El apuesto general Dick Browning, jefe de las fuerzas aerotransportadas británicas, era un hombre singular. Conocido como "Boy" Browning desde sus tiempos en Eton, fue campeón de bobsleigh y estaba casado con Daphne du Maurier, autora de Rebeca o Los pájaros.
Influido quizá por la literatura de misterio, de sus labios brotó una de las frases que marcaron la etapa final de la Segunda Guerra Mundial y ha pasado a las antologías del arte de la guerra. Se refiere al fracaso de la Operación Market-Garden que pretendía acelerar el jaque mate contra Hitler, tomando una serie de puentes en Holanda mediante arriesgadas operaciones de comandos.
Cuando su jefe el general Montgomery, le señaló en un mapa los objetivos, Browning le preguntó cuánto tardarían sus paracaidistas en recibir refuerzos terrestres. Monty le dijo que dos días.
Él replicó que podrían resistir cuatro y añadió: "Pero creo que estamos yendo un puente demasiado lejos". Se refería al puente de Arnhem, casi cien kilómetros más allá de las líneas defensivas alemanas, protegido por un importante contingente con blindados.
El historiador Cornelius Ryan y el director Richard Attenborough inmortalizaron esa expresión –A bridge too far- en el libro y la película del mismo nombre.
En la película, Browning se lo suelta a otro interlocutor, como explicación de un fiasco que costó la vida a más de diez mil soldados ingleses y tres mil norteamericanos: "Siempre dije que estábamos yendo un puente demasiado lejos".
Recurrir a esta metáfora es un recurso coloquial para describir cualquier asunción exagerada de riesgos, cualquier órdago temerario, cualquier pretensión fuera de lo razonable que pone en peligro un proyecto militar, empresarial o político.
Es obvio que ni en Moncloa, ni en Ferraz, ni en la sede del PSC queda ya nadie con la lucidez y agallas necesarias para haber advertido a Sánchez de que el acuerdo con ERC sobre la financiación singular de Cataluña para comprar la investidura de Illa supone intentar tomar un "puente demasiado lejano".
Porque en definitiva los puentes ya cruzados y entregados al separatismo, como los indultos, la eliminación de la sedición, la reforma de la malversación o la propia amnistía, afectaban a conceptos éticos como los delitos y las penas, la igualdad ante la ley, la estabilidad constitucional, el valor de la palabra dada o desgraciadamente los enjuagues entre políticos. Pero no repercutían directamente en el bolsillo de la gente. No suponían arrebatarle nada material a nadie.
Ahora la declaración de intenciones es tan cristalina como demoledora: los catalanes, por el hecho de serlo, tienen derecho a más dinero del que reciben y la diferencia se la tendremos que pagar entre todos.
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Resulta inaudito que un PSC liderado por Salvador Illa haya firmado ese documento plagado de burdas mentiras identitarias, mucho más prolijo y explícito que los ya bochornosos preámbulos de los acuerdos del PSOE con Junts y Esquerra.
Empezando por el "reconocimiento de Cataluña como nación".
Siguiendo por la admisión del "conflicto político entre Cataluña y el Estado, pendiente de resolver".
Continuando por la descripción eufemística del golpe fallido de 2017 como "la sucesión acelerada de decisiones por parte de todos los actores implicados" o la "búsqueda de una vía para dar respuesta a la demanda de decidir libremente".
Y culminando en el axioma de que "Cataluña sufre una infrafinanciación sostenida en el tiempo que supera con creces a lo que correspondería a un modelo de solidaridad entre territorios".
Lo que implica como primer corolario que "no se trata de reformar el modelo de financiación común, sino de cambiarlo sobre un nuevo paradigma basado en la singularidad y bilateralidad".
"No podíamos imaginar que la ambición sin límites y la falta de escrúpulos pudiera llevar al PSC y al PSOE a rubricar este delirio"
Y como segundo corolario que "la Generalitat debe contribuir a la solidaridad con las demás comunidades autónomas… siempre que lleven a cabo un esfuerzo fiscal también similar" y esté "limitada por el principio de ordinalidad".
Es decir, que para que los asturianos, andaluces, manchegos o extremeños puedan beneficiarse de la solidaridad catalana, sus gobernantes tendrán que brearles a impuestos y hacerlo de forma tan ineficiente que no puedan prosperar nunca en el ranking de la renta per cápita.
Todas las premisas son mentira y todas las conclusiones inaceptables, siempre que esté vigente la Constitución de 1978 -muy cerca ya de convertirse en la más longeva de nuestra historia- que establece "la indisoluble unidad de la Nación española".
Hace tiempo que sabíamos que los independentistas habían construido con sus fantasías una realidad paralela que convertía a los territorios en sujetos de derecho por encima de los ciudadanos. Por eso resumían todo lo anterior en su "España nos roba". Lo que no podíamos imaginar es que la ambición sin límites, la falta de escrúpulos y la obsesión de dividir a los españoles de Sánchez pudiera llevar al PSC y al PSOE a rubricar este delirio.
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No puedo ser condescendiente con Illa, pues en definitiva es quien directamente se obliga a cumplir este contrato, pero él va a ser la principal víctima de la última huida hacia adelante de Sánchez. Todos cuantos han hablado de estos asuntos con el habitualmente cabal líder del PSC -yo lo habré hecho al menos veinte veces- saben, sabemos, que no está de acuerdo con casi nada de lo que dice ese documento.
Ahí están sus hechos: su rotundo apoyo a la aplicación del 155, su asistencia a la histórica manifestación de Sociedad Civil Catalana a la que la portavoz de Esquerra se atreve a calificar de "organización fascista", su rechazo a la amnistía hasta que no tuvo más remedio que aceptarla, su propuesta de un modelo escolar trilingüe… La trayectoria de Illa le avalaba como alternativa frontalmente contraria al independentismo y por eso ganó con amplitud las elecciones.
Ahora, como ha escrito Gerard Mateo en Crónica Global, ya "no habrá referéndum porque no hará falta". El líder del PSC hablaba de "reencuentro", pero el único que se ha movido es él, echándose en brazos de sus adversarios.
Era de sentido común -y todas las encuestas lo confirmaban- que el PSC habría sido el gran beneficiado de una repetición electoral en la que Esquerra hubiera seguido desangrándose. Aunque la mitad de los votos que perdiera adicionalmente Esquerra se fuera a Junts, la otra mitad reforzaría todavía más al PSC o haría revivir a los Comunes. Las opciones de investidura de Illa se habrían multiplicado y su posición negociadora se habría fortalecido en noviembre.
"La disyuntiva en la que Illa se ha dejado colocar por Sánchez es la de tener que engañar a ERC o tener que engañar a sus votantes y compañeros de partido"
Era lo que le convenía a él, antes que pagar ahora un precio tan alto. Pero no lo que le convenía a Sánchez que se habría vuelto a quedar sin Presupuestos, mientras los escándalos le acorralan políticamente, al margen de su desarrollo judicial.
La paradoja es que Illa ha cedido a las exigencias de Esquerra en el tiempo, en la forma y en el fondo, hasta el extremo de que su programa de investidura se parecerá más al de Aragonès y Rovira que al suyo propio, pero tendrá que aplicarlo en solitario, Departamento de Política Lingüística incluido.
Por eso la disyuntiva en la que le ha colocado Sánchez, o para ser exactos en la que Illa se ha dejado colocar por Sánchez, es la de tener que engañar a Esquerra o tener que engañar a sus votantes, compañeros de partido y simpatizantes en general. Haga lo que haga, estará defraudando a alguien.
¿Merece la pena pagar este precio por llegar al poder? Yo mismo lo planteo como duda, aferrándome la idea de a que quien engañará Illa en todos los frentes será a los de Esquerra. ¿Es esto lo mejor que se puede esperar ya de los políticos, que al que le mientan sea al de enfrente?
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Hace tiempo que en el caso de Sánchez desaparecieron todos los interrogantes. Ya sabemos de lo que es capaz, con tal de perpetuarse en la Moncloa. También tenemos claro que sus menguantes apoyos se cimentan en un sindicato de intereses contantes y sonantes y en una coartada ideológica que acaba de estallar pulverizada. Eso es lo único positivo de la barbaridad fraguada en Cataluña: mientras tenga como líder a Sánchez el PSOE no podrá volver a hablar de solidaridad, distribución de la riqueza o justicia social.
La comparación que puso Page entre los vecinos de Pedralbes y los del Raval es inapelable: Sánchez está con los ricos de Pedralbes a cambio de que los ricos de Pedralbes estén con él. La rosa se va quedando sin pétalos y el puño empieza a parecer un ridículo muñón de guardarropía.
"La manera de ejercer el liderazgo de Sánchez es más propia de los autócratas a los que corteja o disculpa"
Pero cada día son más los dirigentes socialistas que se dan cuenta. No es Page quien está en el extrarradio del partido. Y ya no sólo le acompaña el aragonés Lambán. Porque ha sido el extremeño Gallardo el primero en pedir un debate abierto entre todos los barones, con Lobato y Tudanca de su lado. Y ha sido el presidente de Asturias, el siempre sanchista Adrián Barbón, el que ha terminado de decantar la mayoría.
El "hasta aquí" es una realidad. Ya hay un antes y un después porque es Sánchez quien ha cruzado el arriate que preserva la identidad ideológica del PSOE para instalar su jaima en el desierto del egoísmo oportunista.
Su manera de ejercer el liderazgo es más propia de los autócratas a los que corteja o disculpa. Todo se impone, nada se debate y a la hora de justificarse basta la más peregrina de las ocurrencias: resulta que la bilateralidad fiscal entre el Estado y Cataluña significa avanzar hacia la "federalización". Será el primer federalismo de la Historia en el que el Estado pacte sólo con una de sus 17 partes.
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No es casualidad que el despropósito del pacto fiscal para investir a Illa haya coincidido con las querellas que Sánchez y Begoña Gómez han interpuesto contra el juez Peinado. Se trata, dicho sin ironía alguna, de dos querellas catalanas en el sentido tradicional del término.
Es decir, de dos iniciativas que incurren precisamente en el propósito extraprocesal que atribuyen al juez: confundir a la opinión pública poniendo todos los focos mediáticos gubernamentales sobre la presunta prevaricación de Peinado con apenas fundamento técnico para ello.
Puede que con esa maniobra logren dilatar el proceso o incluso apartar al juez. Pero el victimismo va a cambiar de bando.
Lo esencial ya no es si un magistrado extravagante, incapaz de citar con precisión los artículos de las leyes, está perjudicando a Begoña Gómez con una instrucción prospectiva. Ahora lo que se dirime es si el Poder Ejecutivo, con toda la Abogacía del Estado a su servicio, puede invocar el ánimo delictivo de un juez para bloquear la investigación de conductas como mínimo poco éticas de la mujer del presidente.
"Cuanto más presione Esquerra a Sánchez para que cumpla lo suscrito, mayor será el rechazo que genere en el resto de la izquierda"
Este es el contexto en el que Sánchez va a cantar victoria si las Juventudes de Esquerra Republicana no abortan in extremis la investidura de Illa. El presidente es percibido ya como un gobernante a la vez peligroso y desprestigiado, capaz de liquidar el Estado social y de derecho como última vía para alargar su mandato.
Su Operación Garden-Market o Esquerra-Junts, consistente en huir hacia adelante, pagando a las minorías precios repudiados por las mayorías, ha llegado ahora hasta un "puente demasiado lejano" cuyos pilares se tambalean aun antes de que intente cruzarlo.
Por un lado, tenemos el alto nivel de rechazo mostrado por unas bases de Esquerra descabezadas en su querencia hacia el no, el riesgo de que las Juventudes Republicanas echen por tierra este lunes el acuerdo a través del voto de su diputada Mar Besses o el pánico a que el regreso y detención de Puigdemont cambien el escenario de la investidura. Es decir, los últimos síntomas de que ningún pacto será nunca suficiente para aquietar al independentismo.
Y por el otro, se alza el "esto no va a salir adelante" de los "barones"; o mejor dicho de las federaciones del PSOE y de sus aliados de Izquierda Unida, el BNG, Podemos o Compromís. Para el diario gubernamental, que necesita mantener al Gobierno como sea hasta que le conceda su tercer canal de televisión, esa protesta sólo es "ruido". Para quienes dependen de los votantes de cada territorio se trata en cambio "de las cosas de comer".
Sánchez no va a lograr cruzar ese puente. Cuanto más le presione Esquerra para que cumpla lo suscrito, mayor será el rechazo que genere en el resto de la izquierda. La escapatoria de extender la soberanía tributaria a las demás autonomías es técnicamente inviable, reabriría el afán catalán de singularidad y siempre quedaría pendiente cómo calcular la solidaridad.
Por otra parte, ¿qué incentivo tendrá a partir de ahora Puigdemont para seguir apoyando a Sánchez? En el momento en que Llarena o el TC le pongan en libertad provisional, ninguno.
Una vez entregada a Esquerra la "llave de la caja", a Sánchez ya sólo le quedaría entregar a Junts la llave del Estado. Atreverse a cruzar también el puente del referéndum de independencia. Nadie duda de que él sería capaz de hacerlo. Por eso, España tendrá que acabar con Sánchez en las urnas, antes de que Sánchez acabe con España.