Joseph Brodsky. Foto: Sergey Bermeniev.

Joseph Brodsky. Foto: Sergey Bermeniev.

Poesía

'Poemas escogidos', de Joseph Brodsky: una traducción a la altura de su poesía

La traducción de Ernesto Hernández Busto permite escuchar, por fin y sin trabas, la peculiar aleación de la obra del Nobel más joven de la historia.

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Ocurre a veces que al prestigio de un poeta no le acompaña un acceso en condiciones al meollo de su obra. Fue el caso de Czeslaw Milosz, a quien leímos como prosista hasta que la aparición de Tierra inalcanzable (2011), la admirable antología editada por Xavier Farré, nos dio una idea precisa de su grandeza lírica.

17 brodsky

17 brodsky

Poemas escogidos. 1962-1996

Joseph Brodsky

Edición de Ernesto Hernández Busto. Siruela, 2025. 254 páginas. 22,95€

Y ha sido también el caso de Joseph Brodsky (San Petersburgo-Nueva York, 1940-1996), uno de los premios Nobel más jóvenes de la historia –lo recibió en 1987, a los cuarenta y siete años– y que transitó con talento entre dos lenguas (ruso e inglés) y dos universos entonces enfrentados: la Unión Soviética en su etapa geriátrica, y los Estados Unidos de la abundancia, ocupada en digerir –o más bien barrer bajo la alfombra– las lecciones de los años sesenta.

A Brodsky lo hemos leído sobre todo como el autor de un bello homenaje a Venecia, Marca de agua, escrito en inglés, en el que se advierten muchos de los rasgos de su poesía: densidad sintáctica y argumental, nulo apego al victimismo y la exaltación del yo, y un don gustoso para la imagen sorprendente y a la vez iluminadora.

La publicación de la antología No vendrá el diluvio tras nosotros en 2000 fue un primer intento, fallido en parte, por acercar esta poesía al lector hispanohablante. Lo mejor de aquel libro eran justamente las versiones de Ernesto Hernández Busto, escritor cubano afincado en Barcelona que ahora, con estos Poemas escogidos, nos permite oír por fin, sin trabas, con claridad resonante, la peculiar aleación de esta obra.

El libro es el fruto de largos años de trabajo paciente y viene precedido de una introducción modélica. Quien quiera leer a Brodsky en nuestro idioma con todas las garantías –no traducido del inglés, donde sus poemas tienen a lo sumo una existencia vicaria, sino directamente del ruso–, ya tiene donde acudir.

Cabe abrir este libro por uno de sus poemas centrales, “El grito del halcón en el otoño”, escrito en 1975, al comienzo de su estadía norteamericana. El halcón, aquí, hace de correlato de la escritura del poeta, con su visión aérea y su entrega al acto del vuelo, que simboliza la entrega de Brodsky al acto de escribir.

El libro es el fruto de largos años de trabajo paciente y viene precedido de una introducción modélica

El aire que ofrece resistencia al halcón y sostiene su vuelo (conforme a la parábola kantiana) es un trasunto evidente de las palabras, de ese medio verbal que es o debería ser el hábitat natural de los poetas. Brodsky, como el halcón, tiene la facultad de ver desde muy arriba, con amplitud, pero sin descuidar ningún detalle, o mejor: aislando y enfocando cada detalle para crear un mosaico deslumbrante, lleno de riquezas: el “rostro inexpresivo y plano / de algún niño con frío en la ventana […] la ardilla roja / en su abedul […] el ruido de vajilla que se quiebra”.

Su prosaísmo es proporcional a su amor por la impureza del mundo (en “A Seamus Heaney” las “notas más puras” de las gaviotas se califican de “inhumanas”) y a su rigor formal. El poeta está enamorado de los volúmenes y texturas del mundo, pero los engarza en patrones formales que hacen pensar en una plegaria, una oración laica. Una celebración, en todo caso, y no exenta de ironía. Muy al contrario.

La visión de Brodsky no es reducible a la de sus maestros, pero tiene un poco de todos ellos: la sensualidad y el gusto por la incongruencia de John Donne, el pragmatismo demótico de Auden, el signo disidente y extraterritorial de Ovidio en Tomis. Hay también –“Discurso sobre la leche derramada”, “Laguna”– un aliento epigramático que los años vuelven más ácido y descreído. Murió joven, porque todo lo hizo joven, pero todavía nos queda mucho por aprender de él.