíz de su exilio. Pero en sus libros más recientes, se tornará más oscura, barroca, secreta.

Mundar abre una nueva y cuidada colección dirigida por Luis García Montero y Jesús García Sánchez, de la que se anuncian ya algunos sugestivos libros. En esta ocasión, se reúnen ciento veinte poe-
mas que, en un mismo tono, no pretenden reflejar una unidad temática ni formal, aunque la voz del poeta resulte siempre reconocible. El último Gelman prescinde de la anécdota, argumento o historia del poema, derivando hacia la esencialidad. Introduce alteraciones en el discurso sintáctico, como en "Cosmos", donde escribe "la pecho" o "lo pájaro", sin que suponga una alteración del sentido del texto: "El pan quemado recuerda a la boca/ que no hable de los/ carbones que encendió./ Hay parásitos, comen/ del sufrimiento a otro, de/ la pecho que cantaba, /de los vivos en la imaginación./El animal del horizonte calla/ sus abismos detrás./ El cosmos tiembla/ como lo pájaro perdido/ sin coartada". La arbitrariedad no reside tan sólo en la alteración de la ruptura de las fórmulas denotativas, sino también de los versos cortados para contener un ritmo que constituye una de sus características esenciales. Desde "Hechos", el poeta se servirá del tajo-corte-cesura y aún irá más lejos en "Descubrimientos": "Derrota/ leo tu libro/// maestra íntima/ ya libre/// de vos/ ¿qué ángel caído/// hay en tu espalda?/vos /// tan siempre/ vi tu cara// un día que volabas// de vos a mi / endemientras// el deseo..." Podemos adivinar el destinatario de alguna composición, como "Saludo": "Querido Marco Antonio: Ella/ seguirá visitando/ tu enorme corazón. Allí se abriga/ contra/ las mordeduras de la época,/ las guerras, los/ malos poetas..." Las palabras se entienden como "materia" y, en consecuencia, pueden alterar su forma: "averaver", por ejemplo; los sustantivos se adjetivan: "huelen a leche madre"; incluso cambia los acentos, como en "páis" y el lenguaje, se torna íntimo en "Andrea escribe a Marcela, "Esa carta de dulzura tan hija/ en cielo cae, es la/ crecida de repente..." Las fórmulas poéticas recurren a mecanismos barrocos, como la paranomasia: "recuerda/ cuerda".

Gelman poetiza desde el recuerdo, como casi todos los poetas, desde figuras o paisajes urbanos recobrados. No desdeña tampoco la sátira: "El otoño se decolora, triste, cuando poetas hábiles/ en la abyección, pisan la/ poesía, su fuego/ por un puestito..." ("Habilidades"), y juega con la cacofonía con una habilidad que habría que enlazar con el barroco o con el más vanguardista Leopoldo Lugones: "Ala./ A la herida./ Alar ido/ al espanto/ que separa la voz del corazón./ El alano que larga su altivez..." ("Alas"). Sus versos pueden convertirse en aforismos: "El pasado vuelve cuando/ desaparece..." ("Volver") y un amargo pesimismo discurre bajo lo que aparentemente podría considerarse como ingenio, fruto de una vanguardia lúdica del pasado siglo. Sólo cuando el amor aparece brilla una cierta luz, aunque en "La muchacha", "cuando ella se visita", se torna doloroso. Hay que imaginarlo en otras circunstancias: "En otro perfecto mundo/ ella/// danza, y el color. Cuánto de sueño/// mucho/ desplomado// en sábanas solísimas". ¿Puede entenderse "otro mundo perfecto"? No parece observarse en la poesía de Gelman tal utopía. El poeta resitúa sus personajes, pero la imagen de la acentuada soledad de las sábanas -la clave del poema se reduce a este incrementado adjetivo- contradice cualquier esperanza. En "Olvidos" el barroquismo de la situación, incluso un declarado tono caballeresco, aunque parte del amor, acaba en una experiencia dolorosa: "¿Cómo de vos se olvida/ mi amor por vos? ¿Ya no se quiere?¿Busca/ distancias, verse como/ paisaje solamente?". Aquí el voseo no se parece al uso porteño, sino al tratamiento arcaico de la dama. Pero predominan la amargura o la derrota, como en "Descubrimientos": "Derrota/ leo tu libro/// maestra íntima/ ya libre/// de vos ¿qué ángel caído/// hay en tu espalda?/ vos///...". Maestro en recursos, sin embargo, el libro discurre sobre un profundo desconsuelo: "...Quietísimas/ las aves del consuelo, aquí no vuelan.", aunque admita haber disfrutado de él. Las sugerentes imágenes oscurecen el significado: "El preso de los ojos que ven/ conoce urdimbres de serpientes." ("Sacar").

Esta poesía última de Juan Gelman nos permite juzgarle, saturado de premios, bajo los parámetros de una permanente creatividad y renovación. Se sirve de la canción, adquiere el aire del tango, entiende el lenguaje en libertad creadora, se esfuerza en no caer en la tentación de lo anecdótico y lo consigue. La utilización de los ejercicios verbales que sorprenderán al lector resultan ahora más para ser escuchados que para ser leídos. Con ellos consigue, además, un distanciamiento propio de humor en versos como "ayes que no pudieron decir ay" ("La pregunta"), que pierden cualquier sentido reiterativo. La dramática aventura subyace, recóndita, aunque el lector hará bien en retenerla para captar la hondura de una creación que busca la permanencia en la diversidad.

Océanos

En el océano del vacío

hay nombres, nombres, nombres.

En el océano de lo perdido,

hay nombres.

¿Quién responde

a este chorro de alma

que los llama? Un oleaje

de nombres, nombres, nombres.

¿Qué los separa de la

grande muerte

en brazos ya de lo que

fueron?

Pedazos

En los pespuntes del amor

hay un odio cosido a la ventura.

¿Por qué? pregunta la pequeña y

tiembla en el bosque de la vida.

La calabaza se

ha perdido en el cuento

incinerado.

Cortan al niño

que anda de botas altas y entra

agua limpia en el alma.

Con sus pedazos hacen

bombas, cañones, infelices.