
El presidente de EEUU, Donald Trump, y su homólogo chino Xi Jinping en una imagen de archivo durante su encuentro en el G-20 de Osaka en 2019. Reuters
China lleva años apostando por el aislacionismo tecnológico: ¿se ha blindado lo suficiente para resistir los envites de Trump?
El gigante asiático comenzó a invertir cantidades ingentes de dinero en varios sectores estratégicos hace más de una década. Su temor: un choque frontal (comercial) con Occidente que parece haber llegado.
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Cuando Xi Jinping asumió el liderazgo del Partido Comunista Chino, hace ahora quince años, lo hizo con una promesa bajo el brazo: convertir el gigante asiático en una súper potencia internacional recuperando, así, el poderío y la influencia que tuvo en el pasado. Una aspiración que no tardó en ser conocida como el Sueño Chino.
Inicialmente, Xi quiso conseguirlo con la complicidad, o por lo menos el consentimiento, de Washington. De hecho, y según informó el Wall Street Journal en un reportaje publicado en 2022, durante un viaje realizado a Estados Unidos pocos meses antes de garantizar su propio liderazgo se reunió con el famoso estadista Henry Kissinger buscando consejo. Quería saber cómo estrechar vínculos con la Casa Blanca. Según la investigación del Journal, Kissinger respondió que tampoco había que embarcarse en grandes aventuras. Bastaba con que Xi incrementara su trato con las élites estadounidenses y organizara más visitas oficiales que sus predecesores.
Una vez en el cargo, Xi empezó haciendo caso a Kissinger. Durante sus primeros meses al mando habló con frecuencia de lo importante que era forjar “un nuevo tipo de relación” con la primera potencia del mundo. Pero Barack Obama, el presidente estadounidense de entonces, entendió –con razón– que la retórica diplomática de Xi lo que buscaba era que Estados Unidos reconociese a China como un igual y, no queriendo empoderar a un país al que ya veía como un rival, optó por mantener la distancia.
Xi se tomó la actitud de Obama como un desprecio y fue entonces, cuentan muchos expertos, cuando decidió apostar por una hoja de ruta que no tuviese en cuenta los intereses de Estados Unidos.
Primero estrechó el vínculo entre un Partido Comunista Chino revitalizado, o sea más ideologizado, y la sociedad china. Luego aumentó la capacidad de sus fuerzas armadas y la hostilidad sobre la que considera su zona de influencia (ahí entraría la toma de control de Hong Kong o la retórica bélica contra Taiwán). Finalmente, ordenó reorientar la economía e invertir cantidades enormes de dinero en potenciar una serie de industrias estratégicas vinculadas, sobre todo, al ámbito de la tecnología.
Este último punto es el que explica la ofensiva lanzada hace unos años contra toda una serie de tecnológicas privadas –redes sociales, empresas dedicadas a la enseñanza…– acusadas de no proteger con el esmero suficiente los datos de sus usuarios. En otras palabras: de no servir a los intereses del Estado chino al descuidar los datos de dichos usuarios facilitando, así, las pesquisas de los reguladores occidentales. Ese último punto es también el que explica por qué China empezó a desarrollar su propia red de pagos y se embarcó en la creación de una moneda digital respaldada por Pekín.
Objetivo, reducir la depencia de EEUU
La misión última de todas esas decisiones era, sencillamente, reducir la dependencia de Estados Unidos, en particular, y de Occidente en general. Así que ahora, con Donald Trump estrenando su segundo mandato en la Casa Blanca con el anuncio de nuevos aranceles contra China, cabe preguntarse qué nivel de autosuficiencia ha conseguido el gigante asiático en todos estos años. Porque cuanto mayor sea esa autosuficiencia, menos será el dolor causado por Washington.
“En muchos sentidos, el esfuerzo está teniendo éxito”, explicaba Brian Spegele, un corresponsal estadounidense afincado en Pekín, a comienzos de esta semana. “China ya no depende de empresas extranjeras a la hora de producir robots o dispositivos médicos, por ejemplo, porque se fabrican internamente”.

Un cartel con la foto del presidente chino Xi Jinping en una calle de Pekín. Efe
Otro ejemplo: los paneles solares. Muchos de los que pueblan los tejados de sus ciudades siguen siendo foráneos, pero ya están siendo reemplazados –a gran velocidad– por paneles Made in China. Por no hablar del mercado de los coches eléctricos, donde el gigante asiático es potencia mundial, o el de la Inteligencia Artificial, donde iniciativas como DeepSeek han hecho que muchos en Silicon Valley se pregunten quién va realmente por delante en esa carrera.
Cierto es que todos esos avances, conseguidos en parte gracias a unos líderes empresariales alineados con las élites gubernamentales, le están costando mucho dinero al contribuyente chino. Varios cientos de miles de millones de dólares al año, según las cifras ofrecidas por un think tank estadounidense llamado Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
¿Podrá China soportar el ritmo?
De ahí que Alfredo Montufar-Helu, director de la oficina china de la organización The Conference Board –que lleva más de un siglo explicando a todo tipo de líderes empresariales las dinámicas económicas del mundo–, se preguntara recientemente si China va a ser capaz de soportar el ritmo. “Hay mucho capital que se ha quemado”, decía también a comienzos de esta semana en alusión a la cantidad de proyectos industriales que, pese al empeño de Xi, han terminado siendo papel mojado (y, parafraseando al experto, dinero quemado).
Con todo, en Pekín creen que canalizar cantidades ingentes de recursos hacia la producción industrial y, sobre todo, hacia el ámbito de las tecnologías avanzadas aumentará la seguridad nacional al conseguir aislar, todavía más, al país de la presión ejercida desde Occidente. “La autosuficiencia en materia científica y tecnológica es la base de nuestra fortaleza nacional”, declaró hace unos días un presentador de CCTV; la televisión estatal.
En paralelo, China también está apostando fuerte en el campo de la disuasión por la vía militar. Así parece indicarlo, al menos, el enorme complejo militar que Xi habría mandado empezar a construir hace unos meses en la periferia de Pekín.
Según las imágenes de satélite obtenidas por el Financial Times, una vez concluido el conjunto de edificios éste multiplicará por diez el tamaño del Pentágono (donde trabajan unas 25.000 personas). Además, según la inteligencia militar estadounidense, dicho complejo militar incluirá varios búnkeres con capacidad para proteger a los líderes chinos en el caso de una guerra nuclear.