
Un hombre, cerca de la escena de un ataque a tiros en el valle del Jordán, en Cisjordania. Reuters
Trump confía el control de Oriente Próximo a un Israel que intenta debilitar a Siria para mantener a raya a Irán
Mientras la Casa Blanca busca un acuerdo nuclear con el régimen de los ayatolás, Netanyahu intenta encender la mecha de los nacionalismos para mantener débil a una nación islamista en transición.
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Estos días circula un chiste entre los sirios: Turquía “protege” a los sunitas sirios, Irán hace lo mismo con los chiíes y alauitas, Francia se ocupa de los cristianos, Israel dice proteger a los drusos, mientras que Estados Unidos apoya a los kurdos. ¡Esto deja a los sirios ateos solo en manos de Dios! La periodista siria Zaina Erhaim compartía en redes este análisis popular de los movimientos por el control del desolado país, de gran importancia geoestratégica en Oriente Medio. Y también pone en evidencia la debilidad de Siria: sus minorías.
El humor negro local es un talento imprescindible para sobrevivir a los siempre convulsos acontecimientos en la región, donde el equilibrio de poderes está experimentando un cambio significativo como consecuencia de la guerra entre Israel y Hamás que a su vez desencadenó la caída del régimen de Bashar al Asad el 8 de diciembre liderada por el hoy presidente interino, el islamista Ahmed al Sharaa.
Donald Trump, como ya anunció, está retirando a EEUU de la región, y deja a Israel como el principal actor, junto con Arabia Saudí y Egipto.
Con un renovado poder y Gaza destruida, Tel Aviv ha intensificado sus ataques en Siria para contrarrestar a Irán y su Eje de Resistencia, que incluye a Hezbollah y Hamas, debilitados por la caída del régimen sirio, que contaba también con apoyo de Rusia (que intenta preservar sus bases en la costa siria) y de China. El gigante asiático no busca una intervención militar directa en Siria, sino que utiliza su poder económico y diplomático para mantener su presencia en la región. Con la economía colapsada, Damasco ve en Pekín un posible socio económico clave, que podría financiar la reconstrucción sin las exigencias políticas impuestas por Occidente.
Mientras tanto, la Casa Blanca ha enviado un mensaje a Teherán para negociar un acuerdo nuclear, que Irán ha rechazado, lo que podría violentar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que ha sido claro: cualquier acercamiento de EEUU a Irán será percibido como una traición a Israel y podría llevar a una respuesta militar más agresiva en su ocupación de Siria y Líbano.
El nuevo y frágil gobierno en Damasco enfrenta desafíos internos, como la devastación económica, la insurgencia alauita de las últimas horas en la costa, reducto del apoyo al exdictador, y las exigencias de autonomía de los kurdos. Y también externos, como las tensiones con Israel, que busca la desmilitarización del sur de Siria con la excusa de proteger a la minoría drusa, quien ya ha dejado claro que no lo necesita. Con unos 200 muertos entre las filas alauitas, hay quienes señalan la mano de Asad y de Irán tras la insurrección, mientras que otros, como el experto Fabrice Balanche, consideran que con ellas se desvanece cualquier esperanza de reunificación pacífica en Siria.
En juego hay intereses divergentes. Arabia Saudí, Turquía -los dos grandes valedores de Al Sharaa- y Emiratos Árabes Unidos buscan mantener la unidad territorial de Siria como una barrera para frenar la influencia de Irán. Ankara busca expandir su influencia en el norte para mantener a raya a los kurdos, lo que genera tensiones con Tel Aviv. Mientras que Israel, irónicamente con el mismo objetivo, apuesta por alianzas temporales con las minorías como un factor de desestabilización contra Irán, Siria e Irak. Europa, por su parte, prioriza la estabilidad para contener la crisis de refugiados y prevenir la radicalización, enfocándose en ayuda humanitaria más que en maniobras geopolíticas.
Las fuerzas de Netanyahu han expandido su ocupación y continúan bombardeando Siria, con el objetivo de debilitar al país y presionar para que acepte un acuerdo similar al que tenía con Asad, explica a EL ESPAÑOL Joseph Daher, experto académico en política económica en Oriente Medio: “Israel ha expandido su ocupación. Continúa bombardeando Siria. Es una forma de presionar a Siria para que acepte un acuerdo similar al que tenía con Bashar al Asad: una paz fría en la que nadie se acerque a sus fronteras”.
Israel está al servicio de los intereses de EEUU, es el actor clave que consolida la hegemonía estadounidense en la región. “EEUU se siente amenazado por el creciente poder de China en el mundo y está utilizando a Israel como su gendarme para mantener su dominio, no solo a través de su ejército, sino presionando para la normalización entre Israel y los estados árabes, especialmente las monarquías del Golfo”, prosigue el experto.
Netanyahu intenta debilitar a Siria y forzar un acuerdo que se alinee con los intereses estadounidenses. Esto forma parte de una estrategia más amplia, ya que mientras que Washington es más cauteloso con el nuevo gobierno sirio, y algunas fuentes aseguran que Trump no siente ninguna simpatía por Al Sharaa, los países europeos están mostrando más apertura con el nuevo presidente sirio, anteriormente conocido como Abu Mohammad al-Jolani, quien liderara la rama local de Al Qaeda hace una década, y en diciembre la caída del régimen con su grupo islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS).
A pesar de las expectativas por lograr una transición inclusiva hacia la justicia y la democracia, Daher considera que Al Sharaa, más que en mejorar la vida de los sirios, está demasiado centrado en permanecer y consolidar su poder, no en compartirlo, y en contentar a los poderes internacionales y regionales que operan en Siria, una tarea imposible, ya que muchos de estos actores, como el propio Israel o los Estados del Golfo, lo que desean es autoridad y estabilidad, pero no una democracia genuina en Siria.
La inclusividad y representatividad del nuevo gobierno está en tela de juicio y lejos de convertirse en una realidad en el corto plazo.
Es importante recordar que los nacionalismos han sido históricamente usados como herramienta de destrucción por Occidente en Oriente Medio. Apoyar a las minorías fue la estrategia de las potencias coloniales europeas de principios del siglo XX para fragmentar la región y facilitar su control. Parte del sentimiento antioccidental que se respira en la región proviene del Acuerdo Sykes-Picot de 1916, con el que Francia y Gran Bretaña trazaron fronteras artificiales en la región ignorando las realidades étnicas y religiosas.
Al mismo tiempo que el militar y arqueólogo británico T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia) alentaba la revuelta árabe contra el Imperio Otomano, el líder británico Winston Churchill y el general francés Henri Gouraud imponían divisiones sectarias en Irak, Siria y Líbano. Londres promovió el sionismo con la Declaración Balfour de 1917, debilitando así el nacionalismo árabe, mientras que Francia reforzaba las identidades locales para evitar un panarabismo unificado. A través de estas maniobras, Occidente convirtió a los nacionalismos en un arma política para debilitar a sus adversarios y mantener su influencia en Oriente Medio.
De aquellos polvos estos lodos. Como explica el experto Joshua Landis a Al-Monitor, la intervención de Israel en Siria está exacerbando las divisiones internas y polarizando al país a través del apoyo externo a minorías como los kurdos y los drusos para intereses estratégicos ajenos a Siria. Esto empuja al nuevo gobierno de Al-Sharaa a una mayor dependencia de Turquía, que es su principal socio comercial, y de Rusia.
Landis, director del Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Oklahoma, señala que el gobierno de al-Shara está luchando por mantener el control centralizado y enfrenta fuertes críticas por no incluir adecuadamente a otros grupos, como los kurdos, los drusos y los alauitas. A esto hay que unir el descontento popular porque más de dos millones de funcionarios sirios no han recibido sus salarios y el 90 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.
“El desmantelamiento de instituciones estatales ha dejado a millones de sirios sin salario y ha exacerbado la sensación de persecución entre los alauitas, que ven su expulsión de puestos de poder como una purga”, señala Landis en referencia a la minoría a la que pertenecía la dinastía Asad.
La luna de miel de la insurrección de diciembre toca a su fin y Sharaa no tiene respuestas. “Los kurdos quieren autonomía, los drusos también, y otros grupos presionan con sus propias demandas. Esto lleva a Sharaa a repetir muchas de las políticas que Asad implemento en política exterior para mantener el control centralizado”, explica el experto.
Sharaa podría volver a repetir las alianzas del derrocado dictador. La buena y pragmática relación entre Israel y Rusia, con Moscú permitiendo los ataques israelíes a cambio de mantener su influencia en la región, desempeña un papel importante en la dinámica internacional: Moscú podría usar a Siria como moneda de cambio para negociar y “asegurarse de que Israel no proporcione armas avanzadas en Ucrania o en Georgia”, explica Landis.
Al mismo tiempo, la intervención de Israel, que se opone al levantamiento de las sanciones de Washington contra Damasco y quiere que las fuerzas estadounidenses permanezcan sobre el tereno, empuja a Siria a una mayor dependencia de Turquía para contrarrestar la influencia israelí y rusa. Tel Aviv también exige un estatus federal para los kurdos, lo que polarizaría el país, y a esto se opone bélicamente Ankara.