“No hay duda de que la Constitución necesita retoques –afirma Alfonso Guerra en La rosa y las espinas (La Esfera de los Libros). Pero yo no soy partidario de la reforma de la Constitución sino de reformas en la Constitución”. El exvicepresidente, con la colaboración de Manuel Lamarca, ha publicado un libro equilibrado, escrito con grave acento de verdad.

Tuve ocasión de observar a Alfonso Guerra durante los días en que se reunió en 1985 el Jurado de las Letras del Premio Príncipe de Asturias. Mis recelos iniciales se disiparon enseguida. Alfonso Guerra se sentía cómodo en un Jurado formado por escritores de larga experiencia. Y demostró conocimiento literario de lo que decía, objetividad en el juicio y sagacidad en el análisis. Tal vez lo suyo sea la política, pero hubiera triunfado en el teatro de haber continuado los escarceos iniciales que tan vivamente interesaron al exigente público literario de Sevilla.

“Lo que voy a decir es una heterodoxia –afirma en La rosa y las espinas– pero como lo creo lo digo: La Regenta me gusta más que Madame Bovary. Tengo una gran afición por el tipo de novela que inicia Gustave Flaubert con Madame Bovary. Hay seis novelas básicas para mí; siempre he pensado en dar un curso sobre esas obras del siglo XIX referidas al adulterio, pero nunca he tenido la ocasión. Para mí son absolutamente apasionantes: junto a Madame Bovary están La Regenta, de Leopoldo Alas; Mi primo Basilio, de Eça de Queiroz; Ana Karenina, de Tolstói; Effi Briest, de Fontane, y, por fin, una totalmente desconocida en España, La muñeca. Es una obra de Boleslaw Prus, un escritor polaco, que en su país tiene la misma categoría que aquí El Quijote”.

A lo largo de todo el libro se desprende su fe en el PSOE socialdemócrata, en las tres letras del Gobierno de Felipe González

Aunque el libro está sembrado de juicios literarios, La rosa y las espinas es, sobre todo, la historia de la vida política del autor, especialmente intensa. Por La rosa y las espinas desfilan los grandes personajes de la época, desde Reagan hasta Gorbachov, desde Mitterrand a Margaret Thatcher. El autor se refiere de forma objetiva al Rey Juan Carlos I y a la gran tarea democrática que desarrolló.

Habla con perspicacia de los grandes problemas de la época, del 23F, de las traiciones nacionalistas, del esfuerzo para robustecer la concordia y la conciliación en España, de las conversaciones de Argel y de los ataques a la Constitución. Dedica una treintena de páginas a la cultura, agavillando textos diversos, algunos que ya conocía. Y se extiende en consideraciones serias sobre la vida, el amor, la muerte y el futuro.

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Se queja dolorido y con razón de un juez dispuesto a hacer cosas fuera de la ley. “Así sometieron a persecución a mi hermano Juan y le abrieron dieciocho procedimientos. Al final no hubo ni una sola condena, hubo absolución o archivo de los dieciocho procesos, que fue una cosa escandalosa y eso no lo dice nadie”.

Subraya, en fin, Alfonso Guerra “la orfandad política de la que adolece hoy Europa”, sobre todo no existe comparación con la que él vivió “en primera línea”. Y a lo largo de todo el libro se desprende su fe en el PSOE socialdemócrata, en las tres letras del Gobierno de Felipe González, constructivo, eficaz y moderado. Y de la preocupación que le agobia y entristece por las desviaciones del sanchismo, sin otra justificación que la ambición de poder de un hombre al que instala en el cesarismo.

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Muchas de las veladuras que ocultaban aspectos decisivos de la Transición quedan al descubierto en este libro, producto de la honda reflexión, de la vasta experiencia, del esfuerzo de objetividad.