Jueves de boquerones y de análisis político con algo de limón. Aquí, el cocinero, dispuesto a poner sobre la mesa un plato que bien sirva de desayuno si usted es madrugador, de almuerzo si le pilló el toro, o de cena si la lectura le ha llegado a última hora. Y lo cierto es que el patio está tan caldeado y la actualidad tan cambiante, que cualquiera sabe si esta hoja caduca antes que una manzana abierta por la mitad.
Salvo que usted acabe de aterrizar en España previo paso por la Luna, en esta última semana, sabrá que el presidente sigue siendo Pedro Sánchez, o que en la oposición hay, entre otros, un tal Abascal que lidera la propuesta antagónica de lo que supone en la actualidad el Gobierno del primero. Lo que a lo mejor no sabía usted es que ambos se han comprado un gato y andan acariciándolo desde hace días, como hacía el malo del Inspector Gadget. PSOE y VOX compartiendo tranquilidad (y algunas risas) a cuenta de la que se montó en Madrid hace sólo unos días, a modo de guerra civil interna con sede en Génova.
Tiene una habilidad pasmosa el Partido Popular para pegarse tiros en el pie, cuando todo apunta a que ganará una carrera. Lo de Casado (¿aún podemos llamarle presidente?) ha sido un fiel ejemplo de esto. Él solito, con su escudero García Egea, han sido capaces de desfigurar por completo el rostro del guapo del baile, que las tenía todas para sacar al centro de la pista a Miss Mundo. Entre Palencia y Murcia (lugares de cuna de ambos) apenas ha habido distancia estos años, una vez Pablo Casado se hizo con el bastón de mando que soltó -a la fuerza- Rajoy, pero ambos han logrado hacer que la distancia entre sus acciones y lo que querían los militantes sea sideral.
El problema del liderazgo de Casado es que tal vez nunca existió. Si fuese su amigo, le sugeriría que no use ni paraguas con la que está cayendo… y que le ha hecho caer a él. El artilugio se rompería y acabaría descalabrado igualmente y con un paraguas menos en casa. Si fuese amigo de García Egea (hasta el miércoles, secretario general de los populares) le contaría que un día intenté escupir lo más lejos posible un hueso de aceituna y por poco me atraganto. A él, esas cosas se le dan bien, tal como certifica algún que otro testimonio gráfico. Tal vez yo no estoy capacitado para ello; tal vez él, no estaba capacitado para liderar un partido político del peso del que está llamado a ser alternativa a Sánchez.
Es curioso (por no decir vergonzante) lo que está pasando estos días con la política nacional y, en concreto, con un PP que ahora aspira de nuevo a hablar gallego. Todo, tras una maniobra ideada por el peor de sus enemigos, pero orquestada desde dentro. El clásico “te quiero… pero lejos” que parece haber sido constante en la relación entre Casado y la tercera en discordia. No la habíamos nombrado hasta ahora, pero ya sabrán que es la otra pieza de la canción de Pimpinela: Isabel Ayuso. En campaña, utilizó un eslogan que rezaba Comunismo o libertad, probablemente porque aún no sabía que tenía más enemigos en casa, que en la bancada de enfrente. Señalada por su propio presidente, previa maniobra de serie mala de Netflix desde la cloaca más profunda de la ciudad de Madrid, el cristal de su escaparate parece más sucio ahora, tras el escupitajo de sus propios compañeros. “¡Ten amigos para esto, Isabel!”, le diría si tuviera oportunidad.
“El problema lo han creado ellos; no la militancia”, dijo ayer Manolo Barón, alcalde (popular) de Antequera. Desde luego, ésta guerra deja víctimas colaterales, como toda batalla. Y no son sólo Casado o García Egea: los militantes están que trina, porque no estaba el patio para esto ahora; el votante de la derecha de siempre, atónito con lo acontecido; el de la izquierda risa tras risa y el fiel a los postulados de Vox, afilando el colmillo y frotándose las manos como en una noche de frío. ¡La qué has liado pollito… perdón, Casado!