Detrás de la bandera de Turquía, el presidente  Recep Tayyip Erdogan se dirige a sus seguidores durante un acto de campaña de las elecciones presidenciales y parlamentarias, el pasado 7 de mayo.

Detrás de la bandera de Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan se dirige a sus seguidores durante un acto de campaña de las elecciones presidenciales y parlamentarias, el pasado 7 de mayo. Reuters

LA TRIBUNA

Por qué las elecciones en Turquía son las más importantes de 2023

La oposición turca quiere revertir la deriva autoritaria, islamista y nacionalista de Erdogan, y reflotar la economía con una política exterior más amable con la OTAN y Europa.

Estambul
14 mayo, 2023 02:04

Hay que estar atentos a lo que suceda hoy en Turquía. Los resultados de las elecciones presidenciales y parlamentarias que se celebran en el país euroasiático tendrán repercusiones a corto plazo en la OTAN, la Unión Europea, el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio.

También pueden influir en la guerra de Ucrania. Y por si esto fuera poco, afectará a la situación de los cuatro millones de refugiados sirios en suelo turco, esos por los que la UE pagó hace unos años a Ankara para que no cruzaran a territorio europeo.

A pesar de contarse entre las 38 economías más desarrolladas del mundo que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Turquía es un país de influencia global relativa y con problemas políticos internos, corruptelas y confabulaciones dignos de una telenovela. Pero su ubicación geoestratégica entre Europa y Oriente y su volatilidad política lo convierten en un actor a tener en cuenta en política internacional. Lo que sucede en Turquía, no se queda en Turquía.

Partidarios del líder opositor turco Kemal Kilicdaroglu en un mitin electoral este jueves en Bursa.

Partidarios del líder opositor turco Kemal Kilicdaroglu en un mitin electoral este jueves en Bursa. Reuters

El presidente Recep Tayyip Erdogan, carismático, colérico, musulmán devoto y tozudo, está enredado en su propia política exterior ambivalente. En sus primeros diez años de mandato desde 2002, cuando se definía como demócrata conservador, Erdogan colocó a Turquía en el mapa con un proyecto esperanzador y que a la postre ha resultado desquiciante: la religión no estaría reñida con la democracia y el progreso.

El proyecto de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) sonaba mucho a Hermanos Musulmanes, pero en aquellos tiempos Erdogan demostró una gran eficiencia en sus funciones, comparada con la corrupción de la elite laica que había dominado el país desde su fundación. Los observadores incluyeron entonces a Turquía entre el grupo de potencias emergentes.

Sin embargo, desde 2013 y tras las protestas de Gezi, la deriva autoritaria, islamista y nacionalista de Erdogan, su enemistad con occidente, sus amistades peligrosas con radicales islámicos o Vladímir Putin, y sus decisiones económicas poco ortodoxas han llevado al país a la ruina. El líder turco ha hecho lo impensable para mantenerse en el poder.

Primero, agotando todas las legislaturas que como primer ministro permitía la Constitución. En 2014 se postuló como presidente, un cargo que era meramente protocolario, y volvió a ganar. Entonces cambió el sistema democrático parlamentario a uno presidencial que le otorgaba amplios poderes ejecutivos y que de nuevo la mayoría de la población apoyó en el referéndum de 2017. Quién puede resistirse durante veinte años al veneno del poder, a la maldición de Hubris.

Ahora que se cumplen cien años de la fundación de la República de Turquía, se puede decir que Erdogan se ha convertido en la antítesis del padre de la nación, Mustafa Kemal Atatürk, aún más carismático si cabe, pero laico, europeísta y progresista (y gran bebedor hasta la cirrosis).

Por primera vez y según las encuestas, el invicto líder de 69 años podría perder el poder frente a una alianza de partidos opositores variopinta y comatosa desde su formación. Su principal nexo de unión es derrocar al presidente y así frenar la deriva de las instituciones democráticas, la erosión de los derechos humanos, los conflictos externos e internos y, sobre todo, una espiral económica ruinosa.

"El 'antiimperialismo' es transversal a los principales partidos turcos, pero el bloque de oposición promete ser un miembro más responsable en la OTAN"

El líder opositor, Kemal Kiliçdaroğlu, de 74 años, es tal vez el menos carismático de los políticos turcos de las últimas décadas. Desde que en 2010 alcanzó el liderazgo del kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP) nunca ha conseguido imponerse a Erdogan. Pero sí ha logrado el apoyo de los seis partidos que componen la alianza opositora.

En caso de que Kiliçdaroğlu gane, la política exterior vendrá marcada por la urgencia de reflotar la economía turca. Y para ello es necesaria una diplomacia más amable con la OTAN y con Europa que devuelva la confianza a los inversores y los organismos internacionales.

La fórmula de la oposición es de manual: subir los tipos de interés para reflotar la lira turca, frente a la obcecación de Erdogan de mantenerlos bajos, lo cual ha disparado la inflación hasta el 85% de octubre. Motivo por el que los inversores extranjeros, fundamentales para la estructura económica turca, han huido despavoridos.

La crisis económica arrancó antes de la pandemia, en 2018, cuando EEUU impuso sanciones a las exportaciones turcas a raíz de la detención de un pastor estadounidense en una de las múltiples escaladas entre Ankara y Washington. Erdogan buscó entonces la inversión de países como Qatar, Rusia o China. La narrativa "antiimperialista" es transversal en los principales partidos turcos, pero el bloque de oposición promete ser un miembro más responsable en el marco de la OTAN.

No obstante, será difícil que un nuevo líder pueda desentenderse de la amistad que han labrado Erdogan y Putin, y que se ha traducido en una dependencia energética del primero con el segundo.

Erdogan ha estado cabalgando dos caballos en el conflicto de Ucrania. Por un lado, se ha negado a aplicar sanciones a Moscú y ha puesto trabas al acceso de Finlandia y Suecia a la OTAN, lo que complace a Putin. Y por otro, ha estado vendiendo drones a Ucrania. El presidente turco se ofreció como mediador en el conflicto, sin demasiado éxito, pero consiguió un remarcable acuerdo para permitir el paso de las exportaciones de cereal ucraniano por el Bósforo, auspiciado por la ONU.

"Las encuestas en Turquía están muy igualadas, por lo que es muy probable que sea necesaria una segunda vuelta el 28 de mayo"

Los terremotos de febrero, una catástrofe de dimensiones bíblicas que han dejado más de 50.000 muertos y al menos dos millones de desplazados, pusieron al descubierto la debilidad del desarrollismo de las políticas de Erdogan en un país delimitado por dos placas tectónicas en el que los terremotos son recurrentes y predecibles. Pero también apaciguaron en buena medida los conflictos con occidente, ya que miembros de la OTAN y enemigos históricos como Grecia se volcaron en enviar ayuda a la zona del desastre.

Ankara dio su visto bueno al acceso de Finlandia a principios de abril, pero ha mantenido el veto a Suecia. Si ganara la oposición, la luz verde para Suecia se haría efectiva casi de inmediato. Pero en el caso de que Erdogan se mantuviera en el poder sería una cuestión de tiempo llegar a la misma conclusión.

En materia europea, las conversaciones sobre el improbable acceso de Turquía a la UE llevan congeladas desde la deriva autoritaria de Ankara, y no se ve como un objetivo viable. La oposición se ha comprometido a mejorar la situación de los derechos humanos. No ya para facilitar este acceso, sino con objetivos más factibles en mente, como la concesión de visados turísticos a los turcos para que visiten Europa.

En materia de refugiados sirios, Erdogan abrió las puertas a cuatro millones de migrantes y apoyó a las fuerzas opositoras al régimen de Bashar Al-Assad, incluidos grupos radicales islámicos, desde que se inició el conflicto en el país vecino en 2011. Pero también amenazó en diversas ocasiones con abrir las fronteras para que estos refugiados entraran en Europa si Bruselas no facilitaba apoyo económico.

[La huella de los 20 años de Erdogan en Turquía: caos económico, islamización y concentración del poder]

Después de una década de conflicto y dada la situación económica, los turcos han desarrollado un sentimiento xenófobo que primero monopolizó la oposición, y al que se ha apuntado también el gobierno. De ganar, la oposición restablecería de inmediato los vínculos diplomáticos con el régimen de Assad para que estos refugiados regresen a Siria, a pesar de la carencia de garantías de seguridad y humanitarias por parte de Assad.

Para el restablecimiento de relaciones con Damasco, Ankara debería abandonar su zona de influencia en el norte de Siria, y sus ataques a grupos kurdos que operan en esa zona junto con tropas estadounidenses. No está clara la posición que el bloque opositor adoptaría con respecto a los kurdos de ganar las elecciones, pero sí que los vínculos con el régimen sirio se establecerían a la mayor brevedad posible.

Es difícil predecir quién ganará el domingo. Las encuestas están muy igualadas, por lo que es muy probable que sea necesaria una segunda vuelta el 28 de mayo. Lo que sí que sabemos es que Erdogan ha demostrado que siempre cae de pie, como los gatos, o como las tarántulas.

*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.

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