Llevo dos semanas pateando los pueblos de la Mancha a cuenta de la vendimia. La actividad más vieja del hombre desde que bajó del árbol, echó a andar y decidió sentarse. El cultivo de la vid y el olivo abre la puerta a la civilización y hace que el hombre se encuentre a sí mismo y sea, como Sócrates, la medida de todas las cosas. El vino y el aceite, Mediterráneo puro, consiguen en realidad que las circunstancias se deslicen entre el amor y la alegría, la lubricación y el exceso, el néctar y la cocina. Cuando el hombre aprende a hacer vino, comprende que ha dado un paso definitivo en la Humanidad. Facilita la relación con los semejantes, acelera el pulso, late como los caballos en las carreras. El aceite, igual; acaricia la vida, engrasa las horas, brilla y arde a partes iguales. Por eso, no hay nada más grande para sentirse orgulloso que aquello que nos hace ser. Hoy urbanitas y wokes creen que comemos hierbas y procesados. Se escandalizarían si supiesen que sus filetes han sido antes cazados y trinchados por las manos duras y agrestes de sus padres. La civilización aturdida es así; no conoce ni dónde viene ni a dónde va.
Existe otra, se conserva otra, en cambio, donde los parámetros permanecen indemnes. Las mañanas son frías y las tardes calurosas. El primer aire del día abre ya los olores de la viña y rezuman mosto. Los cantos de los pájaros son como aleteos en los sombreros y el arado. El lomo caído, la frente gacha, las manos abiertas. La Mancha encalada de blanco fulgor divino, añil pastueño y eterno, España que madruga sobre los hombros del tractor y una gavilla. La vendimia sigue siendo la recogida del fruto que comienza con el alba, sigue en el día y acaba en la tarde. Ahora también se hace por las noches, con el envés del solano. En realidad, uno vendimia siempre, desde que aprende la vida y la hace suya. Pasa de la primavera al otoño, sorteando el verano y aguardando al invierno. La recolección es el fruto de la siembra, siempre que se haga con amor y cariño. Nada puede recoger quien no abona y espera las manzanas caídas del árbol. El hombre es siega, albarca, espíritu, mañana, coraje…
El olor de la vendimia es la fragancia más pura de la Naturaleza y se introduce hasta el tuétano. Como el perfume de la amante, va incrustado en la piel y lo sientes en la ausencia, donde habite el olvido. Es la llamada de la tierra, el pálpito de la viña, el temblor y el tambor del llano. El primer zumo de uva es la lágrima del recién nacido, el latido de la vida, la pureza de la hermosura. Los hollejos y las vides se retuercen de alegría, las pámpanas se desmelenan y las tinajas se ahogan. Dame vino, tabernero, y bautizaré en el nombre de los dioses y los humanos. Liba tu lengua y marca tu frente como el pueblo elegido. Aprende a beber vino de joven para ser un maduro atractivo. Las mujeres y los hombres se aman del vino para morir en el fondo de la botella y el éxtasis. Pero para llegar a ello, hay que haber vendimiado antes. En el valle de tu vientre, en el terreno solo, hacia el fondo de tus ojos, donde de púrpura el mar se agría. Los ocres y las pajas, los trillos y los vilanos, el campo esperando su largo grito de agua. La tierra recién vendimiada es como el cuerpo de una mujer vencido al orgasmo. Así sea.