No conozco personalmente al comisario Villarejo. Pero tampoco descarto que me haya grabado alguna vez en el retrete. Le veo capaz de entrar ahora mismo en esta columna y sustituir mis palabras por otras entre scroll y scroll.
En un país de banderías como el nuestro nunca se ha visto tanta unanimidad. En lo único en que Gallego-Díaz y Jiménez Losantos coinciden es en Villarejo. Si Don Juan Carlos comisionea: Villarejo. Si la ministra Delgado homofobea: Villarejo. Y no hay contertulio -y son legión- que no le haga responsable de echar un pulso a la Justicia y al mismísimo Gobierno de España.
Villarejo es Sansón derribando los pilares del Estado; es el súper villano que amenaza la ciudad de Gotham desde las cloacas. A los hijos de los millennials, que no han conocido la Transición ni a Don Cicuta, ya no les perseguirá El Hombre del Saco, sino Villarejo.
El mérito de Villarejo es haberse convertido en el enemigo público número 1 estando en chirona. Antes de Villarejo, el enemigo público número 1 era siempre un fugitivo. Cabe imaginarle, pues, como a esos capos del narcotráfico que siguen dirigiendo desde prisión el destino de vidas y haciendas.
Que es un tipo hábil, quién lo niega. Pueden dar fe Corcuera, Rubalcaba, Fernández Díaz... bajo cuyas barbas se ganó el merecido sobrenombre de El Cirujano por la habilidad con que ejecutaba sus encargos. Hoy, incluso jubilado y entre rejas, mantiene en vilo al país.
"Corrupto" y "chantajista" le ha llamado el presidente Sánchez. Él calla. Ya habla su fonoteca.