En España la tragedia no se masca, se rumia. Es una tragedia como a cámara lenta, una tragedia que entre que empieza y termina a uno le ha dado tiempo a dormir la siesta. Se ha acostumbrado, ha convivido con ella.
Cuando no es una crisis económica, es diplomática y cuando no es que alguien ha metido la mano otra vez en la caja como si la caja fuese el bolso de Mary Poppins. Le han metido tantas veces la mano que lo sorprendente es que nadie haya encontrado el fondo todavía. Esto de la Administración es como el tesoro público de Alí Babá.
Es un Titanic por fascículos donde cada media hora el capitán sale a decir que todo va bien, que no era un iceberg, que lo ha certificado la Comisión Europea. Y que de serlo sería culpa del cambio climático.
Pero a la orquesta no hay quien la escuche porque todo es ruido. "Mucho, mucho ruido".
Se pone a la misma altura en el debate público eso de quién presentará las campanadas o las supuestas peripecias como agente infiltrado del fiscal general García Ortiz. Como si en vez de hablar de un delito muy grave toda la cuestión se tratase tan sólo de si el fiscal presenta este año las campanadas en RTVE enseñando muslo y teñido de rubio Igartiburu. Y hoy Valencia nos cae ya lejos otra vez.
Me decía ayer una buena periodista que tiene la sensación de que ahora los ciudadanos somos más dóciles. Que hace unos años, no muchos, había políticos que se lo llevaban del cazo porque esos los ha habido siempre, pero no había este silencio general que ahora reina.
Es decir, el votante todavía tenía ese respeto por sí mismo de no permitir que le mintiesen a la cara. Entonces se mascaban las tragedias y se digerían y se expulsaba (la mayor parte de las veces) a los culpables.
Hoy se rumian, sin pasar nunca página, como un chicle desaborido. Y se rumian y se vuelven a rumiar. Para eso España es un toro, y como todo bovino tiene cuatro estómagos.
Porque hay que tener estómagos para poder vivir en paz con uno mismo cuando el presidente de tu Gobierno prometió que nunca se indultaría a políticos de nuevo en este país, y hoy ya no queda ni un sólo condenado por el caso de los ERE en prisión.
Un presidente que prometió no pactar con los independentistas y hoy no sabe vivir sin ellos, como uno de esos tipos que necesita constantemente validación.
Que juró que el suyo sería un Gobierno sin mácula, y hoy por hoy a la Moncloa le saldría mejor reconvertirse en una tintorería.
Quizá sea que nos hemos vuelto dóciles, como decía mi amiga Silvia. O simplemente gilipollas.