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Lo que tienen en común Facebook, WhatsApp, YouTube, Instagram, SpaceX, LinkedIn, Airbnb o Spotify es que en su origen está PayPal, cuyo fundador es el inversor y emprendedor tecnológico Peter Thiel (54 años). Bloomberg estimó recientemente su patrimonio neto en más de seis mil millones de dólares. No es tan rico ni tan famoso como Zuckerberg, Jeff Bezos o Elon Musk; sin embargo, en Estados Unidos es el hombre más buscado entre los republicanos y el más abominado entre los demócratas. Algunos incluso le llaman el diablo de la mafia digital.
"La mayoría de esos políticos operan aguas debajo de algún multimillonario, las facciones más trumpistas del Partido Republicano están operando aguas debajo de Thiel", ha escrito el columnista del New York Times David Brooks.
Desempeña a conciencia (a veces sobreactúa) el papel del indispensable infame señalado por todos lados y del que todo el mundo ha oído hablar, igual que del diablo. Defensor ideas y causas extravagantes (como la abolición de los impuestos y un futuro autoritario gobernado por la inteligencia artificial), Thiel es miembro de una élite que, sin embargo, enfatiza, al igual que Donald Trump, lo horribles que han sido las élites para los estadounidenses comunes y corrientes.
Visionario de un mundo gobernado por la ley de la selva (sin democracia y apenas sin ley), su ideología "libertariana" defiende jibarizar el Estado y privatizar hasta el aire que respiramos (no es un decir). Para los suyos —los thielistas del Congreso estadounidense, de la Deep Web y de Silicon Valley— es un Mesías; para todos los demás, un repugnante canalla, un tipo muy peligroso que ha vendido su alma al diablo y le consideran uno de los hombres más peligrosos del planeta. Habla y escribe con el staccato de frases contundentes, a menudo escalofriantes. Sus discursos irradian autoridad y calma pero, llenos de veneno y paranoia, suelen ser aterradores.
"El auge del populismo ha puesto al mundo en un estado de nervios e incertidumbre. El debate a favor o en contra de la democracia desencadena el pánico en Estados Unidos mientras Trump amenaza con volver desde su retiro en Mar-a-Lago", ha escrito el analista del New Yorker Benjamin Wallace-Wells.
Pero Trump y su conservadurismo nacionalpopulista pueden quedar desbordados por el movimiento anarcocapitalista que abandera Thiel y que está desempolvando el egoísmo racional y el ultraindividualismo de autores como Ayn Rand y Murray Rothbard, que dividían en dos las funciones del Estado: aquellas que es preciso eliminar y aquellas que es preciso privatizar.
Prodigio de las matemáticas
Tanto en Rand como en Rothbard ha encontrado Thiel su inspiración para resetear el mundo, abolir los gobiernos e instaurar el poder absoluto de las grandes corporaciones tecnológicas: con algoritmos, pero sin ley y sin impuestos. En 2008, invirtió en Seasteading Institute, un proyecto para crear naciones flotantes que no tendrían tributación.
Antes de ser milmillonario, Peter Thiel era un joven republicano de la Generación X bastante convencional. Nació en 1967 en Frankfurt, en una familia alemana que siguió a su padre, ingeniero químico, a África antes de establecerse en el suburbio de clase media Foster City de San Francisco. Cuando era adolescente, sus compañeros de colegio se asombraban de su inteligencia, pero lo encontraban hermético y arrogante y lo convirtieron en blanco de abusos.
Thiel era un prodigio de las matemáticas que se sentía cómodo navegando a contracorriente, apoyando a Ronald Reagan y oponiéndose a la legalización de las drogas. Delgado, dispéptico y sin humor, resultó extraño a sus compañeros de clase cuando llegó a Stanford para estudiar Derecho. No bebía, no ligaba, no hacía bromas y parecía poseer una ambición insaciable y un arraigado sentimiento de que el mundo estaba en su contra. Era un nerd (un tipo brillante y heterodoxo) que daba miedo. Un freaky.
No estoy seguro de si el límite de velocidad tiene sentido. Puede ser inconstitucional, va contra la libertad
En la universidad fundó la ultraconservadora Stanford Review y escribió con un amigo El mito de la diversidad, un libro que denunciaba la corrección política en el campus y fustigaba a los gays. Algunos que conocen a Thiel especulan, de manera convincente, que su homofobia de mediados de los noventa era una expresión de odio a sí mismo. Thiel es gay, pero en su revista defendió a un tipo que había gritado a otro "¡muere, maricón!" en el patio de Stanford. Sus cualidades incendiarias eran producto del deseo de Thiel de provocar una reacción. Quería dejar huella. La está dejando como referente de una red que domina Silicon Valley.
A los 20 años, fundó Confinity (que más tarde se llamaría PayPal) para desarrollar un software que permitiera tener depósitos virtuales para realizar transacciones por internet. Eran los años de la burbuja puntocom y los servicios por Internet estaban empezando a ganar adeptos. PayPal revolucionó el negocio bancario y factura más de 10.000 millones de dólares.
Cuenta su biógrafo Max Chafkin que diez años antes, en algún momento de la primavera de 1988, varios miembros del equipo de ajedrez de la Universidad de Stanford viajaron a un torneo en Monterrey, California, en un viejo Volkswagen Rabbit. Tomaron la Ruta 17, una carretera peligrosa debido a sus curvas cerradas y cruces de animales salvajes. No tenían ninguna razón para apurarse, pero el conductor de 20 años del Volkswagen entraba y salía de los carriles, casi chocando con los coches por detrás cuando los adelantaba. Peter Thiel estaba al volante.
Las luces de un coche patrulla aparecieron en su espejo retrovisor. Detuvo el coche, bajó la ventanilla y escuchó cómo un policía le recriminaba por su exceso de velocidad. Thiel se dirigió al agente con frialdad y, dijo: "Bueno, no estoy seguro de si el concepto de límite de velocidad tiene sentido. Puede ser inconstitucional porque atenta contra la libertad".
Increíblemente, el agente le permitió continuar y le deseó un buen día. Thiel volvió a pisar el acelerador. Sus asombrados pasajeros supieron ese día que no sólo las leyes de California no se aplicaban a él, sino tampoco las leyes de la física.
'The Contrarian'
Esa biografía, recientemente publicada en Estados Unidos, se titula The contrarian. El término no tiene traducción al español, pero señala a los negacionistas que llevan la contraria por sistema. Atacan el sentido común y los pilares del consenso científico, político o moral. Los contrarians niegan el cambio climático o apoyan el creacionismo frente la evolución de Darwin. En las finanzas, especulan contra la mayoría de los inversores alterando los precios de las acciones. Los sociólogos los ven como ajenos al principio de realidad, inadaptados que viven en otro planeta; los psicólogos, como pensadores libres e independientes que nadan a contracorriente.
Silicon Valley estaba en auge a finales de los noventa cuando este escuálido cerebrito reunió a media docena de amigos y conocidos y fundó PayPal. Los amigos de Thiel eran como él: hombres, conservadores y superinteligentes en matemáticas y razonamiento lógico. Un año después de convertirse en director ejecutivo de PayPal, eBay adquirió la empresa por 1.500 millones de dólares y Thiel fundó Palantir, una controvertida firma de defensa e inteligencia especializada en de software de big data que captó grandes contratos gubernamentales.
Su apuesta más legendaria fue prestar, en 2004, 500.000 dólares a un estudiante de segundo año de Harvard socialmente inepto a cambio del 10 por ciento de una web llamada TheFacebook.com. Con la venta de acciones ganó más de 1.000 millones de dólares. Más que por esa rentabilidad se le recuerda por las cláusulas del préstamo a Mark Zuckerberg: Thiel se aseguró de que Zuckerberg fuera el jefe absoluto de la empresa sin contestación posible. Nadie, ni siquiera la junta directiva de Facebook, podría jamás neutralizarlo. Se adoptaron maniobras similares en muchas de las empresas de la cartera de Thiel, incluidas Stripe y SpaceX, y hoy es más la norma que la excepción en la industria digital.
Thiel enseñó sus métodos a sus amigos de Stanford y se convirtió en referente de todos ellos. Fue la venta de PayPal lo que provocó la diáspora del equipo de Thiel. Así lo contó David Sacks, antiguo jefe de operaciones de PayPal: "Fuimos expulsados de nuestra tierra por eBay y quemaron nuestro templo. Así que nos dispersamos por todo el globo y tuvimos que crear nuevos hogares". Convertidos en un club de ricos, muy ricos, mantuvieron el contacto y hasta se dieron un nombre a sí mismos: la "mafia PayPal".
Ídolo de Silicon Valley
Thiel es el cemento que los aglutina, el ideólogo y el líder quizás más importante en la industria de los negocios digitales, la más influyente del mundo. Jeff Bezos hace más caja que nadie y Elon Musk lanza cohetes al espacio; pero Thiel es el verdadero ídolo del Silicon Valley, el soltero al que los jóvenes geeks (fanáticos de la tecnología) y los magnates millennials adulan y emulan. El gurú del culto de la disrupción.
En 2014, publicó De cero a uno: Cómo inventar el futuro, un bestseller que prometía un camino a la riqueza a través de una nueva ideología. Sostiene Thiel que "los seres humanos se distinguen de otras especies por su capacidad para hacer milagros. A estos milagros los llamamos tecnología". Añade que los fundadores son divinos, que las monarquías son más eficientes que las democracias y que las sectas son un mejor modelo organizativo que las consultorías de gestión. Más que nada, celebra el incumplimiento de las reglas. Thiel se jacta de que de los seis fundadores de PayPal, cuatro habían construido bombas en el colegio.
Durante décadas, Silicon Valley estuvo dominado por la mitología de Steve Jobs. El creador de Apple, un hippie antimaterialista, creía que la tecnología podía ser una forma de expresión creativa, y convenció a una generación de emprendedores para inventar productos que mejoraran la vida. A Thiel todo eso le suena a buenismo lírico-bailable. Para Thiel, el propósito de fundar una empresa es convertirse en milmillonario. Y puntocom.
Una nueva generación de emprendedores, que alcanzó la mayoría de edad a raíz del crack de 2008, abrazó sus ideas. Thiel les enseñó a desobedecer las normas y a buscar el lucro, no el impacto: "Sólo una cosa puede permitir que una empresa trascienda la lucha bruta por la supervivencia: los beneficios del monopolio".
Su mejor alumno ha sido Mark Zuckerberg, quien construyó un monopolio y lo usó para aplastar a los competidores y cobrar tarifas cada vez más altas a los anunciantes, mientras le decía al mundo que ese comportamiento depredador era un bien social. Mejor pedir perdón que permiso.
No hay límites morales al enriquecimiento en el Evangelio thielista que siguieron empresas que nada tienen que ver con Thiel pero en cuya filosofía nihilista se inspiraron: Juul, la empresa que comercializaba cigarrillos electrónicos para niños; Robinhood, que tentaba a los inversores novatos con productos de inversión volátiles; Uber, que pagaba a los conductores menos del salario mínimo. La filosofía de la mafia PayPal se convirtió en dogma de toda una generación de empresas.
La visión de lo que puede hacer un solo líder, la veneración por formas de liderazgo autoritarias y el desdén por las burocracias trajo al Donald Trump del "Sólo yo puedo arreglar esto". Durante la campaña presidencial de Trump en 2016, Thiel lo escoltaba con sus ideas mientras financiaba y asesoraba a la ultraderecha. Pero en el verano de 2020 ya se había cansado del presidente. El Wall Street Journal informó que Thiel no respaldaba la campaña de reelección de Trump. "Make America Great Again" era muy ofensivo para los emprendedores de Silicon Valley, porque les estaba diciendo que ellos no eran grandes.
Las facciones más trumpistas del Partido Republicano están operando bajo aguas de Thiel
Veinte años después de la fundación de PayPal, el thielismo es el espíritu dominante en Silicon Valley. En parte porque Thiel ha sido eficaz en sembrar el negocio digital con protegidos. Ninguno tan prominente como Mark Zuckerberg. Tras una estrategia de crecimiento a toda costa y malditas consecuencias, el CEO de Facebook está intentando ahora crear su propia moneda. Diem es una criptodivisa que, si todo va según el plan, sustituirá al dólar dentro de Facebook (3 mil millones de usuarios), WhatsApp (2 mil millones), Instagram (mil millones) y sus otras aplicaciones, así como en cualquier otra empresa que la adopte.
El desafío preocupa a la Reserva Federal (el banco central de Estados Unidos) y a críticos de todo el espectro político, conmocionados por la audacia de una empresa con un historial de violaciones de la privacidad y que intenta convertirse en árbitro del comercio global. Thiel no controla a Zuckerberg y su relación es complicada, pero sigue siendo el gurú de cabecera del amo de Meta (de soltera Facebook), que comparte con su mentor la idea de que el poder corporativo debería asumir la autoridad de los gobiernos.
Protector de Trump
En 2019, en un viaje a Washington para responder preguntas del Congreso sobre su moneda digital, Thiel se unió a Zuckerberg, Jared Kushner y Trump en la Casa Blanca. Los detalles de la reunión fueron secretos, pero —según cuenta Max Chafkin— Zuckerberg llegó a un acuerdo con Kushner. Prometió evitar el fact-checking (la verificación de hechos), lo que permitiría que la campaña de Trump dijera lo que quisiera. A cambio, la administración Trump suspendería cualquier regulación de mano dura.
Facebook lanzó una aplicación de noticias que incluía entre los medios "bien informados" a Breitbart, la web ultraderechista de Steve Bannon, jefe de campaña de Trump. Durante las protestas de Black Lives Matter, Twitter bloqueó un mensaje del presidente que condonaba la violencia: "Cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo". Facebook lo permitió. En los días previos a la insurrección del 6 de enero en el Capitolio, Facebook permitió la propagación de los grupos "Paremos el robo", que reclamaban la victoria electoral de Trump.
¿Es Zuckerberg trumpista? No, claro que no. Es thielista: visionario de un futuro tecnológico que no se siente obligado a cumplir las reglas. Los thielistas se ven a sí mismos como pensadores libres y luminosos en batalla feroz contra el dogmatismo y la oscuridad. Como dice Thiel: "El mundo depende de manera crucial de la visión singular de una sola persona". Ese nuevo Mesías sería "el correctivo a este mundo globalista, homogeneizador y totalitario, con muerte cerebral y donde no hay disensión ni se permite el individualismo".
Genio y figura, Peter Thiel es la mano que mece la cuna de un futuro distópico. "Vendrán más años malos y nos harán más ciegos", escribió el profeta Sánchez-Ferlosio.
El peligroso club PayPal
Hay muchos. Steve Chen, Chad Hurley y Jawed Karim, fundadores de YouTube, se conocieron cuando trabajaban en PayPal. Vendieron la plataforma de vídeos a Google, dieron un pelotazo y crearon otras compañías. Entre ellas, Airbnb.
Reid Hoffman, otro miembro de la junta directiva de PayPal, fundó LinkedIn, la red social dedicada al ámbito profesional y se la vendió a Microsoft por 26.200 millones de dólares. Pero también ha contribuido como inversor al desarrollo de Facebook, Airbnb y Change.org.
Elon Musk, si bien es conocido como primer ejecutivo de Tesla y fundador de SpaceX y Neuralink, fue el principal accionista y director general de PayPal. Thiel y Musk eran agua y aceite. A Peter le gustaba invertir, como si estuviera jugando al ajedrez. A Elon le gustaban sobre todo la ingeniería y el diseño. No era inversionista. Musk creía que Peter era un sociópata, y Peter que Musk era un fraude y un fanfarrón. Lo cierto es que Musk era un emprendedor y Peter un especulador.
Thiel despreciaba el idealismo de hacer el mundo mejor, que estuvo en el origen de Silicon Valley, y abrió un universo de estrategias que sus predecesores nunca se habían atrevido a probar. Trucos intolerables o éticamente dudosos para hacer que una start-up fuera más grande que sus rivales: el growth hacking (piratería de crecimiento).