El 'sanchismo', doctorado en madrileñofobia
Confinaron Madrid y seguía sonando el organillo de Rhodes cuando amanecía el viernes ("Y el metal amanece clarín", que diría Rimbaud). Lo confinaron de buena mañana y Rhodes, que no se enteraba de la misa la media, se quedó dentro de su amada capital, rodeada por los perímetros, por los maderos y por un 155 como la Catedral de la Almudena al corazón de España. Con algo de Chopin mal temperado, pobre Rhodes: en el Brexit y encerrado en una república bananera de taifas.
Madrid sufre a Rhodes y sufre la Historia, al menos desde que la Corte se instaló en el poblachón manchego y todos fuimos allí a ver si prosperábamos y nos multiplicábamos entre rubias hijas de la ira y nietas de la UCD. Madrid, ya digo, viene siendo la sufridora más inocente de esta política enclenque y populista, y por eso hoy hay que hacer este chotis agarrao a la ciudad que Sánchez, madrileño, tanto teme.
El confinamiento de Madrid, en verdad, es la expresión última del cojonudismo sanchista que no aparece en la foto pero que viene bien cubierto de testosterona por Sánchez y de cojonudismo, sí, insisto, por Carmen Calvo.
Moncloa nos había dado una foto alejada y medio pixelada del Consejo de Ministros extraordinario para que no viéramos, quizá, la carita descompuesta de Nadia Calviño y para que en el desenfoque tampoco se viera cómo el vicepresidente Turrión lleva lo del culebrón amatorio, telefónico y procesal. Pero yo he elegido esta, con dos seguros servidores del sanchismo pandémico.
En el fondo, a Sánchez y a Ayuso mi salud y mi economía les valen una "higa", que diría la verdulera/cocinera Celia Villalobos en esas memorias que nos sorprenden por aciertos en las concordancias gramaticales por la magia de los negros literarios. En el fondo, aquí se le han cortado las alas a Madrid porque la operación pesecera de presentar a Illa en Barna como el gran inquisidor de los herejes madrileños fue tumbada por la Justicia. Y yo que me alegré, de lo de los jueces, claro.
Sánchez, en ese desconocimiento supino de la vida que hay más allá de su perro y del HBO, sabe cómo exprimir a la Constitución para poner sus criadillas encima de la mesa e inaugurar una dinastía, la suya, muy preocupada por ayudar al África negra por parte conyugal y por mandarnos a los madrileños al vertedero de la Historia por su parte presidencial.
Por el ordeno y mando, Sánchez cierra Madrid y mata un puente, el último, quizá, que la "España de las libertades" creía que iba a mojarse los pinreles en La Malvarrosa o en La Malagueta. Sánchez es un atroz carcelero, con voz campanuda y algo de galán pastoso de Galerías Preciados. Sus pulsiones las sufren hoy los madrileños mientras que en Barcelona hay fiesta mayor para silbar al Rey y esconderse en la Ciudad Condal, de su enésima traición a los madrileños y a toda España en otro otoño caliente. De eso iba lo de estar en Cataluña con Felipe VI.
El secuestro de Madrid, con la España de los balcones, será un episodio más, un tiempo para que sus terminales mediáticas nos vayan contando lo malo que es el pack Ayuso/Almeida y la necesidad de trasladar la capitalidad federal a Barcelona, una bomba vírica entre sobaquinas de los CDR.
En última instancia, hemos constatado que Sánchez sabe de epidemiología y de aerosoles tanto como el doctor Simón, volante y volador. Y eso es lo que nos da más miedo.
Que los balcones los juzguen... y que Rhodes siga sonando.