El Consejo de Dirección de La Vanguardia se reunía los lunes en el despacho del conde de Godó en la calle Pelayo de Barcelona. A él asistíamos, aparte los Godó, padre e hijo, Horacio Sáez Guerrero, Augusto Assía y yo, que dirigía en aquella época la revista Gaceta Ilustrada además de ocuparme de La Vanguardia en Madrid.

La influencia del periódico en Cataluña, sobre todo en Barcelona, era tan profunda que no he conocido en todo el mundo un diario con tanta influencia como La Vanguardia en Barcelona. Los Consejos resultaban especialmente interesantes para mí y me enseñaron a entender el alma y la realidad de Cataluña. Cada vez que en el Consejo de Dirección salía el nombre de Gaziel se desbordaba la admiración de todos los consejeros. Era como cuando se hablaba de Luis Calvo en el despacho del director de ABC.

Agustín Calvet Pascual, Gaziel, dirigió La Vanguardia entre 1920 y 1936. Fue un periodista de largo alcance. Tenía la misma idea de Luis Calvo sobre quién era periodista: “El que decide el contenido del periódico, sea el director en la primera página o el redactor en la sección de sucesos”, escribió.

Pensaba Gaziel, como Lázaro Carreter, que el periodismo, además de ser una ciencia de la información, es un género literario

Y coincidía también con el director de ABC al señalar las dos funciones esenciales de la profesión: administrar un derecho ajeno, el derecho a la información que tiene la ciudadanía; y el ejercicio del contrapoder, es decir, elogiar al poder cuando el poder acierta, criticar al poder cuando el poder se equivoca, denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no sólo al poder político, también al poder económico, al poder religioso, al poder cultural, al poder universitario, al poder sindical, al poder deportivo, al poder de los medios de comunicación…

Pensaba Gaziel, como Fernando Lázaro Carreter, el inolvidado director de la Real Academia Española, que el periodismo, además de ser una ciencia de la información, es un género literario. Efectivamente, el género literario del siglo XX en España, como la poesía lo fue en el XVI, el teatro en el XVII, el ensayo en el XVIII o la novela en el XIX.

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La Fundación Banco Santander, en su Colección Obra Fundamental, ha tenido el acierto de agavillar en un cuidado volumen, prologado por Francisco Fuster, una treintena de artículos literarios de Gaziel. No perderá su tiempo el lector que se adentre en esta obra.

Gaziel permanece vivo y, aunque no tenía la pluma insólita y excepcional que adornó a Luis Calvo, desborda sagacidad y calidad literaria cuando escribe sobre Shakespeare, Goethe, Byron, Dostoievski, Flaubert, Tolstói, Pirandello, Proust, Valéry y tantos otros.

De Cervantes habla de forma penetrante y también de Maragall. No acierta con Pío Baroja, al que tuve la suerte de conocer en su casa madrileña con Castillo Puche y Hemingway. “El individualismo de Pío Baroja es feroz –escribe Gaziel–. Parece un espíritu constantemente preocupado consigo mismo, poco apto para comprender nada que esté fuera de su personalidad”. Por el contrario, Baroja era comunicativo y comprendía el alcance humano, tan diverso y plural, de los personajes que vertebran sus novelas.

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Fue más certero el gran periodista catalán al referirse a Gregorio Marañón y a Blasco Ibáñez. También a Azorín, con el que compartí mesa en el ABC verdadero cuando era yo un muchacho que quería aprenderlo todo. Subraya Gaziel en el autor de España clara, su pasión por el alma de Castilla. “Toda la visión castellana del escritor –afirma– o lo más típico de ella puede resumirse en la siguiente palabra: melancolía”.

Se cierra el libro con estudios sobre Murillo, Goya, Gaudí y Pablo Picasso porque Gaziel hubiera sido un audaz crítico de arte. Estamos, en fin, ante una obra, Pláticas literarias, que no tiene desperdicio y que se lee con el interés que este periodista excepcional, uno de los grandes del siglo XX español, puso en todo lo que hizo desde su nacimiento en 1887 en Sant Feliu de Guíxols hasta su muerte en Barcelona en 1964.

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Padeció de manera muy especial bajo la dictadura implacable del general Franco, que asoló la profesión, a través de una censura atroz, sobre todo con Arias Salgado, Juan Aparicio, Valentín Gutiérrez Durán y Juan de Dios.