Así también se construye territorio. No solo con anécdotas o personajes, sino con asuntos cotidianos, con apuestas arriesgadas, con dudas y críticas, pero con proyectos sostenidos. En junio se cumplirán seis años de la creación del Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, instalado en el recuperado (a medias) edificio de Santa Fe, de Toledo. Arrancaba con un conjunto de obras de la Colección del Sr. Roberto Polo y algún préstamo de Canogar. El anuncio del proyecto no fue tranquilo conceptualmente. El edificio de Santa Fe, durante años cerrado, lo reclamaban algunos, que antes habían callado, como ampliación del museo de Santa Cruz. En el prolongado periodo de silencios, la excusa para tener el edificio clausurado se centraba en las obras de restauración. Fueron años, y muchos, los que transcurrieron sin que a nadie le pareciera imprescindible el edificio. De hecho, la restauración inacabable dejó la Capilla de Belén, una de las piezas clave del conjunto, sin recuperar.
Existía, por otro lado, la conciencia ciudadana de la necesidad en Toledo de un espacio para el arte Moderno y Contemporáneo que colocara a la ciudad en los siglos recientes. Toledo ha encomendado su presente y se futuro a un pasado idealizado, cuando no inventado. Puede servir para aumentar el turismo, pero resulta pésimo para la Cultura. Confluían en la necesidad de ese centro el número de pintores y escultores que, en los años posteriores a la guerra, habían surgido. Estos se han prodigado en exposiciones temporales, pero carecen de espacios permanentes para la muestra sostenida de sus obras. Por otra parte, un denominado Museo de Arte Contemporáneo (llamado con horribles siglas MACTO) permanecía cerrado desde el año dos mil. Aunque en una exposición reciente en el Museo de Santa Cruz se ha podido comprobar la calidad más que dudosa de las piezas "regaladas".
El nuevo Museo empezó a funcionar por la decisión política de hacer operativo el edificio. Abría con una colección privada. Lo que puede considerarse un buen comienzo o en un acontecimiento catastrófico. Se ofrecía a una colección privada, un edificio público. El coleccionista se comprometía a dejar sus obras en donación e ir ampliando sus depósitos, aunque siempre cupiera la duda de si los compromisos de ayer se cumplirían mañana. Así mismo existía el riesgo de que un edificio público se convirtiera en el soporte exclusivo de una "Galería de Arte" privada. Se mercantilizarían por este procedimiento las obras de un coleccionista particular, apoyado en la gratuidad de un edificio público. Riesgo siempre presente, aunque el buen hacer de los directivos está consolidando el Centro como referente innovador de la Comunidad Autónoma.
El proyecto ha ido mejorando con exposiciones de contemporaneidad evidente y con donaciones a la Comunidad Autónoma espectaculares. Se han recuperado espacios nuevos. A resaltar el denominado "Jardín de la Esculturas", o el adecentamiento de la capilla del colegio, habilitada para las obras que la familia de Alberto Sánchez había dejado a la ciudad. La anomalía de que Alberto Sánchez careciera de obra visible en Toledo suponía un enorme fracaso colectivo. Una parte de su obra, expuesta en el edificio de Santa Fe, marca el rescate de un creador singular y se incorporan su figura y sus obras al patrimonio de la ciudad en la que había nacido y con la que había soñado en el exilio de Moscú. En fin, en una valoración realista, se ha ido fraguando en estos seis años un proyecto de éxito (con amplios márgenes de mejora) para Castilla-La Mancha.