Parece ser que ha tenido que aparecer algo tan insignificante desde el punto de vista biológico (para muchos ni siquiera llega a la categoría de organismo), e incontrolable desde el punto de vista de las “ciencias humanas” (sociología, economía, política), como es un virus, para que en el Congreso, una institución eminentemente civil y no eclesiástica, un orador tuviera la necesidad de apelar a la intercesión del “Altísimo” para sacar a España de este brete producido, precisamente, por esa insignificancia.
Así, con solemnidad, sentenció Abascal, poniendo punto final a su intervención parlamentaria, "aprovechemos las lecciones de esta crisis tenebrosa para convertirnos en un país avanzado científica y tecnológicamente y que brillen en España, con la ayuda de Dios, la confianza en nosotros mismos, la ciencia y la investigación”.
Esta frase pasaría completamente desapercibida, probablemente -sobre todo si la desprendemos de los énfasis de la retórica oral-, si no tuviera incorporada, entre comas, esa oración de cinco palabras “con la ayuda de Dios”.
¿Qué añade esta frase y, sobre todo, qué quita?
Evidentemente, dada la contextura sociológica y cultural en la que nos movemos, ese “Dios” al que apela Abascal para que preste su auxilio, es el Dios de la religión católica, “el Dios de Abraham y de Jacob” (decía Pascal), el dios personal (trinitario) que, se supone, de algún modo, atiende a los ruegos proferidos por los hombres con la oración. Un Dios, en efecto, que, si atendemos a la doctrina de la Iglesia católica, de la mano del príncipe de los escolásticos, el doctor “angélico” Tomás de Aquino, actúa providencialmente siempre en auxilio de la criatura, como causa primera de sus acciones.
En este sentido, Abascal no está rogando la intercesión de Dios, sino que sencillamente, está dando por bueno que si la ciencia, la tecnología y la confianza social brillan en España lo será, por supuesto, con la ayuda de Dios.
Ocurre, sin embargo, que también la acción devastadora del virus, en vidas humanas, en lo social en lo económico, también esta produciéndose como consecuencia de esa acción providencial de Dios. Obviamente no existe nada que quede fuera de la acción omnipotente de Dios, de tal manera que todo lo existente (que sale de la nada al ser, creatio ex nihilo) viene producido por la acción creadora del fiat divino.
En sentido teológico, pues, Abascal, no está añadiendo nada más que una obviedad, una obviedad, eso sí, que elude las aporías del supuesto de la acción de un sujeto de atributos totales (omnisciente, omnipresente, omnipotente), y que es causa de sí mismo (causa sui) y de todo lo demás (la criatura, el mundo), incluyendo, claro está las acciones de los hombres (Sánchez e Iglesias, entre ellos).
Naturalmente, creemos, que la sentencia de Abascal no se limita sin más a constatar (teológicamente) la acción de un Dios providencial, que auxilia a la criatura en su afán de salir de este brete, sino que la sentencia busca un golpe de efecto social, demostrando a la parroquia (nunca mejor dicho) que aquí hay un líder que se acuerda de ese Dios (del Dios de la teología que vela providencialmente por todos nosotros).
Claro, no se trata ni de Alá, ni del mosaico Yahvé, sino que el Dios al que se apela, desde la tribuna de una institución que representa el poder civil -completamente independiente (soberano) del poder eclesiástico-, es el Dios de la religión católica. Y ya que esa tribuna, parece ser, es la caja de resonancia del pueblo, que se manifiesta a través de sus representantes, más que nunca, la voz del pueblo, por boca de Abascal, se identifica con la voz de Dios.
En este sentido, en efecto, vox populi vox Dei, siendo así, parece querer resaltar Abascal cuando se acuerda “de la ayuda de Dios”, que es Vox el único partido que ancla sus “valores” y “principios” en la causa de la que todos esos valores y principios proceden, el Dios verdadero, completamente arrinconados y marginados por “los políticos” de la “corrección política” (que son todos los demás, menos los de Vox), particularmente por el gobierno actual “social-comunista”, alejado completamente de esa fe que ilumina a la razón (tecnológica, científica) que es la católica, y que tanto ha significado en la formación de la nación española.
La cuestión es que la carta de naturaleza de la ciudadanía española no procede de la confesión católica, de tal manera que los españoles, la nación española no está definida, desde el punto de vista confesional, por el catolicismo (aunque este marque, naturalmente, la vida social española).
En este sentido dirigirse a la nación española suponiendo que el Dios católico va a interceder iluminando a científicos, tecnólogos y ciudadanos, en general, para mantener la cohesión social, es, en realidad, dividir a la sociedad española, en cuanto que contempla al conjunto de la sociedad española por su fidelidad confesional, de tal manera que, eo ipso, unos españoles van a aparecer como infieles (otras confesiones no católicas, ateos, etc.) frente a la comunidad de fieles. La fe divide a los hombres, y también, por supuesto, a los españoles. Es la razón lo que los une.
En definitiva, cuando conviertes, por un momento, la tribuna en un púlpito, se produce una escisión en la ciudadanía, por efecto de las palabras del orador, y, si este buscaba la unión, lo que encuentra es la división. Y en este momento la nación española necesita cohesión y unidad, y no sectarismo confesional. Amén.