Cuando se pusieron de moda los programas de chistes en televisión, hace muchos años, estuve a punto de precipitarme en una depresión. Pocas cosas más patéticas que el fracaso del cómico. Y conmigo solían fracasar. Evito al chistoso; me mareo cuando en una celebración me ubican junto a uno de ellos. Los banquetes de bodas, peligrosísimos en muchos sentidos, constituyen su hábitat ideal. Por alguna razón, el chistoso propende a la auto cita: "Como yo siempre digo...". El humor es endiabladamente difícil. Freud lo teorizó con poco tino, si bien algunas de sus observaciones se siguen repitiendo.
Hice humor radiofónico durante un par de años, en otra vida. Afirmo que el humor más elegante está en los diálogos de la comedia clásica americana, que los diálogos -cómicos o no- siguen siendo la principal carencia de la ficción española, y que el chiste es una mala idea salvo en dos supuestos: que el contador sea realmente irresistible, o, más raro aun, que lo sea la historia. Eugenio era a veces irresistible; no sé por qué, lo del tipo serio no explica nada. También está Chiquito, que tiene más mérito porque con él no importa el desenlace. De hecho, sus historias son pésimas, y, sin embargo, nos arrancaba a todos carcajadas puras, en el estricto sentido de la palabra. En su núcleo albergaba el absurdo.
Volviendo a los tristes chistes, solo conozco uno capaz de hacerme reír siempre. Eso sí, tengo que contarlo yo, y no cuento otro. Sí, lo confieso: hay una minúscula trama capaz de convertirme en el hombre ridículo que se descojona de su propia chuscada. Lástima que no pueda explicárselo ahora, es demasiado procaz. Me lo contó Ramoncín. Tiene una aplicación imprevista: cabe dividir a la gente según su reacción ante él. Las mujeres suelen mover la cabeza como diciendo: parece mentira que un tío como tú sea tan cerdo. Casi todos los hombres se parten. Atribuyo una sensibilidad especial a los que se ahogan entre carcajadas incontenibles y acaban apretándose la barriga y rogando que pare.
Ojalá tuviera otros muchos recursos tan sencillos para provocar la alteración de las ondas cerebrales, la descarga de endorfinas, el refuerzo del sistema inmunitario. Pero solo tengo ese chiste, y Pedro J. Ramírez, un editor serio, me despediría si lo publicara aquí. Y haría bien. Por fin, el gran cómico español es José Mota. Me rindo ante él. Cuando cierra un ojo o dice "cuidaao", yo paso a tener siete años.