Cierre de fronteras en Alemania y (más) políticas antiinmigración: ¿peligra el espacio Schengen?
EL ESPAÑOL habla con tres expertos sobre cómo la decisión de Berlín de imponer controles en todas sus lindes en pleno auge de la extrema derecha puede poner en riesgo uno de los pilares del proyecto europeo.
22 septiembre, 2024 02:35El chico malo del club. El miembro más incómodo de la familia. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sido durante años el mandatario más beligerante con la gestión de los flujos migratorios de la Unión Europea. En 2015, en plena crisis de los refugiados, levantó 175 kilómetros de valla de alambre en su frontera sur con Serbia. Luego replicó la barrera en la linde con Croacia y acabó por reinstalar temporalmente los controles fronterizos con Eslovenia, con quien comparte el espacio Schengen. Todo para frenar la llegada de migrantes que cruzaban desde este país para dirigirse, sobre todo, a Alemania, que bajo la batuta de la líder democristiana Angela Merkel había adoptado una política de brazos abiertos. Paradójicamente, hoy es esa misma Alemania la que ha cerrado sus puertas, resucitando el temor de que se desmorone uno de los principales pilares del proyecto europeo: la libre circulación de personas y mercancías.
El pasado 9 de septiembre, el Gobierno tripartito de Olaf Scholz (que aúna socialdemócratas, verdes y liberales) anunciaba la decisión de imponer controles temporales en todas sus fronteras –y de hacerlo, además, en cuestión de una semana– para reducir la migración irregular y proteger al país del terrorismo islamista. "Estamos reforzando nuestra seguridad interna", dijo la ministra de Interior, Nancy Faeser. En concreto, los 3.767 kilómetros que comparte con sus vecinos, que no tardaron en salir al paso. "Es una suspensión de facto del acuerdo Schengen a gran escala", denunció el primer ministro polaco, Donald Tusk. Por su parte, Austria avisó de que no aceptaría a ningún migrante que fuese rechazado en la frontera alemana. La decisión, sin embargo, ha sacudido a todo el continente.
Según explica Alberto Bueno, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada y de la Universidad de Leipzig, que un país con el peso de Alemania imponga chequeos en sus nueve fronteras "sienta un precedente peligroso". No porque se trate de una medida excepcional, sino "porque puede tener un efecto arrastre". En realidad, el Acuerdo Schengen, que entró en vigor en 1995 y que ahora se extiende por 29 Estados, otorga a sus miembros la capacidad de introducir temporalmente controles fronterizos interiores en situaciones excepcionales, como en caso de amenaza grave para el orden público o la seguridad nacional. Ahora bien, en los últimos años, numerosos países han recurrido con frecuencia a esta medida, sobre papel, "de último recurso".
En total, ocho países tienen actualmente activos controles fronterizos temporales, según datos de la Comisión Europea. Francia, por ejemplo, los impone desde los atentados de París de 2015. Como el límite son seis meses prorrogables, el presidente galo, Emmanuel Macron, los ha ido ampliando por distintas razones. ¿La última? El incremento del riesgo de sufrir un ataque terrorista durante los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos.
En el caso de Dinamarca, la vigilancia de su frontera con Alemania se debe al miedo al espionaje ruso en el marco de la invasión de Ucrania y a las amenazas terroristas relacionadas con la guerra en Gaza. Sobre todo después de que las protestas antiislámicas y la quema del Corán por parte de algunos grupos extremistas pusieran al país escandinavo en la diana de milicias. Algo similar alega Suecia.
Incluso Alemania tiene controles en sus fronteras desde hace más de un año: en octubre de 2023, coincidiendo con el estallido de la guerra en Oriente Próximo y una eclosión de la llegada de personas por la ruta balcánica, Berlín paró la libre circulación con Polonia, la República Checa y Suiza para poner coto a la migración irregular. De acuerdo con el Gobierno germano, eso les ha permitido frenar la entrada de 30.000 migrantes en este tiempo.
Es precisamente con esa supuesta "efectividad" con lo que el Ejecutivo alemán se ha excusado para reforzar las lindes que quedaban –Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Bélgica y Dinamarca–, a pesar de que existe el riesgo de que se entorpezcan los flujos de mercancías y de trabajadores que se mueven con total libertad entre países del espacio Schengen. De hecho, desde el inicio se avisó de que se podrían producir atascos por carretera y retrasos en los movimientos ferroviarios. A priori, la medida estará en vigor hasta el año que viene.
Elecciones en Brandeburgo… y en 2025
"Realmente, lo excepcional en el caso de Alemania es que la decisión se haya tomado de manera tan inmediata y que además haya sido un Gobierno socialdemócrata, [tradicionalmente más laxos en política migratoria] el que lo haya hecho", señala Bueno a El ESPAÑOL. El experto recuerda cómo el anuncio llegó poco después del ataque yihadista durante un concierto en un festival en la ciudad de Solingen, en el oeste del país, que dejó tres muertos. Tras el atentado, las críticas contra las autoridades por la gestión migratoria aumentaron, y el canciller alemán anunció la deportación de 28 afganos convictos por primera vez desde la llegada de los talibanes al país del Asia Central.
Ese malestar se reflejó luego en las urnas con en el auge histórico del partido de ultraderecha, Alternativa para Alemania (AFD), que con un discurso antiinmigración y xenófobo quedó primero en las elecciones regionales en Turingia y segundo en Sajonia. "Scholz trata de responder a la preocupación sobre la inmigración que agita la ultraderecha y sobre la que también presionan los conservadores de la democristiana (CDU)", sostiene el académico. Y añade: "El movimiento tiene una explicación totalmente electoral".
"La reintroducción de todas fronteras en Alemania sienta un precedente peligroso"
Se refiere a las elecciones que se celebran este domingo 22 de septiembre en Brandeburgo, un Estado del este alemán que ha sido bastión de la socialdemocracia durante décadas y donde los ultraderechistas se erigen ahora por primera vez como ganadores, según las encuestas.
Para Moisés Ruiz, profesor de liderazgo político de la Universidad Europea, el giro migratorio del canciller alemán también está acuciado "por el auge de la extrema derecha, que hace de la inmigración su bandera, y las presiones de la derecha conservadora". A su juicio, existe un temor a que "su opción política siga el camino a la irrelevancia", sobre todo después de la debacle de las europeas, donde el Partido Sociáldemocrata (PSD) de Scholz se vio ampliamente superado por los conservadores.
"De cara a las generales de 2025, tratan de mostrar empatía a sus votantes tradicionales siendo más beligerantes contra la inmigración porque saben que está habiendo un trasvase sociológico de la clase obrera sobre el tema migratorio", sugiere. El ejemplo más claro de ese cambio está en el Bündnis Sahra Wagenknecht (Alianza Sahra Wagenknecht, BSW por sus siglas), el joven partido alemán fundado por una antigua diputada de izquierdas del Die Linke que tiene una marcada postura antiinmigración. "Ha sabido canalizar ese malestar", concluye Ruiz.
Europa compra el discurso ultra
Se trata, sin embargo, de una tendencia generalizada: tanto la derecha tradicional como la socialdemocracia europea están comprando la tesis de la ultraderecha sobre migración. Al menos de palabra.
Hace apenas unas semanas, el primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, aplaudió los "notables avances" en materia migratoria de su homóloga italiana, Giorgia Meloni, máxima representante de la derecha radical en la UE. En concreto, dijo estar interesado en el controvertido y de dudosa legalidad proyecto para abrir en Albania, país extracomunitario, dos centros para alojar a los inmigrantes rescatados en aguas italianas.
Días más tarde, el líder del Partido Popular español, Alberto Núñez Feijóo, alabó el modelo italiano, que incluye acuerdos con Libia y Túnez para que cierren el paso a migrantes. Un sistema que ha permitido a Roma reducir un 60% el número de llegadas de migrantes ilegales por el Mediterráneo. Previamente, en verano, en mitad de un incremento de la presión migratoria en Ceuta y Canarias, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, endureció su discurso. En un ligero giro de guion, el socialista calificó de "imprescindible" el retorno a sus países de quienes llegan a España irregularmente y apostó por "la migración ordenada".
¿Medidas simbólicas?
"El electorado ha cambiado y ahora cuentan mucho más los aspectos identitarios que las cuestiones sociales; por eso la izquierda tiene un problema, porque no consigue hacer calar un discurso positivo o alternativo en términos de inmigración al de la derecha sin que esto perjudique electoralmente", explica Francesco Pasetti, investigador principal del área de Migraciones de CIDOB y profesor adjunto en Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI).
"En un momento de extrema politización de la cuestión migratoria y ante un incremento de los partidos de ultraderecha inevitablemente se aplican políticas más restrictivas pero que son más simbólicas que efectivas para detener la inmigración", arguye. El experto se refiere principalmente a la imposición de los controles temporales fronterizos. Y es que a pesar de que los flujos se reducen a corto plazo, en el largo, los refugiados suelen cambian de ruta y toman otros caminos más peligrosos para llegar a Europa, según una investigación de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
"Preocupándonos de la amenaza que viene desde fuera nos estamos desmoronando desde dentro"
Asimismo, para el investigador, que estas políticas "intenten responder rápido al miedo creado por el clima discursivo" tiene graves consecuencias humanitarias. "Los estudios nos cuentan que cuando estas medidas en las fronteras se hacen de emergencia se ven perjudicados los protocolos de protección internacional que deberían garantizar los derechos de las personas que buscan asilo", detalla.
Con todo, recuerda, también impactan en la línea de flotación del proyecto europeo: "Preocupándonos de la amenaza que viene desde fuera nos estamos desmoronando desde dentro. Los Estados se enrocan en sus intereses nacionales y Europa se va desvía de la unidad y la solidaridad".
"La cuestión de la inmigración sólo se soluciona a nivel europeo", dice Pasetti. El problema es que desde la crisis de refugiados de 2015, la UE ha sido incapaz de poner orden en el caos de la política migratoria comunitaria. Al menos hasta el año pasado. Entonces se alcanzó un acuerdo definitivo sobre el Pacto Europeo de Migración y Asilo basado en el refuerzo de las fronteras exteriores y el endurecimiento de las condiciones de asilo. Este, sin embargo, no se aplicará plenamente hasta junio de 2026.
Así, habrá que esperar a ver si la reforma consigue despegar antes de quedar desfasado o si, por el contrario, pronto veremos a Orbán repitiendo con otros países las palabras que le ha dirigido a los alemanes tras la reinserción de los controles: "Os lo dije. Bienvenidos al club".