El ADN del “homo sapiens” se apresta a otra batalla. Pululan los drones y robots cuando el mundo parece superar la ciencia-ficción. ¿Es eso la post-literatura? Implantemos inteligencia artificial en El árbol de la ciencia, conectemos las novelas low cost con la cháchara tik tok y pronto estaremos en el grado cero. Si la neurociencia se camufla en la literatura, no quedará ni espacio para la nostalgia. Perderemos más memoria. Leeremos en diagonal relatos de vidas sin carácter.
La literatura puede representar sentido, memoria, belleza, una ilusión de tiempo, un modo de conocimiento, una pasión por la experiencia y, a la vez, una crítica de la vida. Ni la novela hamburguesa doble ni los filetes postminimalistas tan siquiera tienen la fascinación de la aventura que representan La isla del tesoro o Los tres mosqueteros. Más allá, en escritores tan dispares como Soljenitsin, Flannery O’Connor o Mishima, la complejidad de la existencia es el incentivo.
Estamos diagnosticando la ausencia de literatura pero un vínculo especial persiste entre la dama rococó con un libro en las manos y la chica del autobús que sonríe leyendo en su tablet las barrabasadas del Lazarillo de Tormes. No es imposible que, incluso si llegamos a un punto sin retorno de la literatura, la pasión de leer persista. Aunque las librerías estén desbordadas por la literatura low cost, en algún nicho están aguardando el Gran Gatsby, Alonso Quijano, Anna Karenina, Sherlock Holmes, el padre Goriot y Moby Dick.
La literatura puede representar sentido, memoria, belleza, una ilusión de tiempo, un modo de conocimiento, una pasión por la experiencia y, a la vez, una crítica de la vida
Todo confluye en la celebración de la literatura, la ligereza y la gravedad, la voluta musical y la trama arquitectónica, victorias y derrotas, rococó y valor simétrico, anécdota y categoría, atomización y síntesis, el bien y el mal, el pecado y la gracia. Es decir, la memoria hecha estilo. Por eso, como dijo Angelo Rinaldi, para un escritor la infancia es un pasado que siempre tiene porvenir. Al leer ganamos en paciencia cognitiva y la realidad que proporcionan las palabras se convierte en la enciclopedia más vasta. Aprendemos a leer leyendo. Leer es mudarse todos los días a una casa más nuestra.
Está claro que sobra margen para constatar lo que va de la densidad de una máxima de Gracián a la penuria del twitter. Eugenio d’Ors explicaba que el beneficio de una civilización no se recibe para siempre: “Es menester que se merezca, que se gane también cada día. Una distracción, un devaneo, y ya está de nuevo la barbarie ahí”. Por eso adquiere volumen la doctrina ya pesarosa sobre la post-literatura.
A pesar de vivir una época de escasa grandeza, no es que hayan desaparecido los escritores ni que no se escriba buena literatura. Otra cosa es que ya no importa, que esté poco presente en los actos de libre elección de los seres humanos. No ofrece respuestas fáciles. Se excede en la pluralidad de interpretaciones. Suele decirse que ya no puede competir con el cine, la televisión o internet. La corrección política añade una censura relativista.
Algo está a punto de acabar. La literatura tiene un pie en tierras de nadie. Aun así, de ser cierta la aceleración del tránsito entre la estabilidad y la inestabilidad, una consecuencia puede ser un puñado de grandes novelas, algo urgente dado el exceso de híbridos literarios. Tal vez cundan nuevos géneros literarios. Mientras, la literatura está pasando por una fase de avitaminosis que ha culminado con el premio Nobel otorgado a Annie Ernaux. Incluso eso no es del todo malo. Es así como, de repente, el escritor reacciona y comienza a darle nuevas respuestas al lector porque por ahora no hay sustancia psicotrópica que sustituya la pasión de leer.
Valentí Puig es escritor. Dentro de unas semanas publica Casa dividida (Destino), dietario del pasado 2022.