Cuando creíamos diluidos los viejos fantasmas que provocaron en Europa dos guerras mundiales, vuelven otra vez. La invasión de Ucrania por parte de Rusia nos retrotrae a los años de la segunda guerra mundial, cuando Europa se convirtió en un “continente salvaje”, según el libro de Keith Lowe.
Putin, en la televisión, para que nadie dude de sus intenciones ha hecho una llamada clara a los militares: “Coged el poder en vuestras manos. Será más fácil negociar con vosotros”. Putin, en ausencia de Trump, se convierte en el representante valiente de los autócratas. Y lo que propone es un golpe de Estado por los militares que, sabemos, suelen ser renuentes a las urnas y a los votos. Asistimos a algo más que una cuestión de seguridad territorial como Putin ha querido hacer ver. No es un asunto de territorios con amplios recursos materiales, que también, ni de que la OTAN pueda amenazar la seguridad de Rusia. Ni siquiera la resurrección histórica de los tiempos del zarismo o del comunismo, cuando Rusia dominaba grandes extensiones de Europa oriental. Todo eso es palabrería.
Lo de ahora es algo más. Es el enfrentamiento entre autocracia y democracia. Esparta contra Atenas. Tiranía contra democracia. El poder de las armas contra el poder de la resolución de conflictos mediante el dialogo. Por que lo que más desasosiega a los dictadores es el efecto contagioso de las democracias cercanas.
Putin ayudó a Trump a ganar las elecciones. Este le ha devuelto el elogio llamándole valiente. Participó en el Brexit, financió a Salvini en Italia, mantiene una relación cordial con Le Pen y apoyó y seguramente apoye aún a los nacionalistas catalanes. Hungría y Polonia están más cerca de sus postulados que de Bruselas. En Latinoamérica, Bolsonaro, Maduro, Ortega y otros no disimulan su apoyo a la guerra iniciada por Rusia. China adopta una posición tibia. Coinciden en ser autócratas.
Putin ha ido preparando este momento con la certeza de la debilidad de Europa. La OTAN, en la actualidad, más allá de las declaraciones grandilocuentes, depende de lo que quiera Estados Unidos. Carece de entidad propia. A su vez ni a Rusia ni a los Estados Unidos les gusta una unión comercial europea que pueda hacerles sombra. Así que como ocurriera en las guerras del siglo XX, Europa se convierte en el escenario mundial para el enfrentamiento entre autocracia y democracia. Las superpotencias, con regímenes dictatoriales, salvo los ensimismados Estados Unidos, no quieren competencias de otros mercados. Las dificultades de Europa las ha entendido claramente el Sr. Zelenski, presidente de Ucrania: “Estamos abandonados a nuestra suerte en defensa de nuestro Estado. ¿Quién está listo para luchar con nosotros? Honestamente, no veo a nadie”.
Contemplaremos cómo un ejército poderoso, de cerca de 200.000 soldados, preparados, con medios bélicos de alta tecnología, destroza a un país de historia turbulenta. Solo que no será un videojuego, ni una película bélica. Será una guerra real en la que se dilucidan aspectos relacionados con la economía, la democracia o la autocracia, la paz o la guerra nuclear. Sin querer ser pesimista, parece como si reprodujéramos las escenas del Apocalipsis. Primero, la Gran Recesión de 2008. Después, la pandemia. La pandemia genera una nueva crisis económica con una alta inflación por la carestía de las materias primas. La inflación dispara la pobreza y las desigualdades sociales. Se organiza una guerra, cuyo final y consecuencias desconocemos. Aparecen sequías. Tal vez, surjan hambrunas. Quisiera ser Rajoy para gritar ¡viva el vino! Pero, la verdad, es que apenas puedo continuar… ¡No a esta guerra! ¡No a cualquier guerra!