La jornada de ayer me puso nerviosita. A las 8:00 ya estaba cruzadísima, ya me sentía violentada por esta cosa vieja y cateta nuestra que es seña de identidad patria: el nacer y el crecer de rodillas, la terrorífica mentalidad vasalla.
Hay que ver el pollo que se estaba formando por el cumpleaños de una chavalita. O eso nos dijeron. Yo lo que veía era el secuestro televisado de una pobre niña linda, de una pobre niña rica. Pero nada, todo el mundo encantado con la pérdida de derechos y hasta con el rapto y la extorsión si van con glitter.
La han maldecido, a Leonor, los que decían adorarla. Le dieron un destino, y un destino siempre es trágico. Un destino es al dictado. Un destino nunca te deja ser libre.
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Nos gusta un zafarrancho real como a un tonto un lápiz. Es la forma que hemos elegido de abrazar nuestro complejo de inferioridad: reforzarlo. Y lo hacemos apoyando hasta el sebo una institución para siempre machista, jerarquizante y antidemocrática que hace reyes a los hombres primero e inviolables a los farsantes de vena azul.
Somos mirones morbosos y tristes en las fiestas guapas de los otros. Somos los que friegan sus platos y sus escaleras sintiendo que formamos parte del evento. Somos señoras de barrio latinoamericanas consumiendo bulímicamente el Hola!, la auténtica Biblia aspiracional henchidita del lujo blanco de las aristocracias europeas. Nos han dicho que la pasta de la que están hecha ellos es más fina, nos han dicho que nuestra sangre es otra.
Somos tibios, sentimentales, domésticos. Nos puede la estética, el culebroncillo.
Somos espectadores en el sentido profundo de la palabra.
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Para mí no es un día histórico si tengo que ir a trabajar, así que me hice dos cafés y seguí con mi vida y mis cuitas laborales, con el moño liado a la cabeza, manchada de martes y de hastío.
Pero no podía llamarme a engaño. La orgía estaba servida. España entera era una bacanal de gente caliente y felizmente arrastrada. Para reconocerles, diremos que su postura sexual favorita era la genuflexión.
Seguramente eran los mismos a los que les gusta que les llamen "basura" en sesiones de BDSM y les traten como a perros sarnosos, al estilo Roman Roy, los mismitos que encuentran excitación en la humillación vete tú a saber por qué. El psicoanálisis y el estudio de los traumas de la infancia nos dan pistas sobre esto aunque no las necesitemos, porque los placeres son un abanico y están para menearse.
Parpadeé algunas veces y seguía viéndolos, cada vez más numerosos. Creo que algunos hicieron colas obscenas para paparse un dulcecito con una bandera de España calórica y pegajosa adherida a su propio envase allá al lado del Congreso (si María Antonieta nunca llegó a decir lo de "si no tienen pan, que coman pasteles", Ayuso se decidió a hacerlo, porque la poesía es infinita).
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Juro que hilvané escenas delirantes con toda clase de tenias y eso que no había consumido ningún tipo de ácido. Era nuestra naturaleza oruga, nuestra naturaleza helminta abriéndose paso entre la bruma de la primera hora. Imposible ser a la vez cortesano y bípedo en un día de jura (nuetra lengua es elocuente: ¿por qué creen que una de las acepciones de "cortesana" es "prostituta"?). Es como si uno, al volverse sumiso con el poderoso, con el rico, con el fuerte, perdiese moralmente las piernas, es decir, la altura, la autonomía, la libertad de movimiento.
"Vaya pelotas de la corte", escribí en Instagram. Una amiga muy querida y chiflada, monárquica recalcitrante, me escribió para chincharme en su estilo brocha gorda: "¡Viva la futura reina Leonor! ¡Feliz cumpleaños a mi reina! ¡Os jodéis!". Le contesté "jajaja, sí, a ver si ella te presta los 300 pavos que te faltan regularmente para llegar a final de mes". Pero eso no le hizo mucha gracia, no sé por qué.
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Es lógico que una chica como Leonor resulte una joya si al otro lado tenemos a la pirómana legal de Irene Montero con su gesto de pitbull o al tarado del peinado cazón que juega al escondite en Bruselas. Es que esto es susto o muerte. La dicotomía es tramposa, porque se nos olvida que hay una tercera opción. La de no claudicar. La de elevar los valores por encima de las personas y las simpatías que nos generen.
Verán ustedes, a mí me da sentimiento esa niña que será anciana para siempre, porque le dirán de quién enamorarse, porque la enclaustrarán al aburrimiento y a esa disciplina militar que huele a naftalina.
Pero más pena me dan los vasallitos airados que sabemos muertos de hambre. Qué familia tan bonita, por favor, ¡cómo se miran! Qué emocionada está la mami... ¡normal, la niña se le va del nido! Es que es su hija, coño. Estará asustada por la responsabilidad que asume por España. ¡Qué buen rollo padre-hija! Se cuidan mucho entre sí. No lo han tenido fácil, con los antecesores... Pero estos nos representan genial. Ella está ideal de blanco. Es muy guapa, ¿eh? Y lee muy bien. Su hermana es tan risueña. Qué simpática.
Es la dialéctica cuñada que nos asola.
La monarquía funciona como funcionan las cosas que no se cuestionan, porque una cultura que está todo el rato autoanalizándose se estanca. El éxito de esta postal novísima (y tan rancia, inevitablemente) es que fluye.
Reconozco que Leonor es excelente blanqueando el garito que dejó en ruinas su abuelo. Reconozco que la miro y arrugo la nariz de compasión y ternura y belleza por esa muchachita tan rubia y gentil. Pero es justamente por eso por lo que soy hoy más republicana que nunca: porque es más difícil serlo. Porque sería sencillo dejarse obnubilar por este percal y elegir no pensar. Pensar es ser aguafiestas.
La monarquía es indefendible intelectualmente. La monarquía es únicamente estética y sentimental, un monigote arcaico y hoy reanimado por las niñas que comen sopa de acelgas.
Hoy soy más republicana que nunca porque pienso más claro. Me da igual la carne que anime la institución, mi lucha es la lucha de las ideas. Ninguna cara maja me adormilará ni me cabreará, porque no voy contra ningún ser humano. Voy contra la legitimación de que los seres humanos se vuelvan símbolos. Pesan mucho. Nos aplastan.
Lo siento, nena: luces medieval.