En el nombre del padre, un periodista patoso y la vuelta a casa de Gasol
Del "patoso número uno del periodismo" al discurso de Batet; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Meritxell Batet
De todas las mujeres que han presidido el Congreso se dice que son poderosas. No sé qué pensar. Para poderío, el de Ana Patricia Botín, que heredó el banco de su padre, Emilio Botín, y la aureola del ilustrado descubridor científico de las Cuevas de Altamira, que era otro Botín.
A Meritxell Batet, que no es poderosa pero sí importante, le cupo el honor de apadrinar el 40 aniversario del 23-F y la intervención del Rey Felipe VI, con sorpresa incluida, en el nombre del padre.
Fueron las de Batet unas palabras muy celebradas. Normal. Dijo que el acto conmemoraba el triunfo de la democracia al tiempo que afeaba la conducta de quienes intentan desacreditarla. Por eso Pablo Iglesias, alias “el socio”, puso cara de circunstancias y se abstuvo de aplaudir.
La guinda la puso luego Felipe VI, que no se conformó con hilar palabras, sino que dedicó parte de su discurso a elogiar la firmeza y autoridad de Juan Carlos I, determinantes para la defensa y preservación de la democracia. Sus señorías (las que estaban presentes) se quedaron ojipláticas. Era la primera vez que el Rey elogiaba a su padre desde que éste puso los pies en polvorosa y se instaló en Abu Dabi.
En el Salón de los Pasos Perdidos estaba la flor y nata del Estado, desde las presidentas del Congreso y el Senado a los presidentes del Gobierno, el Tribunal Constitucional, el CGPJ, etc. También asistieron los padres de la patria que han sobrevivido a su obra, la Constitución del 78, Miquel Roca y Miguel Herrero y Rodríguez de Minón, así como el líder de la oposición, Pablo Casado, y de otros partidos políticos (no los independentistas, que dieron el cante con su espantada).
El Rey Felipe eligió la solemnidad del momento, ante las primeras autoridades del Estado, para homenajear al gran ausente, Juan Carlos I. Y tampoco en esta ocasión Pablo Iglesias aplaudió. Así es el muchacho. Así es La vida.
Isabel Díaz Ayuso
Se hace llamar presidenta de la Comunidad de Madrid, pero como hay confianza, la gente le decimos “la Ayuso” a secas. Tal brevedad, lejos de rejuvenecerla (ella es joven y no necesita quitarse años), le jode un huevo.
Ayuso suele tener días gloriosos, pero sin pasarse. Por regla general es bravucona, amenazante y chulapa. Hasta no hace mucho tenía un novio peluquero. De aquella experiencia le ha quedado cierta afición a llevar el pelo negro zahino y peinarse como las mujeres de Julio Romero de Torres que salían en los antiguos billetes de veinte duros.
La última polémica de la presidenta madrileña ha girado en torno al plan de vacunaciones, que a decir de sus adversarios le ha salido un pelín rana, imitando la ceremonia de la confusión. En las desactualizadas listas de vacunables había muertos, resucitados, dependientes y destinatarios en paradero desconocido por cambio de domicilio.
A Isabel Díaz Ayuso, que navega (o más bien naufraga) en los procelosos mares de la indigencia ideológica, se le ha contagiado la moda masiva, (que no es lo mismo que “moda + IVA” ) dando por hecho que la capital pondrá todos los medios (léase estadios y catedrales) al servicio de las iniciativas de Ayuso y MAR, que son como un solo hombre.
De aquí a Semana Santa todos los madrileños que creen en Dios y en la vacuna estarán felizmente bautizados contra la pandemia (¿?). Que no salga de aquí, o por lo menos que no se lo filtren a Simón, el único español que presume de no saber cuando cae Semana Santa.
Se estrenó la carrera, debidamente televisada, en el Wanda Metropolitano, el estadio con más capacidad de España. La vacunación masiva en la capital está dispuesta a entrar antes que nadie en la meta. Y los madrileños llamados a sobrevivir no piensan perder un minuto. El resto seguiremos tocando madera.
Máximo Pradera
Máximo Pradera es un periodista de lengua afilada con una asignatura pendiente: el don de la oportunidad. Lo digo por su reciente artículo titulado El cáncer de Julia, que le ha costado el despido como columnista del diario Público. A propósito del cáncer, en general, aunque bien pensado, podríamos darle la vuelta a la frase y titularlo “a despropósito del cáncer”. Cuadraría mejor, digo yo.
Máximo, tildado de “Mínimo” por sus adversarios, no suele andarse con contemplaciones. Acostumbra a meter el dedo en el ojo a las personas que se le cruzan. Que me perdone el colega si me malicio que a lo mejor elige las negritas por sorteo.
Máximo Pradera, mínimo esfuerzo, ha encontrado un buen pretexto en el cáncer de Julia Otero, que casualmente la periodista hizo público un día antes de publicarse el desafortunado artículo. Lo siento por él, que tiene trazas de simpático y despacha una risa fácil, pero no fue su día. Su ocurrencia fue escribir que, puestos a repartir el mal, tenía que haberle tocado un poco de cáncer a Aznar, a Trump y otro poco a Macarena Olona. Dios, qué oportunidad perdida de haberse mordido la lengua.
Lo siento por Máximo, que ha quedado como el patoso número uno del periodismo nacional. Ahora tendrá que deshacer el entuerto y proclamar su mea culpa. Esta vez a inoportuno no le ha ganado nadie.
En el reparto de la inteligencia, como en el del cáncer, Máximo no lleva ningún boleto premiado.
Pau Gasol
Pau nunca será Pablo. No lo digo por fastidiar, pero últimamente, a fuerza de sustituir Pau por Pablo (Hasél) he tropezado varias veces con la misma piedra. O sea, con la deformación profesional. Y no. Pau es Pau, como Pablo es Pablo, y no habrá rapero en el mundo que le gane encestando.
Gasol ha vuelto a casa. Con Catherine y con Elisabet, las dos mujeres de su vida, que van camino de convertirse en dos catalanas más, ahora que Pau vuelve al equipo que le vio nacer como deportista de élite y donde quiere probarse a sí mismo para alargar su carrera un tiempo más. Supongo que no es casual. Es la hora del proyecto de vida, que suena ya de forma apremiante a los cuarenta. Cuarenta y uno cumplirá Pau en julio, ya de vuelta en el Barça, veinte años después de su debut en agosto de 2001.
Luego vendrían las tres medallas olímpicas (Pekín 08, Londres 12 y Río 16), sus seis brillantes años en los Lakers, un mundial, tres europeos, el Premio Princesa de Asturias y, en fin, su condición de gloria nacional del deporte. Un verdadero pelotazo en la imagen internacional de España que en la segunda década del siglo XXI compartió con Nadal, Fernando Alonso, Iniesta, Severiano Ballesteros, etc… Ay, que lejos vemos ahora todo eso.
Un ejemplo en todos los terrenos. Incluida su desprendida incorporación a la plantilla del Barça por amor al arte. Me explico: el mínimo salarial estipulado para un jugador de su edad que, dicho sea de paso, Pau anuncia que donará a causas benéficas. ¿Será por dinero? Eso, de ninguna manera en estos 2,15 de generosa estatura. Gracias, Pau.