Soldados que se rindieron en Bukavu después de que la ciudad fuera tomada por rebeldes del M23, suben a camiones en el puerto de Goma , antes de partir hacia Rumangambo, en la provincia de Kivu del Norte.

Soldados que se rindieron en Bukavu después de que la ciudad fuera tomada por rebeldes del M23, suben a camiones en el puerto de Goma , antes de partir hacia Rumangambo, en la provincia de Kivu del Norte. Reuters

África

El mal negocio de morir por 100 dólares al mes: la 'traición' de los soldados congoleños tras la ocupación de Goma por el M23

Muchos militares y policías se rindieron ante la milicia; otros huyeron, y algunos arrojaron sus armas y trataron de esconderse entre la población.

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Goma (República Democrática del Congo)
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Goma es una ciudad ocupada. Y las ciudades ocupadas son peligrosas. La nueva ley no ha terminado de asentarse en el suelo, todavía húmedo por la sangre de la matanza. El grupo rebelde conocido como M23 arrebató el pasado mes de enero al gobierno congoleño la capital de Kivu Norte; los soldados huyeron a la selva y los rebeldes abandonaron sus tonos verdes para aposentarse en los edificios de la ajetreada ciudad. Es el mundo al revés.

De la misma manera que las llamas de una hoguera que se retuercen e iluminan la noche inmaculada, creando formas lúgubres y espantosas donde antes brillaban las estrellas, se escucha en la madrugada el crepitar de los disparos en la ciudad ocupada. Sólo los perros callejeros, enfurecidos por el brusco despertar, se atreven a responder con una retahíla de ladridos coléricos e ignorantes del peligro que acecha. Los rebeldes del M23 tienen ojos en la parte de delante y detrás de la cabeza, puede que también tengan ojos en las sienes, siempre atentos por si la muerte impredecible les asalta en un momento decisivo.

Porque hay infiltrados en la ciudad. Cuatro tipos de infiltrados, si se quiere ser preciso. Y los soldados del M23 los cazan durante la noche. En sus cacerías, los fusiles cantan con su voz indiscutible, excitados por el profundo olor que mana de los cartuchos.  

Una soldado que se rindió en Bukavu después de la captura de la ciudad por los rebeldes del M23, reacciona mientras se despide de sus seres queridos antes de abordar un camión en el Stade de l'Unite en Goma.

Una soldado que se rindió en Bukavu después de la captura de la ciudad por los rebeldes del M23, reacciona mientras se despide de sus seres queridos antes de abordar un camión en el Stade de l'Unite en Goma. Reuters

Durante la toma de Goma por parte de los rebeldes, en el caos de los combates, se produjo una fuga masiva de la cárcel de Munzenze y los presos volcaron su alegría quemando la prisión. Como el módulo de las mujeres seguía cerrado y todos los funcionarios habían escapado antes de la llegada del M23, el fuego se propagó hacia donde se encontraban ellas, que no pudieron escapar. Al menos 150 mujeres murieron calcinadas en esta grotesca escena. Pero los hombres huyeron y se encuentran ahora ocultos en la ciudad. Son ladrones sin importancia, pequeños truhanes, incluso tipos inocentes a quienes la vida sonrió por primera vez, al darles la oportunidad de recuperar la libertad que les pertenece. Son violadores, asesinos, locos peligrosos que volverán a matar si encuentran la excusa adecuada. Y corren, se esconden, buscan alternativas en Goma. Este es el primer grupo de infiltrados.

El segundo grupo de infiltrados son los wazalendo (patriota en suajili), una milicia local que combatía al M23 junto al ejército congoleño y con una ferocidad conocida por todos. ¡Qué alto volaron… y qué bajo han caído ahora! Su ciudad ya no les pertenece. Sus casas siguen en el mismo sitio de siempre, sus mujeres ocupan el mismo lecho y sus hijos atienden a la misma escuela. Pero todos en Goma saben quién era wazalendo y quién no, y las traiciones son habituales en las ciudades ocupadas porque la traición asegura la supervivencia y un plato de comida para los hijos, entonces los wazalendo no pueden regresar a una vida normal y fingir que no mataban hace tres semanas a machetazos a los rebeldes del M23. Podrían intentarlo, pero el riesgo es demasiado elevado. Su suerte pende de un hilo.

Muchos han huido a las afueras de la ciudad con las pocas armas y munición que les quedan. Se mantienen desde hace semanas tendidos sobre el suelo mientras brilla el sol, esperando, rezando si lo desean, para incorporarse por la noche y bajar a las casas donde robar comida y agua suficiente para aguantar un día más. Matan cuando matar es un requisito para conseguir su botín. Los héroes transfiguraron en villanos durante el ritual de la derrota.

Los wazalendo combatían codo con codo con el ejército congoleño (FARDC). Cuando la victoria del M23 estaba próxima, cada soldado se transformó en un individuo que debía tomar una decisión. Era una decisión importante porque su vida dependía de ello. Algunos huyeron al sur, hacia Bukavu, el lago Kivu y tierra, para huir nuevamente cuando el M23 tomó Bukavu sin disparar una sola bala, pocas semanas después. Otros buscaron cobijo en la base de los cascos azules uruguayos. Otros se entregaron al M23, y los hay incluso que se integraron en las filas de los rebeldes como una alternativa razonable.

Debe entenderse que el salario de un soldado raso congoleño oscila en torno a los 100 dólares mensuales. Morir por 1.200 dólares anuales no es un buen negocio, aunque entre en juego la patria; para morir por la patria ya están los wazalendo, los patriotas. Pero hubo soldados que escogieron una cuarta alternativa: deshacerse del uniforme, esconder sus armas y mezclarse con la población de la ciudad. Este es el tercer grupo de infiltrados. Algunos locales, caritativos, valientes pese a todo, les han acogido en sus hogares como a familiares lejanos, y la capital de Kivu Norte es un laberinto de chapa y caminos de lava seca que sirve de escondite para los perdedores.

El M23 consideró tras conquistar Goma que era imperativo que regresaran a sus lugares de origen los cerca de medio millón de desplazados que vivían en la ciudad y sus alrededores. Los inmensos campos de desplazados y sus lonas blancas, que eran como un cielo nublado anclado a ras de suelo, han desaparecido, dejando en su lugar enormes extensiones de tierra negra y acribillada de basura. La encrucijada en la que se encontraron los desplazados era similar a la de los soldados. Volver al hogar tras dos o tres años fuera implicaba un riesgo, porque se conoce que muchas de las tierras han sido ocupadas por otras personas y volver para vivir en la calle se antoja una mala decisión.

: Los operadores de mototaxis observan uniformes militares y municiones de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC) tirados en el suelo, en medio de enfrentamientos entre ellos y los rebeldes M23, en Goma.

: Los operadores de mototaxis observan uniformes militares y municiones de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC) tirados en el suelo, en medio de enfrentamientos entre ellos y los rebeldes M23, en Goma. Reuters

Además, la guerra no ha terminado, aunque el M23 diga que sí, y nada les garantiza que su huida haya terminado. Es por esto por lo que muchos han optado quedarse en la ciudad, eso sí, acogidos por locales de una forma similar a como acogen a los soldados (la solidaridad en una ciudad ocupada es tan fuerte como la traición).

Son el cuarto grupo de infiltrados porque el M23 considera que fuerzas subversivas se encontraban escondidas entre los desplazados. No sólo desertores de la reciente batalla, sino miembros de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR). Se tratan de rebeldes de mayoría hutu que desde Ruanda consideran que suponen una grave amenaza para la seguridad de su territorio. Además, numerosas armas fueron encontradas al desmantelar los campos y nadie sabe realmente si pertenecían a los desertores del ejército o a miembros de las FDLR. A estos últimos también tienen que cazarlos.

Goma es una ciudad ocupada. Pero todavía no ha doblado las rodillas hasta al final. Falta un último culatazo, un último disparo que incruste los huesos en la tierra y que concluya el ejercicio de resistencia pasiva de sus habitantes, que acogen en sus hogares a soldados, wazalendo, desplazados y criminales de poca monta. La resistencia que queda en Goma, en definitiva, es un tipo solidaridad peligrosa. Son los disparos en la noche los encargados de acabar con ella.