Cuando observamos el auge de la inversión sostenible y la rapidez con la que se está implantado esta tendencia, recordamos el libro escrito por el psicólogo Daniel Kahneman: 'Pensar rápido, pensar despacio'. Kahneman fue galardonado en 2002 con el Premio Nobel de Economía por sus estudios acerca de la psicología del juicio y la toma de decisiones, desafiando la teoría de la racionalidad humana, que prevalece en la teoría económica moderna. Como curiosidad, hay que señalar que es el único premiado en esta categoría que no es economista.
En el libro, recoge los estudios que llevó a cabo junto con su colega Amos acerca de las dicotomías existentes en torno a dos modos de pensar (el sistema rápido, instintivo y emocional y el lento, más deliberativo y lógico), dos especies (los 'econs', que viven en la teoría, y los 'humanos', que viven en el mundo real) y dos maneras de percibir el propio yo (la experiencia de lo vivido momento a momento y su recuerdo).
Actualmente, pensamos rápido, y hemos pasado de no prestar apenas atención a factores extrafinancieros como el consumo de plástico, la emisión de gases de efecto invernadero o la calidad de los productos, a someter a las empresas a un escrutinio sin precedentes.
Se necesitan hasta dos billones de dólares anuales de inversión en nueva tecnología para poder lograr la descarbonización
Para que este pensamiento rápido cumpla con la esencia de la sostenibilidad (garantizar las necesidades actuales, pero sin poner en peligro las capacidades futuras) necesitaríamos, en paralelo, pensar despacio: hay que ser conscientes de que llevar a cabo una transformación del modelo de negocio implica un cambio cultural, de procesos, maquinaria, empleados, etc., lo que a su vez requiere tiempo e inversión.
En este sentido, no podemos pensar que este cambio no va a llevar aparejado un coste para las empresas, una posible revisión de los precios, disminución de dividendos, o un comportamiento bursátil algo peor que los comparables en el corto plazo. El hecho de que el consejero delegado de Danone haya sido destituido por el peor comportamiento bursátil relativo frente a sus comparables durante la Covid-19 es un ejemplo.
Una empresa del sector de alimentación que está reportando beneficios por acción ajustados por huella de carbono porque es consciente de la resiliencia del sector agrícola a largo plazo, parece que es una empresa que está llevando a cabo cambios muy alineados con la sostenibilidad. Pero necesita tiempo y habrá momentos en que el precio de la acción sufrirá.
Somos 'econs' y teóricamente aspiramos a ser los primeros en la carrera de la sostenibilidad. En diciembre del año pasado, se constituyó la iniciativa Net Zero Asset Managers, paraguas bajo el cual las gestoras de inversión se adhieren al compromiso de reducción de emisiones en 2030 y ser neutras en emisiones en 2050. En tan sólo cinco meses, 87 gestoras con un volumen gestionado de 37 billones de dólares (40% del volumen mundial) se han adherido a la iniciativa.
De las diez mayores compañías americanas por capitalización bursátil, tan sólo cinco han anunciado su compromiso de cero emisiones
Es muy positivo porque solo bajo presión podremos lograr la descarbonización del 11,7% anual que se requiere para alcanzar tan loable objetivo. Pero necesitamos a la especie 'humana' que determine si esto es realista o podemos estar cayendo en el fenómeno conocido como greenwashing porque es muy teórico y nuevamente, se necesita tiempo (e inversión).
De las diez mayores compañías americanas por capitalización bursátil, tan sólo cinco han anunciado su compromiso de cero emisiones en carbono. Las otras cinco, han manifestado intenciones (no compromisos) en reducción de Scope 1 y 2, pero no en el 3. Este último engloba las emisiones de toda la cadena de valor, desde los insumos que utiliza para sus actividades hasta el consumo generado como consecuencia de la utilización de los productos.
De las compañías aglutinadas en la iniciativa Climate 100+, que abarca las empresas con mayores emisiones de gases invernadero del mundo, el 43% tiene un compromiso de emisiones cero, pero sólo el 10% considera el Scope 3. A nivel países, el equivalente a la mitad del PIB mundial ha puesto de manifiesto objetivos concretos para lograr la descarbonización en forma de multas, subvenciones, reformas fiscales, transparencia en el reporte, etc.
Pero no es suficiente: se estima que se necesitan entre uno y dos billones de dólares anuales de inversión en nueva tecnología para poder lograr la descarbonización. Si los gestores de activos no ayudan a las empresas a innovar, difícilmente lograrán la teórica descarbonización.
Hemos pasado de no prestar apenas atención a factores extrafinancieros a someter a las empresas a un escrutinio sin precedentes
En el futuro podremos recordar este momento como el de la verdadera transición hacia un mundo más sostenible en el que ayudemos a restaurar los efectos del cambio climático, a crear una sociedad más inclusiva y con menores desigualdades entre los más ricos y pobres y donde las empresas se preocupen por el conjunto de partes implicadas en su negocio (trabajadores, clientes, proveedores, sociedad y accionistas).
Por ello es necesario que pensemos rápido en las maneras de ayudar en esta transición, pero que pensemos despacio y permitamos a las empresas que puedan hacer este recorrido de una manera sana, ayudando a aquellas que mayores esfuerzos están haciendo para mejorar. En nuestra mano está.
***Ana Guzmán es directora de Impacto en Portocolom AV.
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