Poesía

Breve Baedeker lunar

Mina Loy

23 octubre, 2009 02:00

Torremozas. 2009. 89 páginas,13 euros


"América es una gran conspiración para hacerte feliz". Sólo John Updike, ironista extraordinaire, podía hacer caer la más alta aspiración a los fondos más bajos. Pero, ¿y si Updike tuviera razón? ¿Y si la felicidad no fuese sino una opción entre otras, incluida su contraria?

A este respecto, Breve Baedeker lunar da que pensar. Campeona de la ambigöedad vanguardista, Mina Loy (1882- 1966) remasteriza la poesía modernista en formato guía Baedeker, arquetipo decimonónico de nuestras Lonely Planet. Leer es viajar: por unas páginas, por un alfabeto, por una mente. Por la vida de Loy, incluso: pisamos sobre las huellas de la poeta cada paso del camino. La pintura no la hizo feliz, de modo que se dedicó a la literatura, para acabar diseñando lámparas. Ser británica no le bastó, así que se nacionalizó americana. Los hombres no la satisficieron: prefirió el lesbianismo al futurismo de Marinetti, su Pigmalión. Conoció a casi todo el mundo: H.D., Ezra Pound, Gertrude Stein, Tristan Tzara, Djuna Barnes, obviamente Picasso. Frecuentó a los más ricos (Peggy Guggenheim), pero la pobreza bohemia no le fue ajena.

Loy escribió como vivió: por contraste. "Alumbramiento" es un canto a la vida, pero su descripción de los dolores del parto es de un sadismo tal que no desentonaría en el género gore ("Soy el centro / De un círculo de dolor / Que excede sus límites en todas direcciones"). Entusiasta del sexo, no duda, sin embargo, en denominarlo "húmeda carnicería", jurando amor eterno con un chocante "tuve que quedarme atrapada en el débil remolino / De tu humanidad babeante / Para quererte como el que más". La estrategia consiste en expresar una emoción con palabras que signifiquen exactamente lo contrario. Y lo curioso es que funciona.

En 1776, la Declaración de Independencia de los EE.UU. proclamó la búsqueda de la felicidad como derecho humano inalienable, a la par con la vida y la libertad. La palabra operativa es búsqueda: la felicidad no es un estado, sino un proceso. ¿Y si la encontrásemos y decidiéramos que, después de todo, tampoco era para tanto? ¿Y si renunciásemos, consciente y voluntariamente, a ser felices? Es la ley de Loy: liberarse de los absolutos para poner fin a todas las esclavitudes.