Díptico tallado en marfil que representa al triunfante emperador Justiniano. Siglo VI d.C.

Díptico tallado en marfil que representa al triunfante emperador Justiniano. Siglo VI d.C. Wikimedia Commons

Historia

La "insolente" conquista bizantina de Hispania que enfureció a los reyes godos de Toledo

En el año 552, una pequeña flotilla bizantina se hizo con el control del sur de la Península Ibérica y durante casi un siglo obedeció a Constantinopla. 

13 junio, 2024 08:29

La guerra no era ajena al impopular rey godo Suintila. En su primer año de reinado aplastó una revuelta en Asturias y en el año 623 dirigió una gran campaña contra los vascones. Acompañado de sus guerreros, los persiguió de forma incansable hasta las cumbres de sus montañas nevadas y los obligó a construir Oligicus, la actual ciudad navarra de Olite. A su regreso a la sede regia se sentía con fuerzas para acabar con la romana insolentias que le desafiaba tras las murallas de la vieja Cartago Spartaria (Cartagena), último reducto imperial en la Península Ibérica.

Entre las huestes godas y el mar, Comenciolo, patricio y último gobernador bizantino de Hispania, resistió de forma desesperada en la ciudad que cayó en el año 625. Nunca llegó recibir refuerzos desde la lejana Constantinopla. "Hoy día, destruida por los godos, apenas quedan sus ruinas", apuntó en el siglo VII d.C. el historiador Isidoro de Sevilla. Montones de ceniza, cerámica aplastada y casas destrozadas cubiertas de hollín evidencian que ocurrió un brutal saqueo.

Suintila decidió arrasar la capital bizantina en Hispania, que no resurgiría hasta el siglo IX d.C. ¿Por qué? La destrucción contenía un potente mensaje. El rey de Toledo, que perdería el trono en una intriga palaciega, clamaba que había acabado con más de 70 años de control bizantino en Hispania. Casi un siglo en el que, gracias a la astucia del octogenario general Pedro Marcelino Félix Liberio, el sur peninsular volvió a estar ligado a la autoridad imperial. 

Teatro romano de Cartagena.

Teatro romano de Cartagena. Ayuntamiento de Cartagena

El astuto anciano

Al puerto de Cartago Spartaria, capital bizantina en la Península Ibérica dependiente del exarcado de Cartago, llegaban vinos de Gaza, Chipre, ánforas de todo tipo, sedas de Constantinopla... A pesar de las brutales razias y escaramuzas fronterizas greco-góticas, en la corte de Toledo se intentó imitar el boato bizantino y sus comerciantes prosperaron en todo el territorio. Los bizantinos, cada vez que podían, avivaban la llama de la discordia religiosa hispanorromana contra los godos arrianos.

La primera flota imperial, compuesta por unos pocos miles de bárbaros federados, llegó en el año 552, comandaba por el patricio romano Pedro Marcelino Félix Liberio. "De este consta que había sido prefecto del pretorio de Italia sesenta años antes, en tiempos de Teodorico; por tanto, en la época de la que estamos hablando, no es posible que tuviera menos de ochenta y cinco años", explica John Julius Norwich, historiador y afamado diplomático británico, en su obra Bizancio: los primeros siglos (Ático de los Libros).

La conversión de Recaredo según el pincel de Antonio Muñoz Degrain en 1888.

La conversión de Recaredo según el pincel de Antonio Muñoz Degrain en 1888. Fondo Histórico del Senado de España

Invitados por el rebelde rey Atanagildo, enfrentado con Agila I, el patricio desembarcó sin problemas en el sureste peninsular. Agila I resistió en Lusitania hasta que sus hombres lo asesinaron en Emérita Augusta (Mérida). Atanagildo había triunfado, pero los hombres del Marcelino Félix ya controlaban por su cuenta una línea desde Valencia hasta Cádiz y no estaban dispuestos a marcharse.

Aquella región era de las más ricas de Hispania. Bañados por el sol, los campos de la Bética, la Bastetania y el Levante brotaban fértiles y en sus montañas se escondían preciados minerales. Atanagildo se revolvió contra sus antiguos aliados. El hábil general romano resistió y consiguió que el nuevo rey godo, el segundo al que vencía, reconociera la soberanía bizantina. El Imperio de Justiniano I se extendía, ahora sí, desde el Sáhara hasta el Danubio y desde Armenia hasta el otro extremo de Mediterráneo. Su sueño se había cumplido. 

Ilustración de un manuscrito que representa a la flota bizantina en combate.

Ilustración de un manuscrito que representa a la flota bizantina en combate. Wikimedia Commons

La sombra del Imperio

Justiniano I hablaba griego con un acento latino que desvelaba sus orígenes humildes. Soñaba con reconquistar el Imperio romano de Occidente que, desde Hispania hasta África, había sido arrebatado por bárbaros herejes que abrazaron el arrianismo. Una vez aplastó con gran violencia una rebelión de hinchas de las carreras, posó su mirada en el reino vándalo de África, primer paso de su Renovatii Imperii.

En una campaña fugaz y violenta entre los años 533 y 534, el general Flavio Belisario, al mando de un pequeño y versátil ejército de hunos, eslavos y algunos bucelarios bizantinos, destrozó a las huestes del vándalo Gelimer, que se rindió tras huir como un fugitivo a las montañas. Algunos sospecharon que con su reino, que incluía Cerdeña y las islas Baleares, perdió el juicio ya que antes de rendirse estalló en varios ataques de risa. Con África asegurada, Belisario se lanzó a por los ostrogodos en la Península Itálica. 

Ilustración del ejército ostrogodo siendo derrotado junto al Vesubio.

Ilustración del ejército ostrogodo siendo derrotado junto al Vesubio. Wikimedia Commons

Tras años de luchas encarnizadas —Roma cambió de manos hasta cinco veces—, Belisario fue llamado a Constantinopla. Había perdido el favor del emperador. No sería hasta el año 552 que el anciano eunuco Narsés, general romano con más recursos que el desprestigiado Belisario, aplastó a los ostrogodos del rey Teya. El bárbaro murió atravesado por una jabalina en las faldas del Vesubio, a un par de kilómetros de la olvida Pompeya. Ese mismo año zarpó la armada del astuto general que desembarcó en Hispania. 

En el extremo occidental del Mediterráneo se desconoce la autoridad que pesaba sobre Ceuta. En algún momento de la campaña vándala fue ocupada por una flotilla bizantina y en el año 457 el rey visigodo Teudis intentó asediarla. Un domingo, mientras sus fuerzas descansaban, la guarnición bizantina acompañada de la armada derrotó a los godos. Según Isidoro de Sevilla, no dejaron a nadie con vida. Teudis jamás se recuperó de la paliza. Apuñalado en las sombras de su palacio, su reino se debilitó entre conjuras y rebeliones. 

Frontera candente

La espada del furioso Leovigildo cayó sobre los imperiales en más de una ocasión. Asoló campos, aldeas y conquistó ciudades. En un golpe de mano nocturno gracias a la traición de un tal Frudemaro, los guerreros del rey de Toledo asesinaron a la guarnición de la bizantina Asidonia, muy cerca del estrecho de Gibraltar patrullado por la flota del emperador. Más tarde tuvo que cederla de nuevo. La traición de su hijo Hermenegildo, apoyado por Constantinopla, desencadenó una agria guerra civil entre los años 580 y 584.

Con pragmatismo imperial, el ejército del prefecto de Hispania llegó a un pacto con Leovigildo. No intervendrían a cambio de 30.000 sólidos de oro y varias fortalezas que habían perdido años anteriores, como Asidonia. A regañadientes, el godo accedió: serían sus sucesores quienes terminarían de borrar la sonrisa imperial.

El gran Imperio de Justiniano fue un espejismo y no sobrevivió mucho más allá de su muerte en el año 565. Jinetes ávaros llegados de Mongolia aterrorizaron el Danubio; los longobardos se lanzaron sobre Italia; las fronteras asiáticas estaban asediadas por los ejércitos persas de Cosroes II "El Victorioso" y las rebeliones incendiaban África. La Hispania bizantina estaba cada vez más constreñida y aislada hasta que la ira de Suintila acabó con la romana insolentias de Cartago Spartaria en el año 625.