Antonio Hernández Mancha fue presidente de Alianza Popular entre 1987 y 1989. Tras casi cuatro décadas en silencio, da un paso al frente para contar su versión de la Historia reciente.

Antonio Hernández Mancha fue presidente de Alianza Popular entre 1987 y 1989. Tras casi cuatro décadas en silencio, da un paso al frente para contar su versión de la Historia reciente. Javier Carbajal

Política ENTREVISTA

Hernández Mancha revela los secretos del PP: bronca con Thatcher, corrupción y compartir cama con Fraga

"Vox es hoy una herramienta valiosísima para el PSOE, nada más" / "¿Cómo es posible que un diputado vaya en frac a los Goya y en mangas de camisa a las Cortes?" / "La financiación era un descontrol. El partido tenía millones de deuda y no devolvía una peseta. El gerente era... Bárcenas".

8 junio, 2024 02:22

Con apenas quince años, Antonio Hernández Mancha conoció a Fraga. Fue en la inauguración de un Parador. A los ministros del régimen se les conocía en las inauguraciones de algo. Si ese día le hubieran dicho al joven Antonio que un día dormiría con "don Manuel", no lo habría creído. Pero ocurrió. Tampoco habría creído que presidiría Alianza Popular (el embrión del PP). Pero ocurrió.

Hoy, por edad y cargo a sus espaldas, quien lleva el "don" es Antonio, que nos recibe en una terraza del Paseo del Pintor Rosales, en Madrid. Lo reconocemos con cierta dificultad. Lleva casi cuatro décadas sin conceder una entrevista en profundidad. Ahora no le queda más remedio: ha publicado un libro que se titula Los secretos de mi partido (Berenice, 2024). Y de eso hemos venido a hablar.

Lo reconocemos cuando se disipa el humo de un puro que se está fumando. Tiene el tamaño de un fusil de asalto y, ahora que lo saludamos de cerca, es como si nos lo estuviéramos fumando nosotros también. El humo es el de un barco de vapor.

El humo del puro no es sano, pero el periodismo tampoco. Lo que pasa es que el humo, a veces, como esta tarde, es necesario. Nos viene bien para deformar un poco la realidad y viajar a un tiempo que no es el nuestro: la Transición y los años ochenta.

Hernández Mancha ha dejado por escrito varios secretos, entre ellos el funcionamiento de la financiación de los partidos, casi siempre irregular en aquellos años. A las sentencias se remite, pero sobre todo a su experiencia. "La corrupción que vino después no me sorprendió. No había controles, la gestión financiera era un desastre. Podía pasar cualquier cosa". Y pasó.

El gerente de aquel partido hecho unos zorros que le dejaron en herencia se llamaba Luis Bárcenas. Don Antonio lo despidió al llegar, pero Fraga lo readmitió a su vuelta y Aznar lo mantuvo.

La llegada a la cúspide de la política de don Antonio fue un espejismo. Otra vez nos viene bien el humo. Llegó en 1987 cuando Fraga dijo haber alcanzado "su techo político", pero don Antonio se enfrentaba a un "imbatible" Felipe González, en la cima de su popularidad.

Como don Antonio no era diputado, le planteó una moción de censura, que perdió como era de esperar. Pero se atribuye el éxito de haber evitado en el ciclo electoral que le tocó el adelanto de la fuerza naciente de Suárez, el CDS.

Hemos venido a hablar del pasado, que es el mejor espejo del presente. ¿Qué piensa Hernández Mancha de Feijóo? ¿Gobernará o le pasará como les ocurrió a él y a Casado? ¿Qué relación debe tener el PP con Vox? ¿Qué hay de ese franquismo que hoy la izquierda le atribuye al PP? ¿Cómo fue la verdadera fundación de AP? ¿Y la refundación? ¿Cómo fue conocer a Reagan? ¿Por qué dejó plantada en un sillón a Margaret Thatcher?

Don Antonio es un político de los de antes. Le gusta el teatro clásico, es incapaz de insultar y habla con cariño infinito de sus adversarios... Este hijo de consejero nacional del Movimiento llevó a AP a romper definitivamente con el franquismo... y redactó como abogado los estatutos de Izquierda Unida para su amigo Anguita. Qué cosas.

Vaya puro, don Antonio.

Dejé de fumar tabaco hace muchísimos años, pero un puro después de comer me fumo.

Pues me lo voy a fumar con usted.

¿Quiere tomar algo? –hace un gesto al camarero.

Con el humo está bien, gracias.

Usted dirá.

¿Qué le produjo mejores efectos para la salud? ¿Dejar el tabaco o la política?

Al dejar de fumar, no experimenté ninguna mejoría. Engordé diez kilos y me costó toda una vida perderlos. De la política nunca te libras. Te sigue como la sombra al cuerpo. Desde 1990, cuando me retiré, me tratan como si fuera un político. Y he sido muchísimos más años abogado que político.

Hombre, dejar la política me dio mucha tranquilidad y me permitió librarme de una experiencia nefasta. Tengo dos hijos. En ese momento, de uno y tres años. Como no me veían el pelo porque estaba siempre viajando, se quedaban en casa de mi madre con mi mujer. Un día, apareció un hermano mío en casa y le dijeron: “¡Papá, papá!”. Es una crueldad. Hoy tengo dos nietos.

Señor Hernández Mancha, ¿cómo es dormir con Fraga literalmente?

Fue solo una vez, ¿eh? Sin preguntar, en el partido nos reservaron una habitación conjunta en el hotel porque yo siempre andaba diciendo que había que recortar gastos. Recuerdo a don Manuel haciendo gárgaras antes de acostarse.

Yo estaba leyendo y él se durmió. Apagué la luz por respeto. Me dijo: “Querido amigo, si está usted acostumbrado a leer antes de dormir, siga leyendo, que no me molesta”. Leí un rato más, pero me pareció que era pasarse y apagué la luz. Entonces, me dijo, ya de tú: “¡Te he dicho que leas!”. Fraga era así. Un hombre muy humano, pero también muy temperamental.

Dice usted que lo recuerda haciendo flexiones antes de dormir.

Así es. Hacía ejercicio antes de dormir.

Pero, ¿flexiones de verdad? ¿Tumbado? ¿Como Rocky?

No, no, de pie. Me refiero a lo que ahora se llaman “sentadillas”. Flexionaba las rodillas, subía, bajaba, hacía ejercicios con los brazos… Se cuidaba mucho. Andaba a toda velocidad, siempre dejando a la gente detrás.

Hernández Mancha, durante un momento de la entrevista.

Hernández Mancha, durante un momento de la entrevista. Javier Carbajal

Me gustaría que empezáramos hablando de la financiación de los partidos porque creo que las principales revelaciones que hace en su libro tienen que ver con eso. Cuando usted toma las riendas de Alianza Popular, al que muchos llamaban “el partido de los ricos”, se encuentra con un activo de mil pesetas.

¡Y una deuda de varios miles de millones! Cuando llegué a la presidencia, no existía la ley de financiación de partidos. Vivíamos de la caridad de los simpatizantes y de lo que nos daban los bancos. No había orden ni concierto. El déficit de todos los partidos en general era enorme. El nuestro, además, imposible de sufragar.

De hecho, usted dice que tiene la sensación de que Fraga dimitió de la presidencia porque el poder financiero le había puesto la cruz: había contraído un montón de deudas y no pagaba ninguna.

Sí. No teníamos ingresos… y teníamos gastos constantes. Era una empresa abocada a la ruina. Muy parecido, por cierto, con lo que ocurre ahora con algunos medios de comunicación.

Pero, ¿por qué no se pagaban las deudas?

Los bancos prestaban a todos los partidos. Lo hacían porque interpretaban que, para que hubiera democracia, debía haber partidos. Tenían, de primeras, una visión generosa. Por lo que yo comprobé cuando llegué a la presidencia, no devolvíamos un duro de lo que se nos prestaba. Los bancos estaban hartos de nosotros.

Cuente, por favor, su reunión con Emilio Botín padre y la carta que el poder financiero envió a Fraga. Todos estaban comprometidos a no prestar ni un duro a Alianza Popular.

Fui a ver a don Emilio, el abuelo de la actual presidenta del Banco Santander. Me recibió y me dijo: “Supongo que habrá leído usted la carta que le envié al señor Fraga”. Como no la había leído, llamó a su secretaria para que la trajera. Don Emilio me la leyó. Le decía a Fraga que ni uno solo de los bancos iba a prestar un duro más a Alianza Popular. Era una carta demoledora.

Para no saber dónde meterse.

Claro, yo le dije: “Don Emilio, si llego a saber de esa carta, no hubiera venido a verle”. Pero me reabrió el crédito a cambio de que, tras la ley de financiación de partidos, destináramos a pagar la deuda dos tercios de lo que ingresábamos. Porque con esa ley empezó el Estado a financiar a los partidos. Eso nos obligó a vivir en “las estrecheces de un muy corto pupilaje”, que se decía en el teatro clásico español.

Y ahora viene la clave del asunto: el gerente que había llevado el partido a esa situación era… Luis Bárcenas. Usted lo despidió.

Ángel Sanchís y Rosendo Naseiro eran los tesoreros. Bárcenas hacía labores de gerencia. Lo despedí porque, al llegar yo a la presidencia, no me informó de la situación de bancarrota en la que se encontraba el partido. No me dio ni un dato del follón en el que me metía a los cuatro meses: elecciones europeas, municipales y autonómicas.

Pero, ¿lo despidió por mal gestor o por descubrir alguna corrupción?

No me gustaban los métodos de ese equipo. Era un desorden tremendo, no rendían cuentas. En el Comité Ejecutivo se consideraba que los informes de economía y financiación no eran objeto de debate. Por eso puse un tesorero y un gerente nuevo, que nadie hoy conoce porque no dieron motivos para ser conocidos.

La corrupción del PP en los años venideros, entonces, no fue para usted una sorpresa.

Claro, porque aquello era un descontrol y tenía su lógica que acabara así. Ya empezó la cosa en el 91 con el caso Naseiro. Lo que sí fue una sorpresa es que Bárcenas, Sanchís y Naseiro fueran readmitidos después de que yo prescindiera de ellos.

¿Por qué? ¿Era cosa de Fraga? ¿De Aznar?

Debió de ser Fraga en un primer momento porque a mí me sustituyó él y luego ya, al año siguiente, nombró a Aznar. Don Manuel los readmitió y Aznar siguió con ellos. Llegaron a propuesta de don Manuel. Naseiro era gallego, del mismo pueblo que Fraga. Ángel Sanchís era un hombre rico, un financiero importante.

No sé de dónde salió Bárcenas. Yo llegué a presidir el partido procedente de Andalucía. Fíjese qué curioso: lo despedí creyendo que era un cargo de confianza, pero resulta que tenía un contrato de trabajo. Era un empleado del partido. Me puso una demanda por despido nulo. Yo no le había mandado siquiera una carta de despedido porque creía, como le digo, que era un cargo de confianza.

¿A qué se refiere exactamente cuando señala una fortuna amasada por Bárcenas en Suiza que funcionaba como “elemento de chantaje” al partido?

Cuando leí en la prensa los papeles de Bárcenas y vi que tenía no sé cuántos millones en una cuenta en Suiza, pensé que algo de eso estaría vinculado a su misión gerencial y a su conexión estrecha con la tesorería. Al verse en problemas, me da la sensación de que él creía que el partido iba a defenderlo. Pero entonces muchos se dieron cuenta de que no era un amigo del partido, sino un enemigo. Estaba intentando salvar su propio peculio.

Lo curioso es que el tratamiento que se ha dado mayoritariamente en los medios es que la víctima acabó siendo Bárcenas y los malos de la película el partido.

Claro, porque da la sensación de que él está pagando con cárcel por hechos que también conocían sus superiores. La pregunta que procede en estos casos es siempre la misma: ¿pudo suceder todo aquello sin que se enteraran los sucesivos presidentes del partido?

En nuestro caso, como no había transparencia en el control de las cuentas, podía ocurrir cualquier cosa. De verdad, cualquier cosa. Estoy casi convencido de que Aznar y Rajoy no sabían nada. Es más: creo que Rajoy se portó como un caballero y no quiso decir que toda esa gente la había heredado de Aznar. No sé si le agradecieron ese gesto.

Tuvo usted buen ojo con Bárcenas, pero muy malo con Jordi Pujol. Quiso hacerlo presidente del Gobierno de España. Cuénteme eso.

¡Menos mal que no lo conseguí! Creía que había que zanjar de una vez el problema catalán, que me parece un problema ficticio. No me parece un conflicto Madrid-Barcelona, sino una bronca entre catalanes. Cuando no se ponen de acuerdo entre ellos, echan la culpa a Madrid. La Historia, en este caso, siempre se repite.

Cuando presenté la moción de censura al Gobierno, Felipe González era imbatible. Aun así, la presenté para intentar que se visualizara nuestro partido como única alternativa. En un ejercicio de realismo, se me ocurrió pedirle a Pujol que, en lugar de apoyarnos, lo apoyáramos nosotros a él: “¿Por qué no eres tú el candidato?”. Doblé la apuesta. No quiso ni oír hablar de eso.

Quería usted un nuevo Cambó.

Claro. En tiempos de la Restauración, Cambó era el enlace entre el separatismo catalán y el unionismo español. Hizo un gran papel. Creo que podría haber funcionado. Pero, claro, no sabía entonces nada de lo que hemos sabido después.

Para dar carpetazo al asunto de la financiación de partidos: con la perspectiva que da el tiempo, ¿cree que el Estado debe financiarlos como ocurre ahora?

Mi respuesta es no. Los españoles no deben financiar los partidos políticos ni los sindicatos. Pero, entonces, ¿de qué viven los sindicatos y los partidos? Los sindicatos defienden supuestamente los intereses de los trabajadores, pero acaban siendo correas de transmisión de los partidos de izquierdas.

Antonio Hernández Mancha comenzó su carrera política en Andalucía, aunque nació en Cáceres y creció en Madrid.

Antonio Hernández Mancha comenzó su carrera política en Andalucía, aunque nació en Cáceres y creció en Madrid. Javier Carbajal

Hay otro asunto de los que expone usted en el libro que me ha recordado a las cosas de hoy: fue cuando a usted le pusieron una denuncia sin fundamento. Acusa a Manuela Carmena de haberlo llevado a declarar por el mero hecho de ser usted presidente de Alianza Popular. Esa es la tesis que sostiene el PSOE en relación a la mujer de Sánchez, que no hay nada y es una cuestión política.

En mi caso, el querellante era… “El guerrero del antifaz”.

¿En serio?

En serio. Era “jocandi causa”, que decimos los abogados. Una auténtica broma. Carmena, la jueza, ni se había leído la querella. Porque, ¿cómo iba a admitirla a trámite si hubiera visto que la firmaba “El guerrero del antifaz”? No solo la admitió a trámite, sino que me llamó a declarar. Me denunciaban por “haber roto la democracia interna del partido”.

Pero, ¿eso se puede denunciar?

Imagínese la solidez de los argumentos. En cuanto vio la firma de la denuncia, Carmena levantó la sesión. No duró ni diez minutos.

¿Le pidió Carmena disculpas por haberle obligado a pasar el trago de ir a declarar?

No, nunca. Y qué menos, ¿no?

Así dice usted que descubrió “el poder judicial alternativo”. Eso dice hoy el PSOE.

Mire, creo que el tema de Begoña Gómez se hubiera pinchado si el presidente y ella hubiesen dicho: “Los documentos con la firma apoyando a las empresas son falsos”.

Hombre, pero es que parecen verdaderos.

¡Claro! ¡Por eso! Ahora se ha hecho cargo la Fiscalía Europea. Y tengo la sensación de que lo ha hecho porque interpreta que la Fiscalía española está actuando como abogada defensora del Gobierno. Europa es quien manda porque España ya no tiene la soberanía que tenía. Dependemos de los fondos europeos.

Llevamos cuarenta años en los que España sólo va a Europa a dos cosas: a ganar la Champions y a pedir dinero. No participamos de los problemas de la Unión, no proponemos soluciones. La única izquierda posible es la que se va derechizando. Mire cómo es Calviño ahora en Bruselas.

Pero, ¿cree que la izquierda española se está derechizando? ¡Si entonan el ‘no pasarán’ de la Pasionaria en los mítines!

Porque tienen dos idiomas. El que emplean en España y el que emplean en Bruselas. Y en Bruselas, donde las cosas funcionan, se derechizan. Ahora empieza a haber problemas porque España hace cosas sin contar con Europa: lo de Israel, por ejemplo. Cuando empieza a disociarse la política española de la política europea, en Europa se encienden las señales de alarma.

Sánchez es un hombre atractivo, guapo, elegante y que habla inglés. Un ídolo en Europa. Pero cuando fue a Estrasburgo para denunciar el peligro de “la extrema derecha”, puso el ejemplo de los nazis y no midió que eso en Alemania es intolerable. Los propios socialistas alemanes no están nada conformes con Sánchez. Lo ven cogido por Sumar y los distintos independentismos.

Usted tiene mucha más experiencia como abogado que como político, ¿qué le dice su intuición sobre la dimensión penal del caso Begoña Gómez?

No tengo ni idea. Jurídicamente, no sé lo que habrá. Cada vez hay más piezas separadas. No sé si es penalmente condenable, pero está claro que la mujer del presidente no debe hacer cartas de interés a favor de empresas que compiten en asuntos decididos por su marido.

Señala usted en el libro la gran cantidad de esposas y maridos que han acabado dedicados a la política tras tanto tiempo acompañando a sus parejas. Me da la sensación de que usted lo sitúa como algo lógico. El otro día, cuando vi a Begoña Gómez en el mitin del PSOE, dije: “¡A ver si se va a presentar ella!”.

Así lo hicieron Carmen Romero, la entonces esposa de Felipe González; y Ana Botella, la mujer de Aznar. Pero es distinto que la mujer de un político se dedique a la política a que la mujer de un presidente se dedique a los negocios en asuntos en los que su marido interviene. Mi conclusión: la culpa no es de Begoña Gómez. Está en peor situación su marido.

Hernández Mancha es abogado del Estado.

Hernández Mancha es abogado del Estado. Javier Carbajal

Hablemos del nacionalismo. Usted dice que la inclusión en la Constitución de la palabra “nacionalidades” es la mayor “baza jurídica” de los partidos independentistas. Y culpa de haber incluido esa palabra en la Carta Magna a quien fue su rival interno, Miguel Herrero de Miñón.

Sí, es que así fue. Miguel Herrero defendía lo que se llaman “derechos históricos”. En realidad, los derechos históricos son culpa de Franco. Fue él quien, después de la guerra, mantuvo una serie de privilegios a los navarros y a los vitorianos. Principalmente por haber estado con él en la guerra. Son unos derechos que proceden de la Restauración, de la política de Cánovas y Sagasta.

Eso repugna si se mira con la Historia de hoy, en este mundo global donde Europa intenta constituir los Estados Unidos de Europa. Fragmentar en unidades infraestatales es contrario al derecho europeo. Y el derecho europeo se sobrepone, en teoría, a los de los estados miembros. Por eso jamás aceptarán que Cataluña se declare independiente. Al día siguiente podrían pedir lo mismo Córcega, Padania y hasta Baviera.

¿Cree que Miguel Herrero se arrepiente de haber incluido las “nacionalidades” en la Constitución?

Creo que sí, pero no lo reconocerá nunca. Es un hombre muy inteligente. En aquel momento pensó que con aquello se ponía fin al problema territorial en la Transición. Es cierto que las “nacionalidades” hicieron ese papel en el momento, fue positivo. Pero ya no lo es.

Hay algo muy curioso que cuenta en el libro: en las reuniones que mantuvieron, Thatcher le decía a usted lo mismo que dicen los nacionalistas en España. Que el Reino Unido aportaba muchísimo a Europa para financiar a los países pobres del Continente y que no recibían a cambio nada a la altura.

Exactamente. En el caso de los nacionalistas, las pruebas suelen demostrar que no es cierto. Thatcher tenía algo de razón en eso. Europa no es solo un problema económico, aunque empezó siendo la unión del carbón y del acero. Con el Tratado de Maastricht, se convirtió en un proyecto de unidad política.

En 2005, además, votamos en referéndum sobre la Constitución europea. En España, el “sí” ganó abrumadoramente, pero lo que habría sido el inicio de los Estados Unidos de Europa fracasó porque ganó el “no” en Francia y en Holanda.

Hoy están arrepentidos. Eso habría supuesto la elección de un gobierno de verdad europeo, un Parlamento de elección directa y con capacidad de legislación… Si no reafirmamos la unidad política de Europa, seremos fagocitados por los gigantes del este y los Estados Unidos.

Hernández Mancha, en una de sus tres reuniones con Margaret Thatcher.

Hernández Mancha, en una de sus tres reuniones con Margaret Thatcher. Cedida por el entrevistado

Usted le mencionó a Thatcher la generosidad de Alemania, que contribuía todavía más que Reino Unido y lo asumía como algo imprescindible para el funcionamiento de Europa, el mejor invento político del siglo XX. Pero ella se cabreó una barbaridad.

¡Para qué le dije lo de los alemanes! ¡Cómo se puso! Me dijo: “Mire, en mi partido tengo compañeros que salieron a nado de Dunkerque. Usted no sabe lo que es eso. ¿Cómo les voy a decir a ellos que se pongan a las órdenes de Alemania?”. En tiempo de Thatcher, los ingleses todavía tenían la idea del Imperio Británico, aunque hacía tiempo que había fenecido.

Thatcher también me dijo que los españoles no teníamos derecho a reclamarles esa solidaridad porque éramos beneficiarios directos del sacrificio que hicieron los ingleses en la Segunda Guerra Mundial, mientras nosotros nos mantuvimos en la neutralidad.

¿Es cierto que la dejó plantada en Downing Street al negarse ella a hablar de Gibraltar?

Por supuesto. Me levanté de la mesa, vine a Madrid y puse en marcha el mecanismo de romper con ella y los conservadores en Europa para incorporar nuestro partido al grupo del Partido Popular Europeo. Así empezó la refundación de AP y su conversión en el PP. No fue un proceso nacional. O no sólo. De hecho, empezó siendo un proceso internacional, que partió de ahí.

Nos cambiamos el nombre porque nos lo exigió el grupo popular europeo. La refundación del PP fue un plato que precociné yo. Y eso no se cuenta. Por eso he escrito un libro.

Hernández Mancha saluda al presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan.

Hernández Mancha saluda al presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan. Cedida por el entrevistado

Señor Hernández Mancha, ¿hemos mitificado la Transición y los años ochenta? Lo digo porque dibujamos aquel periodo como idílico en cuanto a la cortesía parlamentaria y en sus memorias veo insultos a la altura de los de hoy. “Desvergonzado fascista” le llamó a usted nada menos que el presidente del Parlamento de Andalucía.

Pero aquello fue la excepción que confirmaba la regla. Mi relación con la izquierda, por ejemplo, era muy buena. Después de eso, el presidente del Parlamento andaluz me dijo: “Antonio, quiero pedirte disculpas. Me he enterado de que está tu mujer en la tribuna de invitados. Si lo llego a saber, no lo digo”.

Jode, la disculpa es tan mala como el insulto.

Bueno, pero fue un gesto que agradecí enormemente. Lo importante es la disculpa. ¿Dónde ha visto usted hoy eso? El debate de entonces era mucho más cortés que el de hoy. Para empezar, todos íbamos muchos mejor vestidos que ahora al Parlamento. El hábito sí hace al monje.

No podemos exigir que los ujieres vayan en traje a las Cortes mientras algunos diputados van en alpargatas y en mangas de camisa. Además, no es real. Quienes van así al Parlamento van más elegantes por la calle. Ellos mismos me dan la razón cuando dejan la política y se cortan la coleta.

Pues Yolanda Díaz va siempre muy elegante.

Demasiado.

Don Antonio, no se conforma usted con nada. Si van poco elegantes porque van poco; y si van mucho, porque van mucho.

Es contradictoria. Blasona de que hay que utilizar ropa de segunda mano, pero no para de estrenar modelos. Añado una cosa: las mujeres, en cuanto a la vestimenta, son mucho más respetuosas con el Parlamento que los hombres. Van mejor vestidas. En política, la liturgia es muy importante. La liturgia es política. ¿Cómo es posible que un diputado vaya en frac a los Goya y en mangas de camisa a las Cortes?

El Partido Socialista critica al PP hoy como “partido fundado por los ministros de Franco”. Cuando lo nombraron a usted presidente de Alianza Popular, el 'New York Times' tituló: “Un joven de 36 años, elegido presidente del partido franquista español”. Es verdad que daba lugar al equívoco el hecho de que, de entre todos los fundadores, sólo hubiera uno que no hubiera sido ministro con Franco.

Me preguntaron en una rueda de prensa en Nueva York: “¿Usted defiende la dictadura de Nicaragua?”. Respondí que estaba en contra de esa dictadura y de todas las demás, incluida la de Franco.

¿Eso le trajo problemas internos?

Al día siguiente, el ABC publicó en portada algo así como “Hernández Mancha, en contra de Franco”.

Era una noticia. Yo también lo hubiera hecho.

Con eso pongo de manifiesto cómo la ruptura con el franquismo en el partido se produjo hace muchísimos años. Cuando la izquierda nos dice que somos franquistas, ya saben que es una boutade, una mentira.

Para usted tuvo que ser difícil, no por sus ideas, sino por estar vivos los fundadores del partido.

Le cuento una anécdota que quizá le ilustre. Juan Arespacochaga era un prócer del partido, había sido alcalde de Madrid en la dictadura. Tuve que abrirle un expediente porque, mientras yo estaba en Nueva York diciendo que rechazábamos todas las dictaduras, él encabezó una manifestación a favor de Pinochet. Quería romper con el pasado para ir en busca de un futuro, tenía que jugármela.

A mí, los fundadores no me dijeron nada. Todos estaban convencidos del camino que había que recorrer. No olvide que Fernando Suárez, que acaba de morir, fue quien defendió desde la tribuna de las Cortes el proyecto para la Reforma Política. Lo de asociarnos a Franco es una cosa absurda y extemporánea, mañana dirán que somos los herederos de los Reyes Católicos.

En la Transición, ¿la izquierda os hacía esa crítica de hoy llamándoles franquistas?

No.

Usted, de destilada educación nacionalcatólica, acabó redactando para su amigo Anguita los estatutos de Izquierda Unida. Eso es la Transición, ¿no?

Claro, porque es la disociación de la relación personal de la relación política. Anguita sabía que yo, como abogado, no le iba a engañar. Yo acababa de redactar los estatutos de Alianza Popular en Andalucía y a Anguita se le ocurrió que le podía ayudar.

¿Por qué la UCD sí acertó y ustedes no? Muchos de ellos también habían sido altos cargos con Franco. Usted sostiene que Adolfo Suárez era más franquista que los fundadores de Alianza Popular, pero que se le perdonaba por juventud y aspecto.

A eso me refería con la importancia de la forma, de la liturgia. Adolfo tenía un aspecto nuevo, encantador y juvenil. También le ayudó ser el candidato con el apoyo del Rey. Nosotros teníamos gente valiosa, pero contaminada por su edad y su pasado. Fernández de la Mora era un gran cerebro, pero muy anticuado.

Critica que la política de hoy se haya convertido en la división con tal de vencer, pero confiesa que también usted hizo lo propio con la moción de censura que le presentó a González. Dice que lo que pretendía aquel día no era desgastar al Gobierno, sino a Adolfo Suárez, que era su competidor con el CDS. Y presume de que lo consiguió.

Por supuesto. En cierto modo, es cierto lo que usted dice. Yo sabía que si no conseguía quedar inmediatamente detrás del PSOE de González, desaparecíamos como alternativa. Si Suárez nos hubiera adelantado, habría reunido a la derecha como en el 77 y en el 79. La moción de censura, en ese sentido, cumplió su objetivo. Yo comencé a decir eso de “votar Suárez es votar socialismo”.

Una dinámica muy parecida a la de hoy.

Puede ser, pero de no haberlo hecho, el Partido Popular hoy no existiría.

¿Qué significa para usted Vox?

Baso mi análisis en los resultados: Vox es hoy una herramienta valiosísima para el Partido Socialista, nada más. Todo lo que se dice sobre su ideario y sus propuestas… No le veo importancia. El futuro de España pasa por el PP. Vox irá disminuyendo, como les ha pasado a otros movimientos que nacen bajo el flash de las redes sociales y sin infraestructura territorial.

Déjeme decirle una cosa: España necesita al Partido Socialista. Me preocupa su futuro. Hay gente que me dice: “Antonio, no digas tonterías, que se estrellen”. Pero eso es absurdo. Son la otra cara de esta moneda que es la democracia. Necesitamos que funcione.

¿Cuál debe ser la estrategia del PP hoy en relación a Vox?

Me gustaría una lista única para las próximas generales. No me pregunte por los detalles porque yo ya no estoy en primera línea, pero esa sería mi voluntad: una lista única. Con eso, barreríamos a Sánchez.

¿Mantiene algo de relación con el PP? ¿Alguna vez le llaman para pedirle consejo?

Poca. Hombre, tengo muchos amigos dentro. Pero intento no aconsejar, no interferir. He estado prudentemente en silencio durante cuatro décadas.

Con Pablo Casado se decía que padecía el “síndrome Hernández Mancha” y que caería sin tocar el poder. Ocurrió. Ahora, en algunos sectores se alienta esa misma tesis con Feijóo. ¿Qué piensa?

Feijóo es un hombre sólido. El pobre Casado cometió el error de la entrevista con Carlos Herrera. Aquello, la crítica a Ayuso, acabó con él. Era un gran parlamentario, tenía facultades. Pero hay errores que cuestan caros. El partido no lo entendió. No puedes estar en contra de la esperanza blanca.

Feijóo tiene muchas raíces políticas. Es un tío que controló los 80.000 empleados del sistema de salud sin una sola huelga, ni batas verdes ni blancas. Después fue el presidente de Correos que enjuagó el déficit histórico, poniendo números azules donde había números rojos. Eso es propio de un hombre que sabe gobernar. ¿No apasiona dando mítines? Pues oye, qué quiere que le diga. Pero es un hombre que sabe gobernar.

Si pudiera volver al momento en que fue elegido presidente del partido, ¿qué cambiaría?

Solamente una cosa: quizá dediqué demasiado tiempo a la democratización interna del partido. En lugar de ejercer el liderazgo con el ordeno y mando, intenté que hubiera debate permanente. Nunca me opuse a quienes discrepaban. Creo que fue malo. Cuando eres líder, hay que ejercer el liderazgo caiga quien caiga. Era necesario democratizar el partido. Hablaba don Manuel y todos “sí, quiero”. Pero me pasé.

Le faltó ser un poco más Pedro Sánchez.

Sí. Él se pasa por exceso y yo lo hice por defecto.