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Uno de estos días navideños, los residentes de la casa de acogida que hay en el número 112 de la calle Feria de Sevilla invitan a comer al periodista y, con él, a los lectores de EL ESPAÑOL | Porfolio. No se trata de un "Siente un pobre a su mesa", como hace sesenta años en la película Plácido de Luis García Berlanga, sino al revés: siéntese usted en la mesa de los pobres y verá que podría ser uno de ellos. Compartimos hoy el pan con algunas de las personas que en España se quedaron en la calle o estuvieron a punto, para escucharlos y comprender cómo es posible acabar en su misma situación... Y salir de ella, con ayuda. En esta casa antigua viven 11 hombres. Veinteañeros y jubilados, españoles y extranjeros, con adicciones y sin ellas.
Estos residentes y los de otras dos casas sevillanas de acogida en El Cañuelo y Alcalá de Guadaíra participaron hace poco, por la Semana de las Personas Sin Hogar, en el concurso de cartas y fotografías titulado A la Sociedad, organizado por la Asociación de Voluntariado Social y Ecuménico Cristo Vive en colaboración con la Asociación Nacional AFAR. El objetivo de sus cartas es que su testimonio en primera persona sensibilice a la población sobre los semejantes más olvidados, esos 6 millones de habitantes que viven en España en la exclusión social severa (12,7% de la población total). Es el porcentaje más alto de exclusión severa desde 2007, como señala el informe Análisis y perspectivas 2021 de la Fundación FOESSA. Otros cinco millones (10,7%) sufren exclusión moderada. Diversas entidades calculan que en el país hay entre 30.000 y 40.000 personas sin techo. Son los últimos de la fila.
Los autores de estas cartas y fotos hablan por experiencia propia porque, antes de encontrar acogida, la mayoría estaba en la calle, sin hogar. Recogemos las historias de siete de ellos y un vídeo con una amplia muestra de las cartas.
1. José María Vázquez (65 años). Exfutbolista
Este mediodía sirven el puchero que ha cocinado el inquilino encargado de la casa, José María Vázquez, de 65 años, jubilado hace dos. Hay muchos perfiles entre las personas acogidas y él representa uno muy importante, el que desmiente la idea de que sólo sufren exclusión los hombres con adicciones. "No he tenido problemas" de alcohol ni de drogas, aclara. No ha dormido en la calle pero le faltó poco. Con 53 años, hace doce, en plena recesión, se quedó sin trabajo en su Valencia natal, donde había sido representante de fontanería. "Cogí una depresión, dejé a la familia y me vine a Sevilla porque un pariente me ofrecía trabajo de repartidor de pan Bimbo y luego de fruta", cuenta. Fue futbolista, se casó dos veces, está divorciado y tiene dos hijas de 35 y 40 años. De nuevo sin trabajo en Sevilla, aguantó viviendo en pisos compartidos. Finalmente, pidió instalarse en la casa de acogida de Cristo Vive, donde aporta el 70 por ciento de su pensión para sufragar su estancia. Sus compañeros son su nueva familia.
Vázquez ha ganado el concurso de fotografía con la foto de un hombre que duerme en el hueco en la fachada de un banco. Duerme tranquilo, la ha titulado, jugando irónicamente entre su indigencia y el bienestar del anuncio bancario. Tiene que irse a una sesión de rehabilitación en el hospital por su rodilla izquierda, que no se recupera de una operación. En la mesa quedan otros inquilinos de este oasis para los que lo perdieron casi todo.
2. Antonio Baena Reina (64 años). Exalbañil
Al lado de Mohamed, joven de origen marroquí que por las tardes trabaja en un supermercado, se sienta Antonio Baena Reina, de 64 años. "He vivido casi cuatro años en la calle", relata a EL ESPAÑOL | Porfolio. "Llegué aquí muy mal, de lo peor. Ahora me encuentro muy bien".
Pregunta.- ¿Qué viaje lo ha traído hasta aquí?
Respuesta.- Acabé en la calle a raíz de mi separación matrimonial. Lo perdí todo. Me fui para alejarme del daño que me habían hecho, para no hacerlo yo. Hoy no soy capaz de hacer daño a nadie, pero entonces, sí", cuenta con voz amable.
Vivía en la calle Niebla, en Los Remedios, un barrio de renta media y alta de Sevilla. "Era albañil. Tengo tres hijos, dos varones y una hembra. De tener casa y familia, pasé a quedarme sin nada. Porque yo tenía adicciones a drogas fuertes, la heroína y la cocaína. Lo perdí todo, y no me perdí yo porque Dios no quiso. Hace ya de esto por lo menos ocho años". Su estallido personal se produjo, recuerda, cuando se quedó sin trabajo debido a la crisis de la construcción. "Me vino todo encima". Dice que ahora en la casa de acogida ha mejorado su situación y que mantiene el contacto con sus hijos.
Antonio Baena ha participado en el concurso con una fotografía de un hombre sentado en una silla en la acera de un barrio popular, con la cabeza gacha junto a su carrito. La ha titulado Soledad, abandono... Qué será de mí. Pero ahora le gustaría añadir otro mensaje. "La solidaridad que yo vi en mí y en otras personas cuando vivía en la calle. Yo no sabía que las personas eran tan solidarias. Encontré gente muy buena, como la que he encontrado aquí. Me sorprendió, no me lo esperaba después de lo que había pasado".
3. Javier Sánchez Díaz (57 años). Excomercial
Javier Sánchez Díaz, de 57 años, lleva en esta casa ocho meses, tras haber pasado previamente por una estancia en El Cañuelo para armarse de herramientas psicológicas para superar, o al menos convivir con el menor daño posible, con su dependencia del alcohol, que es una enfermedad crónica, como establece la Organización Mundial de la Salud. "Yo era comercial de alimentación, ultramarinos, bebidas con y sin alcohol. Tengo una hija y estoy felizmente divorciado. Empecé a beber con 16 o 17 años. Lo típico, con los amiguetes los fines de semana. Hasta que con 44 o 45 años el consumo llegó a ser compulsivo. Fue en esa edad cuando me divorcié y el consumo fue más descontrolado. Pero yo no le he echado la culpa a eso", relata a la hora del café.
"También por el alcohol perdí el trabajo. Estuve en un centro terapéutico en Granada, volví a Sevilla, recaí. Estaba completamente desbocado. No pagaba el alquiler, hasta que me echaron. Estuve viviendo en la calle dos meses. Dormía en el suelo, al raso. Mi padre y mi hermano me ayudaron. Ahora me encuentro muy bien, dentro del proceso. Esto requiere atención completa para toda la vida".
Dice que con su carta ha querido expresar que dentro de las bolsas que arrastran los que viven en la calle hay mucho más que algunos enseres: "Es una metáfora. Esa bolsa vale mucho más de lo que parece, porque ahí dentro hay una vida, unas ilusiones, unos sentimientos; todo lo que han perdido lo llevan en esa bolsa".
4. Monday Obinyan Okoh (47 años). Excarpintero
Monday ("Lunes", en inglés) Obinyan Okoh nació hace 47 años en Benín City, en Nigeria. Soltero y sin hijos, hace diez años dejó su trabajo de carpintero y emigró con dos amigos hacia Europa. Atravesó en camiones el desierto del Sáhara, a través de Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos. En la ciudad marroquí de Nador, cerca de Melilla, se subió a una patera. Le cobraron mil euros por su plaza, explica en inglés. "Íbamos 45 personas en la barca. Era muy peligroso, pasé mucho miedo", dice sobre la travesía "del río", en alusión al brazo del Mediterráneo que separa África de Europa. "Llegamos a Almería. No encontré trabajo. En Sevilla, tampoco".
Sobrevivía "vendiendo pañuelos de papel en los semáforos, mendigando". Con una grave afección psicológica, acabó viviendo en el margen, a orillas de la dársena del río Guadalquivir, frente a la antigua Expo 92, entre matorrales, como otras gentes sin techo, perdidas, sin familia y sin rumbo. "Dormía en la calle, solo. Me sentía muy mal. Me rescataron", dice en esta sobremesa de diciembre.
"Íbamos 45 personas en la barca. Era muy peligroso, pasé mucho miedo", dice sobre la travesía de Nador a Almería
Del albergue municipal pasó a varias casas de acogida hasta asentarse hace cuatro años aquí en la calle Feria. Desde hace dos años tiene permiso legal de residencia, pero no de trabajo. La trabajadora social de esta casa tramitó su regularización. Le gustaría volver de visita a Nigeria, adonde no ha ido a ver a su familia desde que se fue hace una década. Pero no tiene dinero para el vuelo. Se consuela hablando con ellos por teléfono.
En su carta habla de la protección de Dios. ¿Qué otro mensaje le gustaría trasladar a la sociedad española y a la nigeriana?, le preguntamos. Se dirige a compatriotas como él para decirles que no sigan su camino: "Es muy difícil, no lo hagáis. No crucéis el río. Es muy peligroso".
5. Héctor Andrés Matwiejczuk (54 años). Exrepartidor
Nacido en Argentina en una familia de origen ucraniano, Héctor Andrés Matwiejczuk, de 54 años, emigró a España hace dos décadas, empujado por la recesión económica en su país en los años del corralito financiero. No le faltó trabajo, hasta que el alcoholismo que padecía fue creciendo y devorándolo todo en su vida. No le echa la culpa a nadie, dice que el responsable es él. Empezó de joven, le gustó, y el consumo se fue incrementando. "Lo tomaba porque estaba feliz, o porque estaba triste. Al final, el alcohol se apoderó tanto de mí que era como respirar. Al despertar a las siete de la mañana me tomaba una jarra de vino tinto. La peor época fue acá, en España, me había separado de mi señora, y una causa de la separación fue el alcohol".
Explica que, al no tener familia en España, su única responsabilidad era mantener el trabajo como repartidor de publicidad, para pagarse sus gastos y su adicción. Vivía en una habitación alquilada a la que sólo volvía de noche para dormir. "Bebía todo el día". En 2015 la empresa cerró y se quedó en paro. Vivió de la prestación de desempleo y de las ayudas posteriores. Hasta que se quedó sin un céntimo y en la calle. Estuvo diez meses recogido en el albergue municipal, de donde, una vez concedida una Renta Activa de Inserción (RAI) de 451 euros, pasó a esta casa de acogida para residentes autónomos. Su mensaje en la carta: "Hay una parte de la sociedad que sigue siendo muy hipócrita; todavía seguimos condenando a los demás".
6. Paco Flores Girol (54 años). Exdelineante
En el centro terapéutico para hombres con alcoholismo de El Cañuelo, donde estos días hay ocho, nos recibe Paco Flores Girol, de 54 años. Sereno y positivo, Paco Flores quiere transmitir su historia con cara, nombre y apellidos para que la sociedad comprenda que es posible que alguien que hoy lo tenga todo pueda verse desarraigado y a la deriva durmiendo en el pasillo de un edificio, o en la acera, o en los asientos de las urgencias de un hospital, o en un albergue de Bilbao o de Sevilla. Le puede pasar a cualquiera, dice, porque le pasó a él.
"Yo trabajaba como delineante de proyectos. Me habían convalidado para realizar funciones de arquitecto técnico. Yo tenía todo: familia, trabajo, vivienda. Pero el alcohol fue la causa de que lo perdiera todo. Mi tiempo laboral me lo fui comiendo con la bebida. Al final no rendía, ni entre semana ni el fin de semana. La bebida es una droga, pero como está socioculturalmente aceptada, no le veía las orejas al lobo. Ahí empezó mi debacle, hace quince años. Me divorcié, de mutuo acuerdo me fui de casa para dejársela a mi mujer para que criara a nuestra hija. Me fui a Bilbao, conocí a una chica, lo dejamos también y tuve que vivir en el albergue", cuenta junto al huerto.
"Yo vivía por la bebida, no era yo. Estaba deseando que llegara la Navidad para beber con una excusa de cara al público"
"Yo vivía por la bebida, no era yo", continúa a la luz del sol de diciembre. "Estaba deseando que llegara la Navidad para beber con una excusa de cara al público. Esta últimas navidades, en cambio, son en las que mejor me he sentido, aunque no haya estado con la familia, porque ahora no bebo y es cuando mejor me conozco. Antes no veía solución, y ahora estoy cada vez más contento. Cada día quiero más. Antes quería más bebida, y ahora quiero más vivir. Hay que saber disfrutar la vida sana".
Sigue alertando sobre la gravedad y extensión del alcoholismo. "Esto es una enfermedad. Nadie está libre del sufrimiento que puede traer el alcohol, de caer de una posición alta a una baja. He dormido en la calle, en albergues, en salas de espera en las urgencias de los hospitales. Jamás me imaginé que esa situación la viviría yo ni en mis peores pesadillas, pero la realidad era así, el alcohol me llevó a esa pesadilla. El último en enterarse de que es alcohólico es uno mismo. Lo ven los demás, y uno mismo no lo quiere reconocer. El problema es que con las drogas duras tienes que ir a buscarla, pero el alcohol es una droga tan bien vista, tan socializada, que es muy accesible. Se promociona en la publicidad".
En su carta, Paco Flores escribe: "Cooperemos unos con otros, no esperemos que nos toque de cerca para concienciarnos y darnos cuenta".
7. Paco Domínguez (59 años). Extrabajador municipal
Paco Domínguez Domínguez, de 59 años, es el ganador del concurso de cartas, empatado con otro residente de El Cañuelo, José María Santos, Chema, que se acaba de ir esta mañana. Francisco Javier, o Paco, como prefiere que lo llamen, relata en su carta a la sociedad la historia de su vida. Dice al periodista que tiene una hija no biológica y un hijo biológico, con el que no tiene relación. Envía un mensaje a los jóvenes para evitar el riesgo de sufrir lo que él: una adicción al alcohol y a las drogas que lo arruinó y le hizo delinquir para pagarlas."Que se dejen de tantos botellones, porque si no, acabarán malamente".
Recuerda al humilde chatarrero que, sin conocerlo apenas, lo acogió con su familia
"Yo he estado dos años viviendo en la calle. Donde caía. Estaba desesperado, solo, hecho una mierda", cuenta sentado en el borde de su cama. Antes, tenía una vida normal, con trabajo. Dice que era fijo en el Ayuntamiento de Camas (Sevilla) pero que él mismo se fue voluntariamente para alejarse de un conflicto laboral en el que se sentía perseguido. Trabajó en el acondicionamiento y mantemiento de discotecas: las conocidas Buda, Sidharta, EM y Babilonia de Sevilla. "Luego fui jardinero, que es lo que más me gusta. Te hace sentir bien contigo mismo, te sientes realizado. 'Este parque lo he hecho yo', te dices".
En su carta recuerda con agradecimiento a su "amigo del alma", un humilde chatarrero y su familia, quienes, sin conocerlo apenas, lo acogieron en su casa y lo ayudaron a dejar las drogas e ingresar en Proyecto Hombre. "Cuando las personas son buenas de corazón, no hace falta tener riqueza, la riqueza está dentro de uno mismo", escribe.
Hoy ha tenido una recaída con la bebida y por eso zozobra y vuelve a sentirse solo: "No tengo a nadie", nos dice. Pero prefiere despedirse con un mensaje distinto: "Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve con el corazón".
1.500 hombres rescatados desde 1988
El aparejador Joaquín Moreno abrió en 1988, hace 33 años, la casa que la Asociación Cristo Vive tiene en el 112 de la calle Feria de Sevilla, y hace 21, con varios amigos, creó a través de la Fundación Nueva Tierra un centro hermano para la rehabilitación de alcoholismo en El Cañuelo, una aldea del pueblo sevillano de El Castillo de las Guardas. Calcula Joaquín que entre ambas residencias han pasado por aquí en estos años unos 1.500 hombres, la gran mayoría rescatados de una vida infernal. Además de los voluntarios y donantes particulares, colaboran con ellos el Ayuntamiento de Sevilla, el Banco de Alimentos y la Obra Social de Caixabank, entre otros.