Hay una frase que dice: "No mires de dónde vienes, sino a dónde vás". Su autor es, naturalmente, anónimo y su vacuidad serviría para ilustrar la típica foto de postureo en Instagram. Sin embargo, la joven francesa Luz Godin Sánchez, a la que siguen casi 2.000 personas en esta red social y es hija de la "top" de origen español Violeta Sánchez, todo un icono de la moda que triunfó en los ochenta y noventa, ha hecho precisamente lo contrario. Desde niña, la hoy modelo ocasional de marcas como Sandro o Lanvin y licenciada en Historia por la Sorbona, ha vivido rodeada de grandes personajes de la cultura francesa, como el fallecido diseñador Yves Saint-Laurent, de la que su madre fue musa; la pareja de éste, el gran mecenas Pierre Bergè, o Thierry Mugler, otro de los dioses del olimpo de la alta costura francesa que siempre apostó por su progenitora.
Siendo pequeña, desfiló por primera vez para Valentino. Sin embargo, siempre tuvo la espinita clavada de saber un poco más de dónde venía, qué había detrás de ese foco de luz blanquísima al final de la pasarela. Quizá para entender hacia dónde quería ir. Hace unos meses, fue admitida en La Fémis, una de las escuelas de cine más prestigiosas de Francia, donde va a estudiar producción.
Su primer trabajo fue ir en busca de sus orígenes. Tenía que elegir entre tres temáticas y Luz, que tiene una hermana más mayor, llamada Una India Libertad —"mi madre decía que era un nombre muy rojo", confiesa Violeta a EL ESPAÑOL | Porfolio—, optó por "Les limites". De este modo, quiso conocer lo que separa el exilio de la muerte, acaso en qué se parecen. Y así fue dando forma a un trabajo epistolar con su abuelo, al que nunca conoció, ya que murió cuando su madre estaba embarazada de ella. De nuevo, los límites. La vida y la muerte.
Nos los cuenta orgullosa su madre para EL ESPAÑOL. "Al investigar, ahora sabe más de nuestra historia que yo", cuenta Violeta, quien regresó a la cúspide de la moda hace unos meses cuando Pierpaolo Piccioli la eligió para formar parte de algunos de sus desfiles de Haute Couture en Francia o Italia. El padre de Violeta, Víctor Sánchez Suárez, era de Oviedo (Asturias) y escapó de la Guerra Civil en los años 30.
Cruzó los Pirineos andando y lo arrestaron en la frontera. Como otros de los quinientos mil desplazados, fue detenido y llevado al Campo de concentración de Argelès-sur-Mer, construido por el gobierno de Francia en una playa de la citada localidad de la costa mediterránea gala. Las condiciones de los refugiados en este campo eran insalubres, inhumanas. Fueron construidos barracones de madera por los propios reclusos, así como improvisadas cocinas y letrinas excavadas en la arena.
"El ejército extranjero reclutaba prometiendo permiso de residencia, de trabajo y nacionalidad eventualmente a esos desesperados apátridas. Mi padre entró en la Legión francesa en marzo del año 40 para luchar contra los nazis, pero en junio lo volvieron a hacer prisionero. Pasó cinco años en cautividad con una familia de alemanes que, afortunadamente, lo trataron muy bien y aprendió alemán. Fue liberado por los rusos en el año 45". El ovetense no pudo volver a España hasta la Ley de Amnistía de 1975, así que decidió irse a París.
Allí aprendió francés y construyó una nueva vida. Un buen día conoció a Mercedes Molina, una bella telefonista de Barcelona, que se había marchado a Inglaterra después de la guerra fratricida y, cuando volvía a visitar a su familia, iba cargada de paquetes, cartas y dinero para los exiliados cuando pasaba por la capital francesa. Un día cualquiera, Víctor y Mercedes se enamoraron y ya no pudieron separarse.
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Se casaron y nació Violeta, cuya edad es un secreto de estado, como dicen sus hijas, y, aunque siempre vivió en París, se siente española. Sus padres que, a la vista está, habían sufrido mucho, querían que tuviese una buena formación y lucharon para que estudiara en una de las universidades más prestigiosas de Francia, la Sorbona. Allí estudió español. Pero lo suyo no eran ni las ciencias, ni las letras… sino el arte. Quería ser actriz y lo consiguió.
El primer papel de Violeta fue en la obra de teatro Succès, donde coincidió con Paloma Picasso. La hija del pintor malagueño era la encargada del estilismo y de los decorados de la obra. El día del estreno acudieron numerosos amigos de Paloma: entre ellos, Helmut Newton, que cenó en la misma mesa de Violeta, vestida con un elegante esmoquin. Nada más conocerla, el que fue uno de los fotógrafos más relevantes del siglo XX advirtió en ella una gracia natural y le propuso fotografiarla, pero tenía una condición: tenía que estar desnuda.
A ella no le importó porque se quitaba la ropa a menudo en las academias de dibujo a las que iba para ganarse unos francos extra. Aceptó y así surgió una de las fotografías más célebres del artista alemán, en la que Violeta aparece sin ropa y exhalando el aire de un cigarro. "Es una imagen icónica de su trabajo", dice. Y, sin duda, una de las grandes obras de la historia de la fotografía contemporánea.
Esa casualidad fue el comienzo de una carrera imparable que la llevó a desfilar en las mejores pasarelas del mundo y con los mejores diseñadores, como fue el caso de Yves Saint Laurent, para el que ejerció de maniquí en numerosas ocasiones y del que se convirtió también en musa. Y eso que, al principio le dijo que no.
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No pensaba que estaba hecha para la moda. La invitaron a un desfile y, al terminar, fue corriendo en busca de su anfitrión y dijo: "¿Puedo cambiar de idea?". Así nació la leyenda de Violeta. Luego llegaron otros muchísimos trabajos, para Jesús del Pozo, Thierry Mugler, Jean-Paul Gaultier, Valentino, Lanvin o Moschino. Fue la protagonista de una época en la que también destacaron otras modelos españolas, como Helena Barquilla y Celia Forner.
Su cara, apartada de la de una modelo tradicional y con esa comentada nariz, fue su gran aliada. La franco-española siempre cuenta que, cada vez que visitaba a una tía suya de Oviedo, le decía que se tenía que operar la nariz. A finales de los 80, cuando ya era una maniquí famosa, apareció en ¡HOLA!, saludando a una hermana del rey Juan Carlos tras un desfile. Cuando volvió a ver a la tía, que la había visto en la revista, le espetó: "Debes ganar mucho dinero. A ver si te operas la nariz". No le hizo caso.
Violeta, que nunca ha dejado de estar en activo, ha confesado echar de menos los tiempos de la moda en mayúscula, donde compartía estudios y "backstage" con otras grandes de la industria, como Linda Evangelista o Naomi Campbell. La "top" se ha retirado a un segundo plano, aunque de repente reaparece, como ha sucedido recientemente con Valentino.
Nadie se ha olvidado de ella y pronto tiene pensado participar en una "performance"—ha hecho más de veinte con Olivier Saillard, el famosísimo comisario de arte y moda francés— y algún proyecto divertido para publicidad. Aunque viva en París y a veces no sepamos mucho de ella, Violeta conoce perfectamente a dónde va. Porque, gracias también en parte a su hija menor, sabe de dónde viene.