Nunca en los 140 años de historia desde la invención del primer vehículo con motor de térmico se han vivido los cambios en los que está inmerso el sector de la automoción en estos momentos. Casi un siglo y medio brindando movilidad individual y progreso basado en el carbono, es decir el petróleo, del que derivan todos los combustibles utilizados todo este tiempo. Si bien es cierto que ese progreso ha sido evidente, incluso mayor que el que brindó la invención de la máquina de vapor durante los siglos 18 y 19, los inconvenientes también están siendo muchos, sobre todo ahora que miles de millones de esos motores térmicos inundan el planeta.
Es evidente que los combustibles derivados del carbono, todos los que estamos utilizando hasta ahora, tienen su parte negativa. Aunque son fáciles de extraer y procesar y su distribución está eficazmente asentada, contribuyen al calentamiento global de la atmósfera, provocando un incremento de las temperaturas que ya se deja notar en el clima mundial. Por lo tanto, la búsqueda de alternativas energéticas es una necesidad que no podemos retrasar más si no queremos que sea demasiado tarde. Así las cosas, desde el parlamento europeo, el continente más restrictivo en cuanto a plazos, se ha propuesto el año 2035 para el fin de la venta de vehículos con los motores que tantos años nos han acompañado y 2050 para prohibir su uso. Hasta aquí todo correcto. Sin embargo, esa decisión, muy transcendental a todos los niveles, no está acompañada de otras que deben ir aparejadas. Si, como parece, todo se apuesta al vehículo eléctrico de batería, ¿cómo se solucionará a corto plazo el problema de las recargas? ¿y de dónde se va a extraer la ingente cantidad de materiales que se necesita para construir millones de baterías? ¿Se imaginan barrios gigantescos en grandes ciudades con edificios construidos en los sesenta y setenta, donde no hay ningún aparcamiento subterráneo y donde los coches duermen en la calle, cómo se van a recargar esos vehículos, sobre todo si el tiempo medio se va a cinco horas?
Nos venden desde los estamentos políticos las bondades de los vehículos eléctricos, algo con lo que estoy en total desacuerdo, sin pensar en que hay más alternativas, algunas menos costosas medioambientalmente y otras que están siendo probadas en estos momentos, pero las decisiones políticas y no técnicas tienen esos problemas. Son decisiones a corto plazo de personas que con toda seguridad estarán tranquilamente en sus casas en el año 2035 cuando llegue el auténtico problema.
Estamos en 2022 y trece años pasan muy rápido. Todo el peso del diseño, prueba y desarrollo de las nuevas alternativas de movilidad se está dejando en manos de los fabricantes, que sin ayudas de los gobiernos y solo con imposiciones políticas están empezando a cambiar su modelo de negocio para hacerlo rentable, porque es imposible ser rentable investigando nuevas tecnologías sin vender coches. Eso implicará despidos masivos y, sin duda, coches más caros y con menos autonomía que los que tenemos ahora. Para muchas personas será inviable tener un vehículo privado en el futuro.
Para acabar, recordemos que esto es cosa de todos, de todos los países del mundo. Mientras en Europa tendremos las mayores limitaciones imaginables en pocos años, ahora, en estos momentos, países de África, sobre todo del Magreb, están comprando miles de vehículos contaminantes que los europeos desechamos para hacerlos funcionar allí, quizá, veinte o treinta años más. Ese será el precio que tendremos que pagar para tener un planeta más limpio, aunque muchos pagarán más que otros, y no precisamente dinero.
Carlos Sedano es periodista especializado en el mundo del motor, director del programa 'Conduzco Yo' en Canal Málaga TV y Cope+ Motor Málaga