¿De qué puedo hablarte si no puedo, si no quiero, si no sé hablar de Israel?

Sangra tanto el mundo que si no se menta la guerra parece que se ignora, pero es precisamente al contrario. Me agrede el dolor hirviente de los otros (lo tengo debajo de los dientes y de las uñas, empujando como todo lo que crece), así que elijo esta como mi fórmula de respeto, la única que hoy se me figura seria, íntegra, luctuosa. La única que no me escupe la baba caliente y amarilla de lo noticioso en la cara. Del rédito. De la atención. De la rueda. Del circo. 

Decido abstenerme. Guardar silencio. Entiendo que en los años del ruido eso se confunde con "no hacer nada", pero estoy haciendo algo. Algo político, algo sereno, algo en desuso: no hablar de lo que no sé. 

Funeral de víctimas del kibutz Kfar Aza.

Funeral de víctimas del kibutz Kfar Aza. EFE

No tengo una opinión fundada. Nada de lo que pudiera escribir dejaría de resultarme ridículo y oportunista, arenguero y vulgar. Sin poso. Sin herramientas. Leo todos los días con fruición al respecto, pero sé que necesitaría años de codos y codazos para poder ser algo sólida, para aportar algo mínimamente útil.

Respetar al lector también consiste en no darle a comer pescado en mal estado. Ni crudo, ni podrido. 

No me quiero enrocar en sentimentalismos ni en boutades. Me sonroja. No puedo decir más, no puedo redactar más que esto. Hoy vi la boca temblando de un niño roto de miedo. 

***

Yo no sé a qué juega la gente, además de al activismo narcisista (que es oxímoron). Todo es show. Todo es foto. Todo es relato. Nos damos una vuelta por el centro y subimos dos stories en la mani. 

Yo no sé qué faranduleo se traen tantos tuiteros, voceros y periodistas (cuántas veces son indistinguibles) que tienen la misma idea que yo de política internacional y hoy lucen pecho palomo cual soldaditos, filósofos, geoestrategas, historiadores. ¡Esto es tan macho! ¡Hablar de la guerra! Es como si el temita siempre les hubiese estado esperando, como si apelase a la nuez más dura y secreta de su naturaleza. 

De niños traficaron con Warhammers. Más tarde vieron Dunkerque. Podemos hablar de formación. 

Ya es en serio, amargamente, cuando me pregunto "¿eligieron primero lo que querían parecer y, a partir de ahí, dieron con la tesis adecuada para parecerlo? ¿Se importan sólo ellos mismos, su estatus, su sombra, su identidad política? Esto sí, esto es seguro.

Están tejiendo el lugar al que quieren pertenecer para redondear un personaje, no hay más. Están trabajando duro en sí mismos y les quita el sueño un comino lo que suceda ahí afuera. Son tan obvios. Tanto.

Sacan músculo intelectual. Huele a esteroide anabólico desde aquí.

Sacan también su roña sentimental. Esto es peor porque el esfuerzo es inexistente, es laxitud y flatulencia cursi. "Qué dolor", tuitean. "¿Hasta cuándo durará este sinsentido?". "Me destroza ver sus caras... esas infancias robadas...". "Necesitamos hombres de paz". "Son bebés. ¡Bebés!". Cosas así. Efectistas, huecas. 

***

Noto que algunos amigos y conocidos eligen bandos con ligereza, casi con arbitrariedad, o seleccionan si no a un analista que les cae simpático o les eleva la libido (tomar opinión prestada o calcarla es tan sonrojante como esto mismo) para comprarle en bloque el argumentario, sin crítica, sin conocimiento propio, sin réplica.

Estamos tragando sapos.

La osadía intelectual de la mayoría me tumba, me hace confusa y pequeña. Pero me prefiero así. Al menos me reconozco. 

Otros colegas me cuentan, en secreto, que se sienten igual que yo. Incapacitados para la juega del tuit y la tribuna. Pero han ganado ellos, los otros, porque consiguieron que nos sintiésemos bobos. 

Me pagan por escribir en este periódico. Me pagan por escribir guiones. Pero no creo que por eso esté obligada a escribir de algo por norma, ni siquiera (y esto es más interesante) que tenga derecho a hacerlo. Uno en verdad sólo está legitimado para hablar de lo que conoce. 

Y yo conozco de otros terrores. De la velocidad. De la enfermedad. No sé: de la noche.